24. HIJAS Y AMANTES
La famille Sartre fue el nombre que se dio al grupo de escritores e intelectuales
que se formó en torno al filósofo, novelista y dramaturgo. La expresión no estaba
exenta de ironía, al menos con respecto a su principal compañera, Simone de
Beauvoir, ya que a finales de los años cuarenta su relación se había tornado
bastante complicada. Sartre y ella se habían conocido en 1929, en el Lycée
Janson de Sailly, donde De Beauvoir se estaba formando como profesora (junto
con Maurice Merleau-Ponty y Claude Lévi-Strauss). No tenía dificultades para
hacer que se fijasen en ella, lo que se debía sobre todo a su inteligencia
excepcional, de manera que acabaron por aceptarla en la bande intelectual de
élite del centro, liderada por Sartre. Entonces comenzó la larga, y en ocasiones
insólita, relación entre los dos. Una muestra de su carácter inusitado lo
constituye, por ejemplo, el hecho de que poco después de haber comenzado
Sartre le confesase que no se sentía atraído por ella en la cama. El comentario no
era precisamente halagador, pero ella se adaptó a la situación y consideró
siempre la relación como un acto de compasión por parte de él, hasta tal punto
que le ayudaba a conseguir a otras amantes, al tiempo que actuaba como su
principal portavoz cuando Sartre desarrolló su teoría del existencialismo.
[1906]
Por su parte, él se mostró generoso y la respaldó en lo económico (al igual que
hizo con otros), cosa que pudo permitirse gracias al éxito de sus primeras
novelas y obras de teatro. No mantenían en secreto ningún aspecto de su
relación, y a ella no le faltaban admiradores. De hecho, se convirtió en objeto de
una poderosa pasión lésbica por parte de la escritora Violette le Duc.
[1907]
Sartre y De Beauvoir se mostraron siempre incómodos ante el hecho de que
el mundo los considerase meramente existencialistas, aunque en ciertas
ocasiones les vino bien. En primavera de 1947, ella salió de Francia en dirección
a los Estados Unidos para dar un ciclo de conferencias de costa a costa en el que
la habían presentado como «la existencialista francesa n.º 2». Durante su
estancia en Chicago conoció a Nelson Algren, un escritor que insistió en
enseñarle lo que él llamó «los Estados Unidos de verdad», más allá de los
señuelos turísticos de siempre. Enseguida se hicieron amantes (sólo estuvieron
dos días juntos) y ella, según admitió más tarde, logró su «primer orgasmo
completo» (a la edad de treinta y nueve).
[1908] Con él aprendió «hasta qué punto
puede ser apasionado el amor de un hombre y una mujer». A pesar de la aversión
que profesaba al país (sentimiento que compartía con Sartre), estuvo
considerando la posibilidad de no regresar a Francia. Al fin decidió volver, pero
lo hizo convertida en una persona diferente. Hasta entonces había sido más bien
una mujer chapada a la antigua (Sartre la llamaba el Castor, mientras que para
otros era La Grande Sartreuse). De cualquier manera, no le faltaba atractivo, y
este hecho se vio afianzado por su experiencia con Algren. Hasta la fecha, nada
de lo que había escrito podría considerarse memorable (artículos en Les Temps
Modernes y el libro Todos los hombres son mortales), pero volvió de su aventura
transatlántica con algo distinto en mente, sin nada que ver con el
existencialismo. La idea no era original para ella: ya se la había sugerido Colette
Audry, una vieja amiga que había enseñado en la misma escuela que ella en
Ruán.
[1909] Audry siempre amenazaba con escribir el libro, pero sabía que su
amiga podría hacerlo mucho mejor.
[1910]

Se trataba de una obra que investigase
la situación de la mujer en el mundo de posguerra, y tras años de evasivas,
De Beauvoir acabó por aceptar el proyecto por dos razones: La primera fue su
visita a los Estados Unidos, que le había hecho ver las similitudes —y las
grandes diferencias— entre las mujeres estadounidenses y las europeas, en
especial, las francesas. El segundo motivo lo constituyó su aventura con Algren,
que sirvió para destacar su curiosa unión con Sartre. Se trataba de una relación
estable: todos sus amigos y colegas los consideraban «una pareja» (de hecho, el
sobrenombre de La Grande Sartreuse era muy revelador); sin embargo, no
estaban casados, no mantenían relaciones sexuales y era él quien se encargaba de
su manutención. Esta «posición marginal», que la alejaba de la situación en que
se encontraban las mujeres «normales», la dejaba asimismo en un lugar
privilegiado que, a su parecer, le permitiría escribir acerca de su sexo con
objetividad y comprensión. «Un día me quise explicar a mí misma. Empecé a
reflexionar sobre todo mi ser y me sorprendí cuando lo primero que pensé fue:
“Soy una mujer”». Al mismo tiempo, se hallaba reflexionando sobre algo más
general: 1947 fue el año en que la mujer obtuvo el voto en Francia, y su libro
apareció casi al mismo tiempo en que Alfred Kinsey dio a conocer su primer
informe acerca del sexo en el varón. No cabe duda de que la guerra tenía algo
que ver con el cambio que estaba teniendo lugar en la relación entre hombres y
mujeres. De Beauvoir empezó su estudio en octubre de 1946 y lo acabó en 1949,
tras pasar cuatro meses en los Estados Unidos en 1947.
[1911] Entonces regresó a
la famille Sartre, con un libro excepcional entre manos, bien diferente de sus
otros proyectos y, en cierto sentido, de ella misma. Años después, un crítico
afirmó que había entendido tan bien la condición femenina porque ella misma
había escapado de dicha condición, y la autora se mostró de acuerdo con él.
