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 24. HIJAS Y AMANTES 

La famille Sartre fue el nombre que se dio al grupo de escritores e intelectuales que se formó en torno al filósofo, novelista y dramaturgo. La expresión no estaba exenta de ironía, al menos con respecto a su principal compañera, Simone de Beauvoir, ya que a finales de los años cuarenta su relación se había tornado bastante complicada. Sartre y ella se habían conocido en 1929, en el Lycée Janson de Sailly, donde De Beauvoir se estaba formando como profesora (junto con Maurice Merleau-Ponty y Claude Lévi-Strauss). No tenía dificultades para hacer que se fijasen en ella, lo que se debía sobre todo a su inteligencia excepcional, de manera que acabaron por aceptarla en la bande intelectual de élite del centro, liderada por Sartre. Entonces comenzó la larga, y en ocasiones insólita, relación entre los dos. Una muestra de su carácter inusitado lo constituye, por ejemplo, el hecho de que poco después de haber comenzado Sartre le confesase que no se sentía atraído por ella en la cama. El comentario no era precisamente halagador, pero ella se adaptó a la situación y consideró siempre la relación como un acto de compasión por parte de él, hasta tal punto que le ayudaba a conseguir a otras amantes, al tiempo que actuaba como su principal portavoz cuando Sartre desarrolló su teoría del existencialismo. [1906] Por su parte, él se mostró generoso y la respaldó en lo económico (al igual que hizo con otros), cosa que pudo permitirse gracias al éxito de sus primeras novelas y obras de teatro. No mantenían en secreto ningún aspecto de su relación, y a ella no le faltaban admiradores. De hecho, se convirtió en objeto de una poderosa pasión lésbica por parte de la escritora Violette le Duc. [1907] Sartre y De Beauvoir se mostraron siempre incómodos ante el hecho de que el mundo los considerase meramente existencialistas, aunque en ciertas ocasiones les vino bien. En primavera de 1947, ella salió de Francia en dirección a los Estados Unidos para dar un ciclo de conferencias de costa a costa en el que la habían presentado como «la existencialista francesa n.º 2». Durante su estancia en Chicago conoció a Nelson Algren, un escritor que insistió en enseñarle lo que él llamó «los Estados Unidos de verdad», más allá de los señuelos turísticos de siempre. Enseguida se hicieron amantes (sólo estuvieron dos días juntos) y ella, según admitió más tarde, logró su «primer orgasmo completo» (a la edad de treinta y nueve). [1908] Con él aprendió «hasta qué punto puede ser apasionado el amor de un hombre y una mujer». A pesar de la aversión que profesaba al país (sentimiento que compartía con Sartre), estuvo considerando la posibilidad de no regresar a Francia. Al fin decidió volver, pero lo hizo convertida en una persona diferente. Hasta entonces había sido más bien una mujer chapada a la antigua (Sartre la llamaba el Castor, mientras que para otros era La Grande Sartreuse). De cualquier manera, no le faltaba atractivo, y este hecho se vio afianzado por su experiencia con Algren. Hasta la fecha, nada de lo que había escrito podría considerarse memorable (artículos en Les Temps Modernes y el libro Todos los hombres son mortales), pero volvió de su aventura transatlántica con algo distinto en mente, sin nada que ver con el existencialismo. La idea no era original para ella: ya se la había sugerido Colette Audry, una vieja amiga que había enseñado en la misma escuela que ella en Ruán. [1909] Audry siempre amenazaba con escribir el libro, pero sabía que su amiga podría hacerlo mucho mejor. [1910] 

Se trataba de una obra que investigase la situación de la mujer en el mundo de posguerra, y tras años de evasivas, De Beauvoir acabó por aceptar el proyecto por dos razones: La primera fue su visita a los Estados Unidos, que le había hecho ver las similitudes —y las grandes diferencias— entre las mujeres estadounidenses y las europeas, en especial, las francesas. El segundo motivo lo constituyó su aventura con Algren, que sirvió para destacar su curiosa unión con Sartre. Se trataba de una relación estable: todos sus amigos y colegas los consideraban «una pareja» (de hecho, el sobrenombre de La Grande Sartreuse era muy revelador); sin embargo, no estaban casados, no mantenían relaciones sexuales y era él quien se encargaba de su manutención. Esta «posición marginal», que la alejaba de la situación en que se encontraban las mujeres «normales», la dejaba asimismo en un lugar privilegiado que, a su parecer, le permitiría escribir acerca de su sexo con objetividad y comprensión. «Un día me quise explicar a mí misma. Empecé a reflexionar sobre todo mi ser y me sorprendí cuando lo primero que pensé fue: “Soy una mujer”». Al mismo tiempo, se hallaba reflexionando sobre algo más general: 1947 fue el año en que la mujer obtuvo el voto en Francia, y su libro apareció casi al mismo tiempo en que Alfred Kinsey dio a conocer su primer informe acerca del sexo en el varón. No cabe duda de que la guerra tenía algo que ver con el cambio que estaba teniendo lugar en la relación entre hombres y mujeres. De Beauvoir empezó su estudio en octubre de 1946 y lo acabó en 1949, tras pasar cuatro meses en los Estados Unidos en 1947. [1911] Entonces regresó a la