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“El kitsch es el ideal estético de todos los políticos, de todos los partidos políticos y de todos los movimientos. En una sociedad en la que existen conjuntamente diversas corrientes políticas y en la que sus influencias se limitan o se eliminan mutuamente, podemos escapar más o menos de la inquisición del kitsch; el individuo puede conservar sus peculiaridades y el artista crear obras inesperadas.

 

"El término kitsch es de origen alemán y significa «cursi, de mal gusto» y se usa con mucha frecuencia en el ámbito artístico para referirse a objetos que carecen de calidad y su autenticidad está en entredicho, generalmente se dirige a grandes grupos de personas que los pueden adquirir por precios muy por debajo del valor real. Hoy su uso esta extendido a la política ,literatura y a las artes en general. 

(...)Caer en la cursilería es como caer en una especie de ‘sopa’ de frases hechas, de códigos consabidos, de teatralización de sentimientos; es decir, de su manifestación o exposición pública con todo lo que conlleva de escenificación, tramoya o incluso, según se trate, de efectos especiales. Una sopa que se remueve, ebulle y se retroalimenta en las redes sociales como en un medio o hábitat ideal.

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En contra de la opinión más común, cursilería no es sensibilidad y sensiblería tampoco es exactamente sensibilidad.

La cursilería te aboca al kitsch, tanto en lo estético como en las formas de pensamiento que a su vez inducen formas o modos kitsch de hacer y de actuar. Y entre lo kitsch y los conceptualismos duros, exigentes o ‘cool’ (humo discursivamente empaquetado: la cultura del packaging), intentamos sobrevivir en esa otra gran sopa del arte contemporáneo. A todo esto, podríamos añadir la banalidad-ambiente y los tradicionales oportunismos de los artistas e intelectuales ‘de palacio’, tan bien descritos por Pasolini.

Pedro Sanchez 



"“en estas pocas semanas, aunque nos hayan parecido eternas, el virus ha dejado un rastro de dolor”. Y sigue: “Unidas y unidos, todos, hombres y mujeres de este país. Jamás querríamos haber visto a nuestro país, a nuestro querido país en esta situación. Jamás pudimos imaginar que esto sucediera. Este país que sufre es el nuestro. Es el de todos y todas, sin excepción”. 

"haremos todo lo que haga falta, cuando haga falta y donde haga falta

El virus no distingue entre ideologías, clases ni territorios”“Estamos dando pasos en un camino plagado de sombras y contando con muy pocas certezas”, “La muralla para contener el virus está en nuestra voluntad de resistir y vencerlo”, “Todos y cada uno de los actores de la sociedad tenemos una misión específica en esta batalla”



La cursilería es enemiga, por exceso, de la sensibilidad y a menudo del trato inteligente, y tergiversa y vuelve cursi todo lo que toca o trata: ya sea un paisaje, un atardecer, una relación o un pensamiento. Cargar con nuestra mirada cursi un atardecer, por ejemplo, no es más que proyectar esa teatralización de la vida y sobre todo nuestro ego sobre algo que sucede totalmente ajeno a nosotros, como aquella célebre «indiferencia de los árboles a la Historia». Supone una vez más proyectarnos confortablemente sin salir de nosotros mismos. El afuera, lo abierto, suele dar miedo en una sociedad que siente temor o recelo ante la indefinición de las cosas y por tanto ante los espacios y entornos sin clasificación ni uso determinado. En otro orden de cosas, cada vez más, los discursos se cargan intencionadamente de emocionalidad con coletillas o muletas que, como el kitsch, buscan agradar a todos.

El kitsch es el ideal estético de todos los políticos”.

Milan Kundera. Él ha sido uno de los pocos que ha sido capaz de explicar cómo funciona la cursilería en política en su obra La insoportable levedad del ser:

“Por supuesto el sentimiento que despierta el kitsch debe poder ser compartido por gran cantidad de gente. Por eso el kitsch no puede basarse en una situación inhabitual, sino en imágenes básicas que deben grabarse en la memoria de la gente: la hija ingrata, el padre abandonado, los niños que corren por el césped, la patria traicionada, el recuerdo del primer amor. El kitsch provoca dos lágrimas de emoción, una inmediatamente después de la otra. La primera lagrima dice: ¡Qué hermoso, los niños corren por el césped! La segunda lágrima dice: ¡Qué hermoso es estar emocionado junto con toda la humanidad al ver a los niños corriendo por el césped! Es la segunda lágrima la que convierte el kitsch en kitsch. La hermandad de todos los hombres del mundo sólo podrá edificarse sobre el kitsch (…) Nadie lo sabe mejor que los políticos. El kitsch es el ideal estético de todos los políticos”.

Como se puede observar, Kundera relata una primera experiencia básica que provoca una emoción -real o fingida-, y, posteriormente, una segunda experiencia que provoca esta segunda lágrima, lo que convierte el kitsch en kitsch.


Post Data:

Si se atiende a la definición básica que da Umberto Eco del kitsch como “comunicación que tiende a la provocación del efecto” se entiende por qué los políticos no podrían vivir sin este. La política, tal y como es entendida en estos tiempos, es el arte de la creación de efectos en las masas para moverlas en determinada dirección. Pero tampoco el resto de los seres humanos puede prescindir del kitsch. Hay circunstancias que requieren cierto abandono de las exigencias estéticas para poder ser disfrutadas confiando en los instintos más elementales y más auténticos de nuestra humanidad. Ya lo advirtió Fernando Pessoa: 

Las cartas de amor, si hay amor,/ tienen que ser/ ridículas./Pero, al fin y al cabo,/ sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor/ sí que son/ ridículas”.

Parafraseando a Pessoa podría decirse que toda acción política tiene que ser ridícula. ¿Cómo podría inducirse a un grupo a adoptar determinada actitud si no es a través de “intuiciones, imágenes, palabras, arquetipos, que en conjunto forman tal o cual kitsh político”?

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