[1912]
De Beauvoir se basó en su propia experiencia, respaldada por un buen número
de lecturas, y también llevó a cabo una serie de entrevistas con gente
desconocida. El libro está dividido en dos partes, que en la edición francesa
correspondían a dos volúmenes diferentes. La primera, Los hechos y los mitos,
es una historia general de la mujer y está su vez dividida en tres. En «Destino»
se examina el problema de la mujer desde un punto de vista biológico,
psicoanalítico e histórico. En la sección histórica se describe a la de, por
ejemplo, la Edad Media, las sociedades primitivas y la Ilustración, tras lo cual
hace un análisis de la mujer contemporánea. En la sección acerca de los mitos se
estudia el tratamiento de la mujer en tres autores: Henri de Montherlant, D. H.
Lawrence, Paul Claudel, André Bretón y Stendhal. La obra del segundo no le
gustaba, y opinaba que sus relatos eran «tediosos», aunque reconocía que «lo
que dicen sus escritos acerca del amor es la pura verdad». Por el contrario,
consideraba a Stendhal como el «más grande novelista francés». El segundo
volumen, o la segunda parte, lleva el título de La experiencia vivida y centra su
atención en la infancia, la adolescencia, la madurez y la senectud.
[1913] Escribe
acerca del amor, el sexo, el matrimonio, las relaciones lésbicas…
Para ello recurre a una impresionante galería de amigos y conocidos, entre
los que cabe mencionar a Lévi-Strauss, con quien pasó varias mañanas hablando
de antropología, y Jacques Lacan, del que aprendió nociones de psicoanálisis.
[1914] La influencia de Algren es tan evidente en el libro como la de Sartre. Fue
el primero quien le sugirió tener también en cuenta a las mujeres negras en una
sociedad llena de prejuicios y le presentó no sólo a algunos negros
estadounidenses, sino también la literatura acerca de la raza, incluido An
American Dilemma, de Gunnar Myrdal. En un principio pensó llamar al libro El
otro sexo; el título con que se publicó, El segundo sexo, se debió a una
sugerencia de Jacques-Laurent Bost, uno de los premiers disciples de Sartre, una
noche de copas en un café de la orilla izquierda del Sena.
[1915]
Cuando apareció El segundo sexo, no faltaron los críticos —como sucede
siempre— que se quejaron de que no decía nada nuevo. Sin embargo, hubo
muchos más convencidos de que había acertado a identificar algo que otras
mujeres empezaban a comprender en aquellos momentos, y además, al hacerlo
les estaba proporcionando argumentos. «Había dado voz a toda una generación
de mujeres».
[1916] El libro no tardó en traducirse al inglés gracias a Blanche
Knopf —esposa del editor Alfred Knopf—, que había conocido los dos
volúmenes por intercesión de la familia Gallimard durante su estancia en París.
Sabedores del gran interés que despertaba en los estudiantes estadounidenses de
la época el mundo bohemio de la orilla izquierda del Sena, tanto Blanche como
Alfred pensaron que el libro estaba destinado a ser una propuesta comercial
segura. Y tenían razón: cuando se puso a la venta en los Estados Unidos, en
febrero de 1953, fue objeto de una acogida más que buena, aunque tampoco
faltaron en este caso los autores de reseñas —Stevie Smith y Charles Rollo, por
ejemplo— a los que no les gustó el tono empleado por la autora, que, a su
entender, «llevaba las protestas feministas demasiado lejos».
[1917] Con todo, la
reacción más interesante fue la de los editores de la Saturday Review of
Literature, que, persuadidos de que el tema del libro era demasiado extenso para
un solo crítico, encargaron las recensiones a seis de ellos, entre los que se
hallaban el psiquiatra Karl Menninger, Margaret Mead y Ashley Montagu,
también del ámbito de la antropología. Mead consideró el argumento central del
libro —que la sociedad había desaprovechado los dones de las mujeres— muy
válido, pero añadió que De Beauvoir había violado todos los cánones de la
ciencia mediante la selección partidista que había hecho del material. Por encima
de todo, empero, la obra mereció ser tratada en serio, lo que no siempre había
sucedido en estos casos. La extraña idea defendida por la autora de que la mujer
representaba a «la otra» en la sociedad logró hacerse popular e iba a servir de
estímulo al movimiento feminista futuro. Brendan Gill, en una reseña titulada
«No More Eve» (‘Se acabaron las Evas’) y publicada en el New Yorker, resumía
su reacción, compartida por muchos: «Nos enfrentamos a algo más que a un
mero trabajo de erudición: se trata de una obra de arte, con la sal de la
imprudencia que hace que el arte escueza».
[1918]
Cuando Blanche Knopf se encontró por vez primera ante El segundo sexo,
durante su visita a París, lo hizo estimulada por los comentarios que había oído
acerca de que era «un cruce de Havelock Ellis y el Informe Kinsey».
[1919] El
primero resultaba poco novedoso: los volúmenes de su Estudio de psicología
sexual, iniciado en 1897, habían dejado de publicarse en 1928, y él había muerto
en 1939.

Sin embargo, el informe de Kinsey sí era nuevo. Al igual que El
segundo sexo, su Comportamiento sexual en el hombre se hacía eco del cambio
experimentado por el mundo tras la posguerra.