famille Sartre, con un libro excepcional entre manos, bien diferente de sus otros proyectos y, en cierto sentido, de ella misma. Años después, un crítico afirmó que había entendido tan bien la condición femenina porque ella misma había escapado de dicha condición, y la autora se mostró de acuerdo con él. [1912] De Beauvoir se basó en su propia experiencia, respaldada por un buen número de lecturas, y también llevó a cabo una serie de entrevistas con gente desconocida. El libro está dividido en dos partes, que en la edición francesa correspondían a dos volúmenes diferentes. La primera, Los hechos y los mitos, es una historia general de la mujer y está su vez dividida en tres. En «Destino» se examina el problema de la mujer desde un punto de vista biológico, psicoanalítico e histórico. En la sección histórica se describe a la de, por ejemplo, la Edad Media, las sociedades primitivas y la Ilustración, tras lo cual hace un análisis de la mujer contemporánea. En la sección acerca de los mitos se estudia el tratamiento de la mujer en tres autores: Henri de Montherlant, D. H. Lawrence, Paul Claudel, André Bretón y Stendhal. La obra del segundo no le gustaba, y opinaba que sus relatos eran «tediosos», aunque reconocía que «lo que dicen sus escritos acerca del amor es la pura verdad». Por el contrario, consideraba a Stendhal como el «más grande novelista francés». El segundo volumen, o la segunda parte, lleva el título de La experiencia vivida y centra su atención en la infancia, la adolescencia, la madurez y la senectud. [1913] Escribe acerca del amor, el sexo, el matrimonio, las relaciones lésbicas… Para ello recurre a una impresionante galería de amigos y conocidos, entre los que cabe mencionar a Lévi-Strauss, con quien pasó varias mañanas hablando de antropología, y Jacques Lacan, del que aprendió nociones de psicoanálisis. [1914] La influencia de Algren es tan evidente en el libro como la de Sartre. Fue el primero quien le sugirió tener también en cuenta a las mujeres negras en una sociedad llena de prejuicios y le presentó no sólo a algunos negros estadounidenses, sino también la literatura acerca de la raza, incluido An American Dilemma, de Gunnar Myrdal. En un principio pensó llamar al libro El otro sexo; el título con que se publicó, El segundo sexo, se debió a una sugerencia de Jacques-Laurent Bost, uno de los premiers disciples de Sartre, una noche de copas en un café de la orilla izquierda del Sena. [1915] Cuando apareció El segundo sexo, no faltaron los críticos —como sucede siempre— que se quejaron de que no decía nada nuevo. Sin embargo, hubo muchos más convencidos de que había acertado a identificar algo que otras mujeres empezaban a comprender en aquellos momentos, y además, al hacerlo les estaba proporcionando argumentos. «Había dado voz a toda una generación de mujeres». [1916] El libro no tardó en traducirse al inglés gracias a Blanche Knopf —esposa del editor Alfred Knopf—, que había conocido los dos volúmenes por intercesión de la familia Gallimard durante su estancia en París. Sabedores del gran interés que despertaba en los estudiantes estadounidenses de la época el mundo bohemio de la orilla izquierda del Sena, tanto Blanche como Alfred pensaron que el libro estaba destinado a ser una propuesta comercial segura. Y tenían razón: cuando se puso a la venta en los Estados Unidos, en febrero de 1953, fue objeto de una acogida más que buena, aunque tampoco faltaron en este caso los autores de reseñas —Stevie Smith y Charles Rollo, por ejemplo— a los que no les gustó el tono empleado por la autora, que, a su entender, «llevaba las protestas feministas demasiado lejos». [1917] Con todo, la reacción más interesante fue la de los editores de la Saturday Review of Literature, que, persuadidos de que el tema del libro era demasiado extenso para un solo crítico, encargaron las recensiones a seis de ellos, entre los que se hallaban el psiquiatra Karl Menninger, Margaret Mead y Ashley Montagu, también del ámbito de la antropología. Mead consideró el argumento central del libro —que la sociedad había desaprovechado los dones de las mujeres— muy válido, pero añadió que De Beauvoir había violado todos los cánones de la ciencia mediante la selección partidista que había hecho del material. Por encima de todo, empero, la obra mereció ser tratada en serio, lo que no siempre había sucedido en estos casos. La extraña idea defendida por la autora de que la mujer representaba a «la otra» en la sociedad logró hacerse popular e iba a servir de estímulo al movimiento feminista futuro. Brendan Gill, en una reseña titulada «No More Eve» (‘Se acabaron las Evas’) y publicada en el New Yorker, resumía su reacción, compartida por muchos: «Nos enfrentamos a algo más que a un mero trabajo de erudición: se trata de una obra de arte, con la sal de la imprudencia que hace que el arte escueza». [1918] Cuando Blanche Knopf se encontró por vez primera ante El segundo sexo, durante su visita a París, lo hizo estimulada por los comentarios que había oído acerca de que era «un cruce de Havelock Ellis y el Informe Kinsey». [1919] El primero resultaba poco novedoso: los volúmenes de su Estudio de psicología sexual, iniciado en 1897, habían dejado de publicarse en 1928, y él había muerto en 1939. 

