
Alain Touraine
Sociólogo
Somos cada vez más incapaces de combinar la diversidad cultural con el hecho de pertenecer a la misma nación y defender valores universalistas.
Alain Touraine es considerado uno de los más importantes sociólogos contemporáneos. Su trayectoria intelectual y su producción científica han impactado de manera notable en las ciencias sociales, especialmente en Europa, Estados Unidos y América Latina. Sus libros han sido traducidos a varias lenguas incluyendo las orientales. La obra de Touraine se ha enfocado al problema central de la reflexión social: la relación individuo-sociedad.
Ha recibido varias condecoraciones en Europa y en América Latina, entre ellas la Orden de la Legión de Honor y numerosos Doctorados Honoris Causa. La obra de Alain Touraine ha significado una influencia decisiva en las ciencias sociales latinoamericanas.
Nacido en 1925 en Hermanville-sur-Mer, Francia, Alain Touraine realizó estudios en las universidades de Columbia, Chicago y Harvard y fue investigador del Consejo Nacional Francés hasta 1958. En 1960 se convirtió en investigador senior del École Pratique des Hautes Études, actualmente la prestigiosa Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París, donde fundó el Centro de Análisis y de Intervención Sociológicos, CADIS.
Touraine es un férreo opositor a las políticas neoliberales que se han implementado durante la década de los 90. En los últimos años del s. XX, el autor, en los libros Crítica de la modernidad y Qué es la democracia, puso en el centro del debate la cuestión del sujeto y la democracia. Y elabora la idea de democracia como “no solamente un conjunto de garantías institucionales, una libertad negativa. Es la lucha de los sujetos, en su cultura y en su libertad, contra la lógica dominadora de los sistemas”.
Este sociólogo francés ha publicado más de una veintena de libros, entre los que destacan Actores sociales y sistemas políticos en América Latina, Sociología de la acción, El regreso del actor o Movimientos sociales de hoy: actores y analistas. En enero de 2005 publicó Un nuevo paradigma para comprender el mundo hoy.
Toda su obra constituye una sociología de la acción, estudiada al nivel práctico durante el primer período, al nivel mas histórico durante el segundo período y de una manera mas filosófica durante el tercero.
Ha intentado durante toda su vida vincular entre si diferentes tipos de estudios: teórico-analíticos, investigaciones empíricas de tipo puramente sociológico, análisis de acontecimientos históricos reales y, finalmente, libros de tipo más polémico o íntimo. Siempre ha considerado como indispensable estar informado lo mejor posible sobre los diferentes tipos de sociedades, lo que lo indujo a escribir un libro sobre las universidades y el movimiento estudiantil estadounidense, a seguir con sumo interés la evolución del Canadá de habla francesa, a realizar un gran estudio sobre los países postcomunistas de Europa Oriental y a dedicar gran parte de su tiempo al estudio de los países del continente latinoamericano.
La obra de Touraine se puede dividir en tres etapas: la primera, dedicada a la sociología del trabajo y más precisamente a la sociología de la conciencia obrera. Es durante este período cuando escribió sus primeros trabajos en América Latina sobre los obreros chilenos de las minas de carbón y de la metalurgia; también hay que destacar su libro La sociedad postindustrial.
En la segunda etapa, Touraine se centra en los acontecimientos de Mayo del 68 y en los golpes militares en América Latina, lo que le condujo a concentrar su interés en el estudio de los movimientos sociales. Con un grupo de amigos, elaboró un método de intervención sociológica y realizaron una serie de estudios. Y en la tercera etapa, su idea predominante es la del sujeto, considerado como el principio central de la acción de los movimientos sociales.
https://thinkingheads.com/latam/conferencistas/alain-touraine/
Entrevista a Alain Touraine
¿Hacia dónde considera usted que debería caminar la educación en México y América Latina durante los próximos años?
La educación tiene que seguir dos caminos aparentemente opuestos, pero de manera simultánea. La primera dirección es que la educación tiene que estar más conectada, más vinculada a la vida económica en el sentido de preparar puestos de trabajo, especialidades técnicas, etcétera. Esto es una cierta diversificación profesional, cierta profesionalización. Segundo, de manera aparentemente opuesta, la educación tiene que dar una formación en instrumentos generales — universales, digamos— de actividad intelectual, como por ejemplo conocer bien el idioma nacional; tener conocimientos de informática, porque el estudiante de mañana, y de hoy ya, va a utilizar de modo constante instrumentos informáticos. También tiene que conocer, a nivel internacional, conocimientos culturales, sociales e históricos. Digamos abiertos sobre el mundo.
La primera cosa negativa que hay que disminuir es la concentración sobre los temas nacionales de tipo específico: la historia, incluso la historia literaria. Esto puede parecer agresivo, pero no lo es de ninguna manera, en especial en el caso del país hispanoparlante. Ustedes tienen la suerte de tener un idioma de tipo mundial; entonces, conocer el mundo hispánico, conocer todo el mundo latinoamericano, incluso Brasil, es muy importante, más que una historia propiamente mexicana. Abrir las puertas es fundamental y hacer lo más posible por contar con una educación problemática. Hay problemas; en cada momento hay que escoger entre varios caminos. Por ejemplo, en el orden económico es imposible, en el momento actual, no abrir un debate entre el aspecto abierto de la mundialización liberal de la economía y, de manera opuesta, un control social y político de la economía por parte del gobierno y las autoridades públicas; se tienen que tomar en cuenta las necesidades y las demandas de la población. Eso es el ejemplo típico del aspecto problemático.