La generación que volvió de la segunda guerra mundial sentó la cabeza
enseguida. Sus miembros aprovecharon las oportunidades de formación que se
les ofrecían, se casaron y tuvieron más hijos que la generación anterior,
explosión de natalidad conocida como baby boom. Además, conocían los
atractivos de la vida tan bien como sus sombras. Al vivir en estrecha proximidad
unos de otros, con frecuencia en condiciones extremas de peligro, habían
experimentado una intimidad desconocida para muchos. Por tanto, eran bien
conscientes del gran abismo que existe entre la forma en que se supone que debe
comportarse la gente y la manera en que se comporta en realidad. Y tal vez este
abismo era mucho mayor en un ámbito concreto: el del sexo. Por supuesto, el
sexo existía antes de la segunda guerra mundial, pero no se hablaba de él, ni
mucho menos, como se hablaba a raíz de las hostilidades. Cuando los Lynd
llevaron a cabo su estudio de Middletown en los años veinte, habían analizado el
matrimonio y la vida en pareja anterior a éste; pero no habían hablado en ningún
momento del sexo por sí mismo. Sin embargo, sí que estudiaban el
acontecimiento social que iba a cambiar el comportamiento en ese sentido más
que ningún otro durante los años treinta: el automóvil. El coche alejaba a los
adolescentes de casa y también de la vigilancia paterna; los llevaba a los lugares
donde habían quedado con los amigos, con frecuencia a los cines a los que
Hollywood vendía su idea de romance. El automóvil, por encima de todo,
proporcionaba un lugar alternativo, una área privada en la que se podían llevar a
cabo uniones íntimas. Todo esto trajo consigo un cambio en el comportamiento a
finales de los cuarenta, un cambio que, sin embargo, no fue secundado por la
percepción pública de dicho comportamiento. Este hecho es el que justifica la
acogida sin precedentes que se otorgó al informe académico árido y extenso (804
páginas) aparecido en 1948 bajo el título de Comportamiento sexual en el
hombre. El autor era profesor de zoología en la universidad de Indiana (no muy
lejos de Muncie).
[1920] La editorial médica que publicó el libro imprimió una
tirada inicial de cinco mil ejemplares, aunque no tardó en darse cuenta de su
error.
[1921] Del libro acabó por venderse casi un cuarto de millón de ejemplares,
lo que hizo que permaneciese durante veintisiete semanas en la lista de éxitos de
ventas del New York Times. Alfred Kinsey, el profesor de zoología, se hizo
famoso e incluso apareció en la portada de la revista Time.
[1922]
No cabe duda de que el tono científico del texto tuvo mucho que ver en la
recepción que le brindó el público. Sus elaboradas gráficas y sus diagramas, las
exposiciones metodológicas sobre el proceso de entrevistas y las consideraciones
acerca de los datos empleados lo apartaban de la pornografía y permitían a los
lectores discutir sobre sexo de forma detallada sin parecer lujuriosos o lascivos.
Además, Kinsey no era un personaje susceptible de generar tal controversia.
Había logrado su reputación mediante un estudio acerca de las avispas. Su
interés en la sexualidad humana surgió cuando impartió un curso sobre
matrimonio y familia a finales de los años treinta. Se dio cuenta entonces de que
los estudiantes se mostraban ávidos de una «información precisa e imparcial
acerca del sexo», y de hecho, en calidad de científico, se encontró consternado
por la escasez de «datos fiables, sin tintes morales» en relación con el
comportamiento sexual del ser humano.
[1923] En consecuencia, comenzó a
elaborar sus propias estadísticas partiendo de los testimonios que recogía acerca
de las prácticas sexuales de los estudiantes. Luego reunió a un reducido grupo de
investigadores y les enseñó técnicas de sondeo de tal manera que fuesen capaces
de estudiar la vida sexual del encuestado en unas dos horas. Durante diez años
recopiló material procedente de dieciocho mil hombres y mujeres.
[1924]
En su estudio, John d’Emilio y Estelle Freedman afirman:
Tras la prosa científica de Comportamiento sexual en el hombre yace la descripción más detallada de los
hábitos sexuales del estadounidense blanco medio (o de cualquier grupo humano, en este sentido) jamás
reunida. Kinsey reflejó con todo detalle en diversas tablas la frecuencia e incidencia de la masturbación,
las caricias y el coito prematrimoniales, las relaciones sexuales dentro del matrimonio y las
extramatrimoniales, la homosexualidad y los contactos zoofílicos. Evitó en la medida de lo posible el
tono moralista que tanto detestaba en otros trabajos y adoptó una postura de mero «escrutinio y
archivo»: cuántos encuestados habían hecho qué, cuántas veces y a qué edades. Sus resultados
escandalizaron a los moralistas tradicionales.
[1925]
Su estudio acerca del hombre reveló, por ejemplo, que la masturbación y las
caricias heterosexuales eran «casi generales, que casi nueve de cada diez
hombres tenían relaciones sexuales antes del matrimonio, que la mitad tenían
aventuras fuera de él y que más de un tercio de varones adultos habían tenido al
menos una experiencia homosexual». Prácticamente todos los hombres habían
conseguido un desahogo sexual a la edad de quince años y «un 95 por 100 había
violado la ley al menos en una ocasión en busca de orgasmo».
[1926] El segundo
volumen de la serie Comportamiento sexual en la mujer, vio la luz en 1953 y
causó un revuelo semejante. Aunque en este caso las cifras eran menos elevadas
(y menos chocantes), seis de cada diez habían llevado a cabo prácticas de
masturbación, la mitad había tenido experiencias sexuales prematrimoniales y un
cuarto había tenido aventuras fuera del matrimonio.