Sin embargo, el informe de Kinsey sí era nuevo. Al igual que El segundo sexo, su Comportamiento sexual en el hombre se hacía eco del cambio experimentado por el mundo tras la posguerra. La generación que volvió de la segunda guerra mundial sentó la cabeza enseguida. Sus miembros aprovecharon las oportunidades de formación que se les ofrecían, se casaron y tuvieron más hijos que la generación anterior, explosión de natalidad conocida como baby boom. Además, conocían los atractivos de la vida tan bien como sus sombras. Al vivir en estrecha proximidad unos de otros, con frecuencia en condiciones extremas de peligro, habían experimentado una intimidad desconocida para muchos. Por tanto, eran bien conscientes del gran abismo que existe entre la forma en que se supone que debe comportarse la gente y la manera en que se comporta en realidad. Y tal vez este abismo era mucho mayor en un ámbito concreto: el del sexo. Por supuesto, el sexo existía antes de la segunda guerra mundial, pero no se hablaba de él, ni mucho menos, como se hablaba a raíz de las hostilidades. Cuando los Lynd llevaron a cabo su estudio de Middletown en los años veinte, habían analizado el matrimonio y la vida en pareja anterior a éste; pero no habían hablado en ningún momento del sexo por sí mismo. Sin embargo, sí que estudiaban el acontecimiento social que iba a cambiar el comportamiento en ese sentido más que ningún otro durante los años treinta: el automóvil. El coche alejaba a los adolescentes de casa y también de la vigilancia paterna; los llevaba a los lugares donde habían quedado con los amigos, con frecuencia a los cines a los que Hollywood vendía su idea de romance. El automóvil, por encima de todo, proporcionaba un lugar alternativo, una área privada en la que se podían llevar a cabo uniones íntimas. Todo esto trajo consigo un cambio en el comportamiento a finales de los cuarenta, un cambio que, sin embargo, no fue secundado por la percepción pública de dicho comportamiento. Este hecho es el que justifica la acogida sin precedentes que se otorgó al informe académico árido y extenso (804 páginas) aparecido en 1948 bajo el título de Comportamiento sexual en el hombre. El autor era profesor de zoología en la universidad de Indiana (no muy lejos de Muncie). [1920] La editorial médica que publicó el libro imprimió una tirada inicial de cinco mil ejemplares, aunque no tardó en darse cuenta de su error. [1921] Del libro acabó por venderse casi un cuarto de millón de ejemplares, lo que hizo que permaneciese durante veintisiete semanas en la lista de éxitos de ventas del New York Times. Alfred Kinsey, el profesor de zoología, se hizo famoso e incluso apareció en la portada de la revista Time. [1922] No cabe duda de que el tono científico del texto tuvo mucho que ver en la recepción que le brindó el público. Sus elaboradas gráficas y sus diagramas, las exposiciones metodológicas sobre el proceso de entrevistas y las consideraciones acerca de los datos empleados lo apartaban de la pornografía y permitían a los lectores discutir sobre sexo de forma detallada sin parecer lujuriosos o lascivos. Además, Kinsey no era un personaje susceptible de generar tal controversia. Había logrado su reputación mediante un estudio acerca de las avispas. Su interés en la sexualidad humana surgió cuando impartió un curso sobre matrimonio y familia a finales de los años treinta. Se dio cuenta entonces de que los estudiantes se mostraban ávidos de una «información precisa e imparcial acerca del sexo», y de hecho, en calidad de científico, se encontró consternado por la escasez de «datos fiables, sin tintes morales» en relación con el comportamiento sexual del ser humano. [1923] En consecuencia, comenzó a elaborar sus propias estadísticas partiendo de los testimonios que recogía acerca de las prácticas sexuales de los estudiantes. Luego reunió a un reducido grupo de investigadores y les enseñó técnicas de sondeo de tal manera que fuesen capaces de estudiar la vida sexual del encuestado en unas dos horas. Durante diez años recopiló material procedente de dieciocho mil hombres y mujeres. [1924] En su estudio, John d’Emilio y Estelle Freedman afirman: 
Tras la prosa científica de Comportamiento sexual en el hombre yace la descripción más detallada de los hábitos sexuales del estadounidense blanco medio (o de cualquier grupo humano, en este sentido) jamás reunida. Kinsey reflejó con todo detalle en diversas tablas la frecuencia e incidencia de la masturbación, las caricias y el coito prematrimoniales, las relaciones sexuales dentro del matrimonio y las extramatrimoniales, la homosexualidad y los contactos zoofílicos. Evitó en la medida de lo posible el tono moralista que tanto detestaba en otros trabajos y adoptó una postura de mero «escrutinio y archivo»: cuántos encuestados habían hecho qué, cuántas veces y a qué edades. Sus resultados escandalizaron a los moralistas tradicionales. [1925] 