[1927] En conjunto, las
estadísticas de Kinsey desvelaban la existencia de todo un mundo oculto de
experiencias sexuales que a todas luces resultaban contrarias a las normas que se
adoptaban en público. Ambos informes se convirtieron en hitos culturales;
[1928]
sin embargo, la reacción más interesante fue tal vez la del público. En general, el
estadounidense medio no se mostró escandalizado ni aterrorizado. Por el
contrario, las encuestas de opinión sugerían que la gran mayoría veía con buenos
ojos el estudio científico acerca de la sexualidad y se mostraban ávidos de saber
más. No cabe duda de que el hecho de revelar la gran divergencia existente entre
los ideales y el comportamiento real alivió la ansiedad que muchos sentían ante
la posibilidad de que su propia conducta en lo privado los distinguiese del resto.
Con el tiempo, tres de los descubrimientos de Kinsey acabarían por tener
consecuencias sociales, psicológicas e intelectuales, para bien o para mal. La
primera consistió en que muchos —la mayoría, si se consideran ambos estudios
— se permitían mantener relaciones extramatrimoniales. Una década después de
que se publicasen los informes, como tendremos oportunidad de ver, la gente
comenzó a actuar en consecuencia: mientras que hasta la fecha la mayoría se
había limitado a tener aventuras, en adelante se dio un paso más, y la gente
empezó a divorciarse para contraer matrimonio por segunda vez. La segunda fue
el descubrimiento de que había un «aumento claro y constante en el número de
mujeres que alcanzaban el orgasmo en el coito con su cónyuge».
[1929] Al estudiar
la edad de las mujeres que habían contestado a sus encuestas, Kinsey se dio
cuenta de que la mayoría que había nacido a finales del siglo XIX nunca había
alcanzado el orgasmo (recuérdese el caso de Simone de Beauvoir, que tuvo el
primero con treinta y nueve años), mientras que la mayoría de las nacidas en los
años veinte «siempre lo lograba durante el coito». A pesar de que Kinsey se
mostraba reacio a identificar el orgasmo femenino con una vida sexual feliz, la
publicación de sus descubrimientos, así como el número de encuestas recogidas,
animaron sin duda a muchas mujeres que no lograban alcanzarlo a que lo
buscasen en sus relaciones. Ésta no fue, ni mucho menos, la única preocupación
del movimiento feminista, que avanzó a grandes pasos en la década siguiente a
Kinsey, pero no cabe duda de que contribuyó en gran medida. La tercera
consecuencia importante del informe surgió a raíz del hecho de que mostraba
una proporción de actividad homosexual mucho más elevada de lo que se había
previsto: un tercio de los hombres adultos, como se recordará, refirió
experiencias de este tipo.
[1930] Una vez más, el informe parece haber demostrado
a un buen número de personas que el comportamiento que creían que los
marginaba —los hacía raros— era mucho más común de lo que nunca hubieran
imaginado.
[1931] De esta manera, el estudio de Kinsey no sólo ayudó a mitigar su
ansiedad, sino que pudo animar a muchos a mantener dicho comportamiento en
el futuro.
El sucesor más inmediato de Kinsey fue un ginecólogo y tocólogo de calva
incipiente y piel bronceada de la Escuela de Medicina de la Universidad de
Washington, en Saint Louis, Missouri, llamado William Howell Masters y
nacido en Cleveland, Ohio, en el seno de una familia acomodada. El estudio que
llevó a cabo Bill Masters acerca del sexo tenía un enfoque muy diferente del de
Kinsey. Mientras que éste se centró en los sondeos, Masters era ante todo un
biólogo, un médico interesado en la fisiología del orgasmo y, en particular, la
disfunción ligada a éste, con la intención de descubrir cómo podía afectar a las
parejas estériles y qué podía hacerse para ayudarlas.
[1932]
Masters se había interesado en la investigación sexual desde 1941, cuando
había trabajado con el doctor George Washington Córner en el Instituto de
Embriología experimental de Baltimore. Córner, que era asimismo mentor de
Alfred Kinsey, descubriría más adelante la progesterona, una de las dos
hormonas sexuales femeninas.
[1933] Masters se preparó con ahínco para llevar a
cabo investigaciones en el ámbito de lo sexual, por cuanto sabía que estaba
jugando con fuego y necesitaba estar «por encima de toda sospecha» en lo
profesional antes de comenzar cualquier estudio en dicho terreno, durante la
década de los cuarenta se dedicó a acaparar títulos y cualificaciones académicas
y a publicar trabajos serios acerca de la sustitución de los esteroides y las dosis
correctas para hombres y mujeres. También contrajo matrimonio en ese periodo.
En 1953, tras la publicación de los dos informes de Kinsey, se presentó ante la
junta directiva de su propia universidad con la intención de solicitar su permiso
para estudiar el comportamiento sexual del ser humano. La institución no se
mostró entusiasmada en exceso con el proyecto, pero, habida cuenta del
precedente establecido por Kinsey y en virtud de la libertad académica, la
propuesta de Masters recibió el visto bueno un año más tarde. El investigador ya
se había dado cuenta de que no había muchos libros que pudiese consultar al
respecto, por lo que no tardó en volver a dirigirse al rector de la universidad con
el fin de obtener su beneplácito para organizar el primer tramo de su
investigación, un estudio de un año de duración sobre prostitutas (en cuanto
personas que sabían algo acerca del sexo). De nuevo le dieron luz verde, con la
condición de que trabajase junto con un comité supervisor formado por el
comisario de policía local, el encargado de la archidiócesis católica y el editor
del periódico de la ciudad.
[1934] Tras lograr la aprobación, Masters pasó
dieciocho meses trabajando con hombres y mujeres dedicados a la prostitución
en burdeles del medio oeste, la costa occidental, Canadá y Méjico e investigando
toda una variedad de experiencias sexuales, «incluidas todas las variaciones
conocidas de coito, sexo oral, sexo anal y un surtido de fetiches».
[1935] Preguntó
a los encuestados acerca del modo en que se comportaban los órganos sexuales
durante el coito, así como de las observaciones que habían podido hacer en
relación con el orgasmo. En la siguiente fase de su estudio, y en el más absoluto
de los secretos, Masters abrió una clínica de tres salas en la planta alta de un
hospital de maternidad asociado a la universidad. Amén de la oficina, constaba
de otras dos salas separadas por un espejo unidireccional a través del cual, en
distintas sesiones, rodó a 382 mujeres y 312 hombres copulando, con lo que
obtuvo secuencias filmadas de diez mil orgasmos.
[1936]
A medida que avanzaba su estudio, Masters se dio cuenta de la necesidad de
una compañera de investigación, capaz de entender mejor que él la psicología
sexual femenina y hacer por tanto las preguntas más acertadas a las
entrevistadas. Así, en enero de 1957 se unió al proyecto Virginia Johnson, una
cantante sin título académico ninguno, que Masters pensó que podría formular las diferentes cuestiones que él plantease. Ella se consagró «a la causa» tanto
como él, y juntos ingeniaron toda una serie de dispositivos con los que ampliar
los datos de sus investigaciones. Así, por ejemplo, había uno para medir los
cambios producidos en el volumen de sangre del pene, y «un falo de veintidós
centímetros de lucita transparente de cuyo glande emanaba un rayo de luz fría de
manera que el objetivo de la cámara, alojado en su interior», pudiese
inspeccionar las paredes de la vagina y revelar nuevos datos acerca del orgasmo
femenino. A la sazón, el principal misterio relacionado con el sexo parecía ser la
diferencia en las mujeres —promulgada por Freud, entre otros— entre el
orgasmo vaginal y el del clítoris.
[1937] Kinsey se había pronunciado en contra de
dicha distinción, y Masters y Johnson tampoco encontraron prueba alguna de
esta teoría freudiana. Uno de sus principales logros, empero, fue la confirmación
de que, mientras que el pene era capaz de un solo orgasmo en cada ocasión, tras
lo cual necesita un período de reposo, el clítoris podía experimentar un climax
múltiple. Esto constituía un avance importante, «de escala casi copernicana», en
palabras de John Heidenry, porque repercutía tanto en la psicología de la mujer
(la plenitud sexual dejaría de tener como modelo las experiencias del hombre)
como en la terapia sexual.
[1938] La innovación más polémica de Masters y
Johnson fue sin duda el empleo de sustitutos. En un principio se empleó a
prostitutas —por su buena disposición y su experiencia—, pero esto provocó
ciertas objeciones por parte de algunos altos cargos universitarios, de manera
que hubieron de buscar mediante anuncios a voluntarias de entre las estudiantes.
A medida que desarrollaban sus estudios, así como las técnicas de terapia,
algunos de los primeros resultados fueron apareciendo en publicaciones
periódicas profesionales como Obstetrics and Gynecology, aunque más tarde
concibieron la idea de escribir un libro más extenso al respecto. Con todo, en
noviembre de 1964, el secreto que habían estado manteniendo durante una
década dejó de serlo cuando su labor fue criticada desde las páginas de
Commentary por Leslie Farber, psicoanalista que se burló de su estudio y puso
en tela de juicio sus motivos.
[1939] Su respuesta consistió en adelantar la
publicación de Respuesta sexual humana a abril de 1966. El libro estaba escrito
de forma deliberada con un estilo no sensacionalista e incluso aburrido, lo que
no supuso ningún obstáculo para que la primera edición se agotase en una
semana y las ventas acabasen por alcanzar los trescientos mil ejemplares.
[1940]
Tuvieron la gran suerte de que el Journal of the American Medical Association
se pronunciase en su favor al considerarlo un trabajo digno, por lo que la prensa
en general trató sus descubrimientos con respeto.

La importancia a largo plazo
de Masters y Johnson —tras el informe de Kinsey— se basa en el hecho de que
sacaron a la luz pública el debate acerca de la sexualidad, y despejaron las
sombras y la ignorancia que hasta entonces habían abrumado dicho terreno.
Muchos se opusieron a este cambio por principio, aunque no puede decirse lo
mismo de todos los que habían vivido durante años con algún tipo de disfunción
sexual. Los autores del estudio se encontraron, por ejemplo, con que un 80 por
100 aproximado de parejas en busca de tratamiento por esta clase de
disfunciones respondieron a la terapia de forma casi inmediata y, si bien en
ocasiones se daban recaídas, la progresión de la mayoría era excelente. También
pudieron comprobar que la impotencia secundaria en los varones —provocada
por el alcohol, la fatiga o la tensión— se curaba con facilidad, y que una de las
consecuencias de la pornografía era que provocaba en los consumidores
esperanzas exageradas acerca de lo que podrían lograr mediante el acto sexual.
Lejos de ser pornografía, la Respuesta sexual humana puso a la pornografía en
su sitio.
El segundo sexo, los informes de Kinsey y Respuesta sexual humana fomentaron
un cambio de actitud, pero también fueron fruto del cambio de actitud que
empezaba a ser realidad. En Gran Bretaña, esta evolución fue especialmente
marcada como consecuencia de la guerra. Durante el tiempo que duró la
contienda, por ejemplo, el país experimentó un claro aumento de los nacimientos
ilegítimos, que ascendieron de un 11,8 por 100 en 1942 a un 14,9 por 100 en
1945.