Su estudio acerca del hombre reveló, por ejemplo, que la masturbación y las caricias heterosexuales eran «casi generales, que casi nueve de cada diez hombres tenían relaciones sexuales antes del matrimonio, que la mitad tenían aventuras fuera de él y que más de un tercio de varones adultos habían tenido al menos una experiencia homosexual». Prácticamente todos los hombres habían conseguido un desahogo sexual a la edad de quince años y «un 95 por 100 había violado la ley al menos en una ocasión en busca de orgasmo». [1926] El segundo volumen de la serie Comportamiento sexual en la mujer, vio la luz en 1953 y causó un revuelo semejante. Aunque en este caso las cifras eran menos elevadas (y menos chocantes), seis de cada diez habían llevado a cabo prácticas de masturbación, la mitad había tenido experiencias sexuales prematrimoniales y un cuarto había tenido aventuras fuera del matrimonio. [1927] En conjunto, las estadísticas de Kinsey desvelaban la existencia de todo un mundo oculto de experiencias sexuales que a todas luces resultaban contrarias a las normas que se adoptaban en público. Ambos informes se convirtieron en hitos culturales; [1928] sin embargo, la reacción más interesante fue tal vez la del público. En general, el estadounidense medio no se mostró escandalizado ni aterrorizado. Por el contrario, las encuestas de opinión sugerían que la gran mayoría veía con buenos ojos el estudio científico acerca de la sexualidad y se mostraban ávidos de saber más. No cabe duda de que el hecho de revelar la gran divergencia existente entre los ideales y el comportamiento real alivió la ansiedad que muchos sentían ante la posibilidad de que su propia conducta en lo privado los distinguiese del resto. Con el tiempo, tres de los descubrimientos de Kinsey acabarían por tener consecuencias sociales, psicológicas e intelectuales, para bien o para mal. La primera consistió en que muchos —la mayoría, si se consideran ambos estudios — se permitían mantener relaciones extramatrimoniales. Una década después de que se publicasen los informes, como tendremos oportunidad de ver, la gente comenzó a actuar en consecuencia: mientras que hasta la fecha la mayoría se había limitado a tener aventuras, en adelante se dio un paso más, y la gente empezó a divorciarse para contraer matrimonio por segunda vez. La segunda fue el descubrimiento de que había un «aumento claro y constante en el número de mujeres que alcanzaban el orgasmo en el coito con su cónyuge». [1929] Al estudiar la edad de las mujeres que habían contestado a sus encuestas, Kinsey se dio cuenta de que la mayoría que había nacido a finales del siglo XIX nunca había alcanzado el orgasmo (recuérdese el caso de Simone de Beauvoir, que tuvo el primero con treinta y nueve años), mientras que la mayoría de las nacidas en los años veinte «siempre lo lograba durante el coito». A pesar de que Kinsey se mostraba reacio a identificar el orgasmo femenino con una vida sexual feliz, la publicación de sus descubrimientos, así como el número de encuestas recogidas, animaron sin duda a muchas mujeres que no lograban alcanzarlo a que lo buscasen en sus relaciones. Ésta no fue, ni mucho menos, la única preocupación del movimiento feminista, que avanzó a grandes pasos en la década siguiente a Kinsey, pero no cabe duda de que contribuyó en gran medida. La tercera consecuencia importante del informe surgió a raíz del hecho de que mostraba una proporción de actividad homosexual mucho más elevada de lo que se había previsto: un tercio de los hombres adultos, como se recordará, refirió experiencias de este tipo. [1930] Una vez más, el informe parece haber demostrado a un buen número de personas que el comportamiento que creían que los marginaba —los hacía raros— era mucho más común de lo que nunca hubieran imaginado. [1931] De esta manera, el estudio de Kinsey no sólo ayudó a mitigar su ansiedad, sino que pudo animar a muchos a mantener dicho comportamiento en el futuro. El sucesor más inmediato de Kinsey fue un ginecólogo y tocólogo de calva incipiente y piel bronceada de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington, en Saint Louis, Missouri, llamado William Howell Masters y nacido en Cleveland, Ohio, en el seno de una familia acomodada. El estudio que llevó a cabo Bill Masters acerca del sexo tenía un enfoque muy diferente del de Kinsey. Mientras que éste se centró en los sondeos, Masters era ante todo un biólogo, un médico interesado en la fisiología del orgasmo y, en particular, la disfunción ligada a éste, con la intención de descubrir cómo podía afectar a las parejas estériles y qué podía hacerse para ayudarlas. [1932] Masters se había interesado en la investigación sexual desde 1941, cuando había trabajado con el doctor George Washington Córner en el Instituto de Embriología experimental de Baltimore. Córner, que era asimismo mentor de Alfred Kinsey, descubriría más adelante la progesterona, una de las dos hormonas sexuales femeninas. [1933] Masters se preparó con ahínco para llevar a cabo investigaciones en el ámbito de lo sexual, por cuanto sabía que estaba jugando con fuego y necesitaba estar «por encima de toda sospecha» en lo profesional antes de comenzar cualquier estudio en dicho terreno, durante la década de los cuarenta se dedicó a acaparar títulos y cualificaciones académicas y a publicar trabajos serios acerca de la sustitución de los esteroides y las dosis correctas para hombres y mujeres. También contrajo matrimonio en ese periodo. En 1953, tras la