[1941] Al mismo tiempo, la escasez de caucho hizo que se redujese el
suministro de preservativos y diafragmas, al tiempo que disminuía la calidad de
éstos. De manera simultánea, el principal problema con que se enfrentaba la
asociación de Planificación Familiar era precisamente el bajo índice de
fertilidad. Este hecho se volvió tan preocupante que, en 1943, el primer ministro
Winston Churchill pronunció un comunicado radiofónico a la nación para instar
«a nuestro pueblo… a que ponga todo lo que esté a su alcance para aumentar el
número de miembros de la familia». Esta preocupación desembocó en 1944 en el
establecimiento de un Comité Real de Población. Este organismo no presentó
ningún informe hasta 1949; para entonces, las preocupaciones —y el
comportamiento— habían cambiado. El comité pudo comprobar que, en efecto,
tras una caída continua durante medio siglo, el tamaño de la familia en Gran
Bretaña se había mantenido relativamente estable en dos décadas, con una media
aproximada de 2,2 hijos por matrimonio. Esto estaba revirtiendo en un lento
incremento de la población.
[1942] Sin embargo, la comisión se dio también cuenta
de que, si bien el gobierno central no parecía preocupado por el control de
natalidad (el nuevo Servicio Nacional de Salud no contaba con ninguna
disposición, por ejemplo, que se hiciese eco la necesidad de crear clínicas de
planificación familiar), la población en general —y en particular las mujeres—
se tomaba la situación con mucha seriedad, pues había entendido la relación
existente entre el número de hijos y los niveles de vida, y en consecuencia
habían ampliado sus conocimientos en lo relativo a la contracepción. Este era
uno de los ámbitos del comportamiento sexual en el que se habían sucedido las
iniciativas privadas, aunque nadie conocía con exactitud cuál era la situación
real. En particular, el comité llegó a la conclusión
de que
la penetración del sistema de pequeña familia en casi la totalidad de las clases debería considerarse
como un reajuste fundamental a las condiciones modernas, que tenía como característica más relevante
la aceptación gradual del control sobre el tamaño de la familia propia, en particular mediante los
métodos de contracepción, como un factor normal de la responsabilidad personal.
[1943]
La contracepción artificial era una cuestión que mantenía divididos a las
autoridades eclesiásticas. La Iglesia anglicana la aprobó por sufragio en 1918,
pero la Iglesia católica aún no lo ha hecho. Por eso, no deja de resultar chocante
que el doctor John Rock, jefe de obstetricia y ginecología de la Escuela de
Medicina de Harvard, que se convirtió en 1944 en el primer científico que
fertilizó un óvulo humano en un tubo de ensayo y fue uno de los primeros en
congelar esperma humano durante más de un año sin mermar su potencia, fuese
católico. Su objetivo inicial era el de llevar a cabo la labor opuesta a la
contracepción: la de ayudar a concebir a las pacientes estériles.
[1944] Estaba
persuadido de que la administración de progesterona y estrógenos, ambas
hormonas femeninas, estimularía la concepción al tiempo que estabilizaría el
ciclo menstrual, de tal manera que permitiría a las familias con creencias
religiosas emplear el método de Ogino-Knaus.
[1945] Por desgracia, la acción de
dichas hormonas sólo se conocía de manera parcial (se sabía, por ejemplo, que la
progesterona funcionaba porque inhibía la ovulación, pero se ignoraba cómo lo
hacía con exactitud). Sin embargo, lo que sí observó Rock fue que al administrar
progesterona a un grupo de supuestas mujeres estériles, a pesar de que en un
primer momento la hormona no parecía tener efecto alguno, bastaba con
interrumpir el tratamiento para que muchas de las pacientes quedasen
embarazadas.
[1946] Tras recurrir a la ayuda del doctor Gregory Pincus, biólogo
de Harvard interesado también en la esterilidad, acabó por determinar que una
combinación de estrógenos y progesterona reprimía la actividad gonadotrópica y,
en consecuencia, impedía la ovulación. Por lo tanto, se podía prevenir la
concepción ingiriendo dicho compuesto durante los días indicados, de manera
que interfiriesen en el proceso normal de menstruación. En 1956, Rock y Pincus
llevaron a cabo las primeras pruebas clínicas entre doscientas pacientes de
Puerto Rico, habida cuenta de que el control de natalidad aún era ilegal en
Massachusetts.
[1947] Cuando se conoció la naturaleza de sus investigaciones, no
faltaron los intentos de excomulgar a Rock. Sin embargo, en 1957 la FDA, el
órgano regulador de la administración de alimentos y fármacos de los Estados
Unidos, aprobó la píldora Rock-Pincus para tratar a pacientes con trastornos
menstruales. Tras este hecho tuvo lugar una segunda sesión de pruebas, en esta
ocasión con una muestra de casi novecientas mujeres, que obtuvo unos
resultados tan prometedores que el 10 de mayo de 1960 la FDA aprobó por ley el
uso del Enovid, píldora para el control de la natalidad fabricada en Chicago por
G. D. Searle & Co.
[1948] Este avance mereció una breve mención por parte del
New York Times, aunque fue más que suficiente: a finales de 1961 tomaban la
píldora unas cuatrocientas mil mujeres estadounidenses, número que se dobló al
año siguiente y volvió a doblarse en 1963. En 1966 llegaban a seis millones las
mujeres que la tomaban, y la cifra se había extendido al resto del mundo.