publicación de los dos informes de Kinsey, se presentó ante la junta directiva de su propia universidad con la intención de solicitar su permiso para estudiar el comportamiento sexual del ser humano. La institución no se mostró entusiasmada en exceso con el proyecto, pero, habida cuenta del precedente establecido por Kinsey y en virtud de la libertad académica, la propuesta de Masters recibió el visto bueno un año más tarde. El investigador ya se había dado cuenta de que no había muchos libros que pudiese consultar al respecto, por lo que no tardó en volver a dirigirse al rector de la universidad con el fin de obtener su beneplácito para organizar el primer tramo de su investigación, un estudio de un año de duración sobre prostitutas (en cuanto personas que sabían algo acerca del sexo). De nuevo le dieron luz verde, con la condición de que trabajase junto con un comité supervisor formado por el comisario de policía local, el encargado de la archidiócesis católica y el editor del periódico de la ciudad. [1934] Tras lograr la aprobación, Masters pasó dieciocho meses trabajando con hombres y mujeres dedicados a la prostitución en burdeles del medio oeste, la costa occidental, Canadá y Méjico e investigando toda una variedad de experiencias sexuales, «incluidas todas las variaciones conocidas de coito, sexo oral, sexo anal y un surtido de fetiches». [1935] Preguntó a los encuestados acerca del modo en que se comportaban los órganos sexuales durante el coito, así como de las observaciones que habían podido hacer en relación con el orgasmo. En la siguiente fase de su estudio, y en el más absoluto de los secretos, Masters abrió una clínica de tres salas en la planta alta de un hospital de maternidad asociado a la universidad. Amén de la oficina, constaba de otras dos salas separadas por un espejo unidireccional a través del cual, en distintas sesiones, rodó a 382 mujeres y 312 hombres copulando, con lo que obtuvo secuencias filmadas de diez mil orgasmos. [1936] A medida que avanzaba su estudio, Masters se dio cuenta de la necesidad de una compañera de investigación, capaz de entender mejor que él la psicología sexual femenina y hacer por tanto las preguntas más acertadas a las entrevistadas. Así, en enero de 1957 se unió al proyecto Virginia Johnson, una cantante sin título académico ninguno, que Masters pensó que podría formular las diferentes cuestiones que él plantease. Ella se consagró «a la causa» tanto como él, y juntos ingeniaron toda una serie de dispositivos con los que ampliar los datos de sus investigaciones. Así, por ejemplo, había uno para medir los cambios producidos en el volumen de sangre del pene, y «un falo de veintidós centímetros de lucita transparente de cuyo glande emanaba un rayo de luz fría de manera que el objetivo de la cámara, alojado en su interior», pudiese inspeccionar las paredes de la vagina y revelar nuevos datos acerca del orgasmo femenino. A la sazón, el principal misterio relacionado con el sexo parecía ser la diferencia en las mujeres —promulgada por Freud, entre otros— entre el orgasmo vaginal y el del clítoris. [1937] Kinsey se había pronunciado en contra de dicha distinción, y Masters y Johnson tampoco encontraron prueba alguna de esta teoría freudiana. Uno de sus principales logros, empero, fue la confirmación de que, mientras que el pene era capaz de un solo orgasmo en cada ocasión, tras lo cual necesita un período de reposo, el clítoris podía experimentar un climax múltiple. Esto constituía un avance importante, «de escala casi copernicana», en palabras de John Heidenry, porque repercutía tanto en la psicología de la mujer (la plenitud sexual dejaría de tener como modelo las experiencias del hombre) como en la terapia sexual. [1938] La innovación más polémica de Masters y Johnson fue sin duda el empleo de sustitutos. En un principio se empleó a prostitutas —por su buena disposición y su experiencia—, pero esto provocó ciertas objeciones por parte de algunos altos cargos universitarios, de manera que hubieron de buscar mediante anuncios a voluntarias de entre las estudiantes. A medida que desarrollaban sus estudios, así como las técnicas de terapia, algunos de los primeros resultados fueron apareciendo en publicaciones periódicas profesionales como Obstetrics and Gynecology, aunque más tarde concibieron la idea de escribir un libro más extenso al respecto. Con todo, en noviembre de 1964, el secreto que habían estado manteniendo durante una década dejó de serlo cuando su labor fue criticada desde las páginas de Commentary por Leslie Farber, psicoanalista que se burló de su estudio y puso en tela de juicio sus motivos. [1939] Su respuesta consistió en adelantar la publicación de Respuesta sexual humana a abril de 1966. El libro estaba escrito de forma deliberada con un estilo no sensacionalista e incluso aburrido, lo que no supuso ningún obstáculo para que la primera edición se agotase en una semana y las ventas acabasen por alcanzar los trescientos mil ejemplares. [1940] Tuvieron la gran suerte de que el Journal of the American Medical Association se pronunciase en su favor al considerarlo un trabajo digno, por lo que la prensa en general trató sus descubrimientos con respeto. 

La importancia a largo plazo de Masters y Johnson —tras el informe de Kinsey— se basa en el hecho de que sacaron a la luz pública el debate acerca de la sexualidad, y despejaron las sombras y la ignorancia que hasta entonces habían abrumado dicho terreno. Muchos se opusieron a este cambio por principio, aunque no puede decirse lo mismo de todos los que habían vivido durante años con algún tipo de disfunción sexual. Los autores del estudio se encontraron, por ejemplo, con que un 80 por 100 aproximado de parejas en busca de tratamiento por esta clase de disfunciones respondieron a la terapia de forma casi inmediata y, si bien en ocasiones se daban recaídas, la progresión de la mayoría era excelente. También pudieron comprobar que la impotencia secundaria en los varones —provocada por el alcohol, la fatiga o la tensión— se curaba con facilidad, y que una de las consecuencias de la pornografía era que provocaba en los consumidores esperanzas exageradas acerca de lo que podrían lograr mediante el acto sexual. Lejos de ser pornografía, la Respuesta sexual humana puso a la pornografía en su sitio. El segundo sexo, los informes de Kinsey y Respuesta sexual humana fomentaron un cambio de actitud, pero también fueron fruto del cambio de actitud que empezaba a ser realidad. En Gran Bretaña, esta evolución fue especialmente marcada como consecuencia de la guerra. Durante el tiempo que duró la contienda, por ejemplo, el país experimentó un claro aumento de los nacimientos ilegítimos, que ascendieron de un 11,8 por 100 en 1942 a un 14,9 por 100 en 1945. [1941] Al mismo tiempo, la escasez de caucho hizo que se redujese el suministro de preservativos y diafragmas, al tiempo que disminuía la calidad de éstos. De manera simultánea, el principal problema con que se enfrentaba la asociación de Planificación Familiar era precisamente el bajo índice de fertilidad. Este hecho se volvió tan preocupante que, en 1943, el primer ministro Winston Churchill pronunció un comunicado radiofónico a la nación para instar «a nuestro pueblo… a que ponga todo lo que esté a su alcance para aumentar el número de miembros de la familia». Esta preocupación desembocó en 1944 en el establecimiento de un Comité Real de Población. Este organismo no presentó ningún informe hasta 1949; para entonces, las preocupaciones —y el comportamiento— habían cambiado. El comité pudo comprobar que, en efecto, tras una caída continua durante medio siglo, el tamaño de la familia en Gran Bretaña se había mantenido relativamente estable en dos décadas, con una media aproximada de 2,2 hijos por matrimonio. Esto estaba revirtiendo en un lento incremento de la población. [1942] Sin embargo, la comisión se dio también cuenta de que, si bien el gobierno central no parecía preocupado por el control de natalidad (el nuevo Servicio Nacional de Salud no contaba con ninguna disposición, por ejemplo, que se hiciese eco la necesidad de crear clínicas de planificación familiar), la población en general —y en particular las mujeres— se tomaba la situación con mucha seriedad, pues había entendido la relación existente entre el número de hijos y los niveles de vida, y en consecuencia habían ampliado sus conocimientos en lo relativo a la contracepción. Este era uno de los ámbitos del comportamiento sexual en el que se habían sucedido las iniciativas privadas, aunque nadie conocía con exactitud cuál era la situación real. En particular, el comité llegó a la conclusión 
de que la penetración del sistema de pequeña familia en casi la totalidad de las clases debería considerarse como un reajuste fundamental a las condiciones modernas, que tenía como característica más relevante la aceptación gradual del control sobre el tamaño de la familia propia, en particular mediante los métodos de contracepción, como un factor normal de la responsabilidad personal. [1943] 
La contracepción artificial era una cuestión que mantenía divididos a las autoridades eclesiásticas. La Iglesia anglicana la aprobó por sufragio en 1918, pero la Iglesia católica aún no lo ha hecho. Por eso, no deja de resultar chocante que el doctor John Rock, jefe de obstetricia y ginecología de la Escuela de Medicina de Harvard, que se convirtió en 1944 en el primer científico que fertilizó un óvulo humano en un tubo de ensayo y fue uno de los primeros en congelar esperma humano durante más de un año sin mermar su potencia, fuese católico. Su objetivo inicial era el de llevar a cabo la labor opuesta a la contracepción: la de ayudar a concebir a las pacientes estériles. [1944] Estaba persuadido de que la administración de progesterona y estrógenos, ambas hormonas femeninas, estimularía la concepción al tiempo que estabilizaría el ciclo menstrual, de tal manera que permitiría a las familias con creencias religiosas emplear el método de Ogino-Knaus. [1945] Por desgracia, la acción de dichas hormonas sólo se conocía de manera parcial (se sabía, por ejemplo, que la progesterona funcionaba porque inhibía la ovulación, pero se ignoraba cómo lo hacía con exactitud). Sin embargo, lo que sí observó Rock fue que al administrar progesterona a un grupo de supuestas mujeres estériles, a pesar de que en un primer momento la hormona no parecía tener efecto alguno, bastaba con interrumpir el tratamiento para que muchas de las pacientes quedasen embarazadas. [1946] Tras recurrir a la ayuda del doctor Gregory Pincus, biólogo de Harvard interesado también en la esterilidad, acabó por determinar que una combinación de estrógenos y progesterona reprimía la actividad gonadotrópica y, en consecuencia, impedía la ovulación. Por lo tanto, se podía prevenir la concepción ingiriendo dicho compuesto durante los días indicados, de manera que interfiriesen en el proceso normal de menstruación. En 1956, Rock y Pincus llevaron a cabo las primeras pruebas clínicas entre doscientas pacientes de Puerto Rico, habida cuenta de que el control de natalidad aún era ilegal en Massachusetts. [1947] Cuando se conoció la naturaleza de sus investigaciones, no faltaron los intentos de excomulgar a Rock. Sin embargo, en 1957 la FDA, el órgano regulador de la administración de alimentos y fármacos de los Estados Unidos, aprobó la píldora Rock-Pincus para tratar a pacientes con trastornos menstruales. Tras este hecho tuvo lugar una segunda sesión de pruebas, en esta ocasión con una muestra de casi novecientas mujeres, que obtuvo unos resultados tan prometedores que el 10 de mayo de 1960 la FDA aprobó por ley el uso del Enovid, píldora para el control de la natalidad fabricada en Chicago por G. D. Searle & Co. [1948] Este avance mereció una breve mención por parte del New York Times, aunque fue más que