[1949]
Las estadísticas de Gran Bretaña pueden dar una idea del éxito inmediato con
que contó la píldora. (El país tenía una larga tradición en lo referente a la
planificación familiar y contaba con voluntarios bien informados y dispuestos a
ganar prosélitos, un residuo del benigno final del movimiento eugenésico de
principios de siglo. Esta dedicación contribuyó a la hora de elaborar unas
excelentes estadísticas). En 1960, al 97,4 por 100 de los que acudían a las
clínicas de la Asociación de Planificación Familiar se le recomendaba el uso del
diafragma (la píldora no estuvo disponible en Gran Bretaña hasta 1961); en
1975, se aconsejaba la píldora a un 58 por 100.
[1950] Lo que mostraba sobre todo
la investigación acerca de las estadísticas sexuales era que la percepción del
público en cuanto al comportamiento íntimo era, en general, errónea y estaba
atrasada. La gente había ido cambiando en privado, de forma callada, en
incontables aspectos de poca importancia que, sin embargo, se sumaban a la
revolución sexual. Ésa es la razón por la que la obra de De Beauvoir, Kinsey o
Masters y Johnson se vendió con tanta facilidad: los cientos de miles de lectores
se entusiasmaron al poder identificarse con el contenido de sus libros.
Los editores y escritores también se daban cuenta de estos indicios. La década de
los cincuenta fue testigo de varias obras literarias que exponían la sexualidad con
una franqueza hasta entonces inconcebible. Entre éstas se encuentran Lolita, de
Vladimir Nabokov (1953); Un hombre extraño, de J. P. Donleavy, y Bonjour,
Tristesse, de François Sagan (ambas de 1954), El almuerzo desnudo, de William
Burrough (1959), y Aullido poema de Alien Ginsberg (1956). Este último y El
amante de lady Chatterley, de D. H. Lawrence (disponible en Francia desde
1929) se convirtieron en objeto de famosos juicios por obscenidad en el Reino
Unido y en los Estados Unidos en 1959; ambos acabaron por eludir a la censura
gracias a que los redimió su valor artístico.

Por curioso que parezca, la Lolita de
Nabokov no hubo de enfrentarse a los tribunales, lo que quizá se deba a que no
recurría, como los otros autores, a obscenidades implícitas. Sin embargo, en
cierto modo, el tema del libro —el amor de un hombre de mediana edad y una
«nínfula» menor de edad— era el más «perverso» de todos.
[1951]
Sin embargo, Nabokov era un hombre extraordinario. Había nacido en San
Petersburgo, en el seno de una familia aristocrática que lo perdió todo durante la
Revolución, estudió en Cambridge, tras lo cual vivió en Alemania y Francia
hasta que se estableció en los Estados Unidos en 1941. Amén de escribir con
igual soltura en ruso e inglés, era un apasionado del ajedrez y toda una autoridad
en mariposas.
[1952] Lolita resulta, según el momento, divertida, triste, patética.
La narración tiene tanto que ver con la edad como con el sexo, aunque también
versa sobre la pena que viene ligada al conocimiento, la diferencia entre el sexo
biológico y el psicológico, entre el sexo, el amor y la pasión, y sobre hasta qué
punto puede ser el amor una herida, que nos aprisiona más que liberarnos. Lolita
es una mariposa bella y delicada, con una fuerza vital primitiva que un hombre
maduro no puede sino envidiar; pero a un tiempo es vulgar y está lejos de ser
una figura idealizada.
[1953] El «héroe» de mediana edad acaba por perderla, por
supuesto, al igual que lo pierde todo, incluido su amor propio. Aunque Lolita se
da cuenta de qué es lo que le está sucediendo, no queda claro hasta qué punto
cala en su personalidad. El lector se pregunta si es la efusión de él lo que ha
provocado la frialdad de ella, o ambas actitudes son independientes. En Lolita
los sexos no pueden hallarse más alejados.
El último informe de estos años se funda en las anteriores investigaciones y
acontecimientos con el fin de producir un avance definitivo. Se trata de La
mística de la feminidad, de Betty Friedan, aparecido en 1963. Tras licenciarse
en el Smith College, Friedan —cuyo apellido de soltera era Godstein— vivió en
Greenwich Village, Nueva York, donde trabajaba de periodista. En 1947 se casó
con Carl Friedan, tras lo cual el matrimonio se trasladó a las afueras. Allí, Betty
se convirtió en una madre a tiempo completo. Un día tras otro llevaba a sus hijos
a la escuela y disfrutaba de la maternidad, sin embargo, también quería retomar
su trayectoria profesional, por lo que regresó al periodismo. O, al menos, lo
intentó. En 1957 se celebró el decimoquinto reencuentro de los antiguos alumnos
del Smith College, y decidió escribir un artículo al respecto para la revista
McCall’s. Para recoger la información que necesitaba, ideó una encuesta.
[1954]
Las preguntas estaban ante todo relacionadas con las reacciones de sus
compañeras de clase ante el hecho de ser mujer y la manera en que había
afectado su sexo a sus vidas. Se se encontró con que «había un número
abrumador de mujeres que se sentían insatisfechas o aisladas y envidiaban a sus
maridos, que tenían otras vidas, amigos, colegas y desafíos fuera del hogar».
No obstante, McCall’s rechazó su artículo: «El editor, un hombre, sostenía
que no podía ser cierto». Entonces Friedan presentó el escrito a Ladies’Home
Journal. Allí reescribieron el artículo de tal manera que acabó por decir lo
contrario de lo que ella pretendía expresar. Tras esta experiencia probó suerte
con Redbook, cuyo editor exclamó a su agente: «A Betty se le ha caído un
tornillo».