suficiente: a finales de 1961 tomaban la píldora unas cuatrocientas mil mujeres estadounidenses, número que se dobló al año siguiente y volvió a doblarse en 1963. En 1966 llegaban a seis millones las mujeres que la tomaban, y la cifra se había extendido al resto del mundo. [1949] Las estadísticas de Gran Bretaña pueden dar una idea del éxito inmediato con que contó la píldora. (El país tenía una larga tradición en lo referente a la planificación familiar y contaba con voluntarios bien informados y dispuestos a ganar prosélitos, un residuo del benigno final del movimiento eugenésico de principios de siglo. Esta dedicación contribuyó a la hora de elaborar unas excelentes estadísticas). En 1960, al 97,4 por 100 de los que acudían a las clínicas de la Asociación de Planificación Familiar se le recomendaba el uso del diafragma (la píldora no estuvo disponible en Gran Bretaña hasta 1961); en 1975, se aconsejaba la píldora a un 58 por 100. [1950] Lo que mostraba sobre todo la investigación acerca de las estadísticas sexuales era que la percepción del público en cuanto al comportamiento íntimo era, en general, errónea y estaba atrasada. La gente había ido cambiando en privado, de forma callada, en incontables aspectos de poca importancia que, sin embargo, se sumaban a la revolución sexual. Ésa es la razón por la que la obra de De Beauvoir, Kinsey o Masters y Johnson se vendió con tanta facilidad: los cientos de miles de lectores se entusiasmaron al poder identificarse con el contenido de sus libros. Los editores y escritores también se daban cuenta de estos indicios. La década de los cincuenta fue testigo de varias obras literarias que exponían la sexualidad con una franqueza hasta entonces inconcebible. Entre éstas se encuentran Lolita, de Vladimir Nabokov (1953); Un hombre extraño, de J. P. Donleavy, y Bonjour, Tristesse, de François Sagan (ambas de 1954), El almuerzo desnudo, de William Burrough (1959), y Aullido poema de Alien Ginsberg (1956). Este último y El amante de lady Chatterley, de D. H. Lawrence (disponible en Francia desde 1929) se convirtieron en objeto de famosos juicios por obscenidad en el Reino Unido y en los Estados Unidos en 1959; ambos acabaron por eludir a la censura gracias a que los redimió su valor artístico.

Por curioso que parezca, la Lolita de Nabokov no hubo de enfrentarse a los tribunales, lo que quizá se deba a que no recurría, como los otros autores, a obscenidades implícitas. Sin embargo, en cierto modo, el tema del libro —el amor de un hombre de mediana edad y una «nínfula» menor de edad— era el más «perverso» de todos. [1951] Sin embargo, Nabokov era un hombre extraordinario. Había nacido en San Petersburgo, en el seno de una familia aristocrática que lo perdió todo durante la Revolución, estudió en Cambridge, tras lo cual vivió en Alemania y Francia hasta que se estableció en los Estados Unidos en 1941. Amén de escribir con igual soltura en ruso e inglés, era un apasionado del ajedrez y toda una autoridad en mariposas. [1952] Lolita resulta, según el momento, divertida, triste, patética. La narración tiene tanto que ver con la edad como con el sexo, aunque también versa sobre la pena que viene ligada al conocimiento, la diferencia entre el sexo biológico y el psicológico, entre el sexo, el amor y la pasión, y sobre hasta qué punto puede ser el amor una herida, que nos aprisiona más que liberarnos. Lolita es una mariposa bella y delicada, con una fuerza vital primitiva que un hombre maduro no puede sino envidiar; pero a un tiempo es vulgar y está lejos de ser una figura idealizada. [1953] El «héroe» de mediana edad acaba por perderla, por supuesto, al igual que lo pierde todo, incluido su amor propio. Aunque Lolita se da cuenta de qué es lo que le está sucediendo, no queda claro hasta qué punto cala en su personalidad. El lector se pregunta si es la efusión de él lo que ha provocado la frialdad de ella, o ambas actitudes son independientes. En Lolita los sexos no pueden hallarse más alejados. El último informe de estos años se funda en las anteriores investigaciones y acontecimientos con el fin de producir un avance definitivo. Se trata de La mística de la feminidad, de Betty Friedan, aparecido en 1963. Tras licenciarse en el Smith College, Friedan —cuyo apellido de soltera era Godstein— vivió en Greenwich Village, Nueva York, donde trabajaba de periodista. En 1947 se casó con Carl Friedan, tras lo cual el matrimonio se trasladó a las afueras. Allí, Betty se convirtió en una madre a tiempo completo. Un día tras otro llevaba a sus hijos a la escuela y disfrutaba de la maternidad, sin embargo, también quería retomar su trayectoria profesional, por lo que regresó al periodismo. O, al menos, lo intentó. En 1957 se celebró el decimoquinto reencuentro de los antiguos alumnos del Smith College, y decidió escribir un artículo al respecto para la revista McCall’s. Para recoger la información que necesitaba, ideó una encuesta. [1954] Las preguntas estaban ante todo relacionadas con las reacciones de sus compañeras de clase ante el hecho de ser mujer y la manera en que había afectado su sexo a sus vidas. Se se encontró con que «había un número abrumador de mujeres que se sentían insatisfechas o aisladas y envidiaban a sus maridos, que tenían otras vidas, amigos, colegas y desafíos fuera del hogar». No obstante, McCall’s rechazó su artículo: «El editor, un hombre, sostenía que no podía ser cierto». Entonces Friedan presentó el escrito a Ladies’Home Journal. Allí reescribieron el artículo de tal manera que acabó por decir lo contrario de lo que ella pretendía expresar. Tras esta experiencia probó suerte con Redbook, cuyo editor exclamó a su agente: «A Betty se le ha caído un tornillo». [1955] Estaba convencido de que sólo una «neurótica» podía escribir una cosa así. Aunque tarde, Friedan se dio cuenta de que lo que había escrito «suponía una amenaza para la propia razón de ser del mundo de las revistas femeninas», por lo que decidió ampliar en un libro lo que había descubierto acerca de las mujeres. [1956] En un principio pensó titularlo The Togetherness Woman, aunque más tarde se decidió por The Feminine Mystique. Con este título hacía referencia a la asunción generalizada de que a las mujeres les gustaba ser amas de casa y madres confinadas en el hogar, y no tenían ningún interés en cuestiones sociales, políticas o intelectuales más allá de estos límites, ni sentían la necesidad de realizarse en el ámbito profesional. Le sorprendió darse cuenta de que no siempre había sido así: de hecho, las mismas revistas que habían rechazado su artículo dedicaron sus páginas hasta la segunda guerra mundial a asuntos muy diversos. 
En 1939, las heroínas de los relatos publicados por las revistas femeninas no siempre eran jóvenes, aunque en cierto modo lo eran más que las de hoy. […] La mayor parte de las heroínas de las cuatro principales revistas de este tipo (que eran entonces Ladies’ Home Journal, McCall’s, Good Housekeeping y Women’s Home Companion) eran mujeres con una profesión… Y el espíritu, el coraje, la independencia y la determinación, la fuerza de carácter que mostraban en sus trabajos como enfermeras, profesoras, artistas, actrices, redactoras y dependientas formaban parte de su encanto. Tenían un cierto halo que hacía de su carácter individual algo digno de admiración y que no carecía de atractivo. Los hombres se sentían atraídos por ellas por su espíritu y su carácter tanto como por su aspecto. [1957] 
La guerra puso fin a esta situación, según su parecer. El hecho de salir a combatir resultó satisfactorio hasta lo indecible para toda una generación de hombres, pero habían regresado a sus hogares, donde los esperaban sus «mujercitas», y en no pocas ocasiones habían aumentado a una familia concebida de forma deliberada antes de que el hombre se fuera de casa. Estos hombres regresaron a sus dignos puestos de trabajo o aprovecharon las oportunidades de formación que les ofrecía el ejército. A raíz de esto se había establecido un nuevo modelo, que, unido al movimiento migratorio hacia los barrios residenciados, había acabado de aislar a la mujer. Sin embargo, alrededor de 1960, la frustración de la mujer iba a desbordarse, según afirmaba Friedan; la ira y las neurosis habían alcanzado un nivel sin precedentes a juzgar por el cuestionario que había elaborado. No obstante, parte del problema era que éste no tenía un nombre, y de ahí el motivo de su libro. El Problema sin nombre se convirtió en La mística de la feminidad. La crítica de Friedan tenía un gran alcance y surgía de una extensa investigación; su ira (porque el libro constituía una tesis polémica pero pacientemente estudiada) tenía por objeto no sólo a las revistas femeninas y a la avenida Madison, por presentar a las mujeres como miembros de un «cómodo campo de concentración», rodeadas de lo último en lavadoras, aspiradoras y otros artilugios que ahorraban trabajo, sino también a Freud, Margaret Mead y a las universidades, por hacer que las mujeres intentasen amoldarse a un ideal estereotipado. [1958] La teoría freudiana acerca de la envidia del pene era, en su opinión, un modo anticuado de decir que las mujeres eran inferiores y no estaba respaldado por ninguna prueba digna de credibilidad. Sostenía que los estudios antropológicos de Mead, a pesar de describir las diferencias entre las mujeres de diversas culturas, seguían ofreciendo un ideal de la feminidad esencialmente pasivo, acorde —una vez más— con los estereotipos al uso. Hacía la reveladora observación de que la vida de la propia Mead —que tenía una profesión, se había casado en dos ocasiones y poseía una amante lesbiana, así como un matrimonio abierto— escapaba por completo a lo que reflejaba en sus escritos y constituía un modelo mucho mejor de la moderna mujer occidental. [1959] Con todo, el estudio de Friedan fue también uno de los primeros trabajos de renombre que llamaba la atención acerca de los aspectos prácticos cruciales de la feminidad. Investigó cuántas mujeres contraían matrimonio durante la adolescencia y veían por tanto truncadas sus carreras profesionales y su vida intelectual; se preguntaba cuántas habrían ayudado a su marido a obtener una titulación (que ella llamaba el Ph. T.: Putting Husband Through College). [1960] [1961] Asimismo, fue una de las primeras en hacer notar que, como consecuencia de estas circunstancias, era siempre la madre quien acababa golpeando y regañando a los hijos. El libro de Friedan dio en el clavo, y no sólo en lo relativo a la gran cantidad de ejemplares que se vendieron, sino también porque dio pie a la creación de la Comisión Presidencial sobre la Condición de la Mujer. El informe de esta entidad apareció en 1965 y detallaba los sueldos discriminatorios que percibían las mujeres (la mitad que el salario de un hombre, en promedio) y la caída de la proporción de mujeres en puestos de trabajo ejecutivos. Cuando el informe se perdió en el marasmo de la burocracia de Washington, surgió un grupo de mujeres decididas a luchar por sus propios derechos. Betty Friedan fue una de las que se reunieron en la capital del estado para crear lo que alguien de entre las congregadas llamó «una NAACP para mujeres». [1962] El acrónimo que se decidió finalmente fue el de NOW (‘ahora’, siglas correspondientes a la Organización Nacional de Mujeres). Acababa de nacer el movimiento feminista. [1963]

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