[1955] Estaba convencido de que sólo una «neurótica» podía escribir una
cosa así. Aunque tarde, Friedan se dio cuenta de que lo que había escrito
«suponía una amenaza para la propia razón de ser del mundo de las revistas
femeninas», por lo que decidió ampliar en un libro lo que había descubierto
acerca de las mujeres.
[1956] En un principio pensó titularlo The Togetherness
Woman, aunque más tarde se decidió por The Feminine Mystique. Con este título
hacía referencia a la asunción generalizada de que a las mujeres les gustaba ser
amas de casa y madres confinadas en el hogar, y no tenían ningún interés en
cuestiones sociales, políticas o intelectuales más allá de estos límites, ni sentían
la necesidad de realizarse en el ámbito profesional. Le sorprendió darse cuenta
de que no siempre había sido así: de hecho, las mismas revistas que habían
rechazado su artículo dedicaron sus páginas hasta la segunda guerra mundial a
asuntos muy diversos.
En 1939, las heroínas de los relatos publicados por las revistas femeninas no siempre eran jóvenes,
aunque en cierto modo lo eran más que las de hoy. […] La mayor parte de las heroínas de las cuatro
principales revistas de este tipo (que eran entonces Ladies’ Home Journal, McCall’s, Good
Housekeeping y Women’s Home Companion) eran mujeres con una profesión… Y el espíritu, el coraje,
la independencia y la determinación, la fuerza de carácter que mostraban en sus trabajos como
enfermeras, profesoras, artistas, actrices, redactoras y dependientas formaban parte de su encanto.
Tenían un cierto halo que hacía de su carácter individual algo digno de admiración y que no carecía de
atractivo. Los hombres se sentían atraídos por ellas por su espíritu y su carácter tanto como por su
aspecto.
[1957]
La guerra puso fin a esta situación, según su parecer. El hecho de salir a
combatir resultó satisfactorio hasta lo indecible para toda una generación de
hombres, pero habían regresado a sus hogares, donde los esperaban sus
«mujercitas», y en no pocas ocasiones habían aumentado a una familia
concebida de forma deliberada antes de que el hombre se fuera de casa. Estos
hombres regresaron a sus dignos puestos de trabajo o aprovecharon las
oportunidades de formación que les ofrecía el ejército. A raíz de esto se había
establecido un nuevo modelo, que, unido al movimiento migratorio hacia los
barrios residenciados, había acabado de aislar a la mujer. Sin embargo, alrededor
de 1960, la frustración de la mujer iba a desbordarse, según afirmaba Friedan; la
ira y las neurosis habían alcanzado un nivel sin precedentes a juzgar por el
cuestionario que había elaborado. No obstante, parte del problema era que éste
no tenía un nombre, y de ahí el motivo de su libro. El Problema sin nombre se
convirtió en La mística de la feminidad.
La crítica de Friedan tenía un gran alcance y surgía de una extensa
investigación; su ira (porque el libro constituía una tesis polémica pero
pacientemente estudiada) tenía por objeto no sólo a las revistas femeninas y a la
avenida Madison, por presentar a las mujeres como miembros de un «cómodo
campo de concentración», rodeadas de lo último en lavadoras, aspiradoras y
otros artilugios que ahorraban trabajo, sino también a Freud, Margaret Mead y a
las universidades, por hacer que las mujeres intentasen amoldarse a un ideal
estereotipado.
[1958] La teoría freudiana acerca de la envidia del pene era, en su
opinión, un modo anticuado de decir que las mujeres eran inferiores y no estaba
respaldado por ninguna prueba digna de credibilidad. Sostenía que los estudios
antropológicos de Mead, a pesar de describir las diferencias entre las mujeres de
diversas culturas, seguían ofreciendo un ideal de la feminidad esencialmente
pasivo, acorde —una vez más— con los estereotipos al uso. Hacía la reveladora
observación de que la vida de la propia Mead —que tenía una profesión, se
había casado en dos ocasiones y poseía una amante lesbiana, así como un
matrimonio abierto— escapaba por completo a lo que reflejaba en sus escritos y
constituía un modelo mucho mejor de la moderna mujer occidental.
[1959] Con
todo, el estudio de Friedan fue también uno de los primeros trabajos de renombre
que llamaba la atención acerca de los aspectos prácticos cruciales de la
feminidad. Investigó cuántas mujeres contraían matrimonio durante la
adolescencia y veían por tanto truncadas sus carreras profesionales y su vida
intelectual; se preguntaba cuántas habrían ayudado a su marido a obtener una
titulación (que ella llamaba el Ph. T.: Putting Husband Through College).
[1960]
[1961] Asimismo, fue una de las primeras en hacer notar que, como consecuencia
de estas circunstancias, era siempre la madre quien acababa golpeando y
regañando a los hijos.
El libro de Friedan dio en el clavo, y no sólo en lo relativo a la gran cantidad
de ejemplares que se vendieron, sino también porque dio pie a la creación de la
Comisión Presidencial sobre la Condición de la Mujer. El informe de esta
entidad apareció en 1965 y detallaba los sueldos discriminatorios que percibían
las mujeres (la mitad que el salario de un hombre, en promedio) y la caída de la
proporción de mujeres en puestos de trabajo ejecutivos. Cuando el informe se
perdió en el marasmo de la burocracia de Washington, surgió un grupo de
mujeres decididas a luchar por sus propios derechos. Betty Friedan fue una de
las que se reunieron en la capital del estado para crear lo que alguien de entre las
congregadas llamó «una NAACP para mujeres».
[1962] El acrónimo que se
decidió finalmente fue el de NOW (‘ahora’, siglas correspondientes a la
Organización Nacional de Mujeres). Acababa de nacer el movimiento
feminista.
[1963]
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