En síntesis: las dos orientaciones más importantes de la educación son: primero, ser problemático, y segundo, ser proactivo (preparado para una acción); que cada vez que se emite una opinión o un análisis, sepamos cuáles pueden ser las consecuencias prácticas. Si se habla de la urbanización y sus efectos, hay que intervenir ¿en qué sentido?, ¿qué tipo de transformación, cambio o desarrollo urbano hay que favorecer? O en cuanto a la migración: ¿es buena o mala? Se ha trabajado mucho el tema de la frontera en México. Se ha hablado de la cultura de la frontera. El tema de los migrantes y, ahora, el tema del regreso de algunos migrantes a México; la importancia de las remesas; el problema de la doble cultura... Todo es exactamente lo que yo llamo una educación problemática..., es hacer un esfuerzo por presentar un tema no como un conjunto de hechos, sino como un conjunto de decisiones que tomar, de política que desarrollar, escoger y llevar a cabo.
¿Podría mencionarnos alguna otra herramienta que usted considere fundamental?
Hay elementos de tipo matemático e idiomático; evidentemente en un país como México, que tiene todo su comercio con Estados Unidos, que colinda con él, los mexicanos tienen que conocer el inglés, por supuesto el español y este último abierto a todo el continente, así como un mínimo de conocimientos matemáticos, en el sentido de tener una conciencia de la realidad, del cálculo; por ejemplo en el aspecto estadístico, tener la capacidad de medir la realidad y los problemas. No decir "hay muchos", sino hay dos millones y medio. El aspecto estadístico me parece importante para conocer la realidad.
Yo diría que, actualmente, es imposible no incorporar en un programa de educación un análisis de fondo de algunos problemas fundamentales, como el del narcotráfico y el de la violencia, de la violencia urbana en particular. Es una cosa innegable. Un joven mexicano tiene que pensar en ello: ¿por qué tanta violencia?, ¿de dónde viene el narcotráfico?, ¿cómo se puede evitar o eliminar? En fin, es un problema que no hay que adivinar; es un problema cívico. Es lo que yo llamo proactivo, ¿cuáles son las consecuencias si yo hablo del narcotráfico?, ¿cuál es el debate que hay que abrir? Ése es el aspecto problemático; insisto, me parece que es muy importante.
Entrevista por: Lizeth Arámbula.
Notas
1 Sociólogo francés cuya trayectoria intelectual y producción científica han impactado de manera notable las ciencias sociales en Europa, Estados Unidos y América Latina. Profesor invitado en la Universidad de Columbia y docente en la Universidad de Nanterre, fue director del Centre d'Études des Mouvements Sociaux de París (École des Hautes Études en Sciences Sociales). Su obra se ha centrado en el problema de la reflexión social: la relación individuo-sociedad. Analizó los modelos de conducta del individuo con base en el sistema de trabajo; desarrolló para ello el método accionalista o "sociología de la acción", consistente en un análisis sociológico de la civilización industrial que se caracteriza por la importancia que se da al proceso de trabajo.
cielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-109X2013000100012
Alain Touraine: un nuevo paradigma o el fin del discurso social sobre la realidad social
Resumo
ALAIN TOURAINE - Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy
El fin de lo social (reseña de Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy, de Alain Touraine)
El fin de lo social
Carlos A. Gadea
Algunos años atrás, Jean Baudrillard me permitió tomar contacto, por primera vez, con un excitante diagnóstico acerca del supuesto «fin de lo social». En un trabajo titulado Cultura y simulacro (Kairós, 1978), Baudrillard se preguntaba, por ejemplo, si las sociedades modernas respondían a un proceso de socialización o de desocialización progresivo y admitía que aquellas instituciones que jalonaron los «progresos de lo social» (urbanización, trabajo, producción, escolarización, etc.) parecían ahora producir y destruir lo social de forma simultánea. La expansión de los medios de comunicación y la información no había conseguido más que neutralizar las relaciones sociales, atomizando lo social en sentido profundo.
Posteriormente, en las brillantes reflexiones de Zygmunt Bauman fue posible encontrar los mismos síntomas que definirían nuestra compleja contemporaneidad. Su trabajo Modernidad líquida (Fondo de Cultura Económica, 2002) nos enfrenta a una modernidad en la que las instituciones y los valores constitutivos parecen «derretirse» y perder su rigidez y solidez características, para asumir un novedoso estado de fluidez y flexibilidad. La «modernidad líquida» de Bauman es aquella en la que las lealtades a creencias y grupos de pertenencia se difuminan en el contexto de las transformaciones socioculturales y de los nuevos dilemas de la globalización.
Si alguien pretendiera encontrar posibles similitudes entre el pensamiento de Baudrillard y las reflexiones de Bauman acerca del destino del proyecto histórico de la modernidad, comprendería que su tarea no es demasiado complicada. Pero ¿cuáles son los puntos comunes entre estos dos autores y las actuales y lúcidas reflexiones del sociólogo francés Alain Touraine? A simple vista, pareciera que muy pocos. Recordemos que Touraine fue uno de los principales introductores de la categoría de «movimiento social» en la academia, lo cual generó una importante discusión en torno de fenómenos sociales que tenían como centro de análisis la acción social y la emancipación política. Así, Touraine fue reconocido por su definición de una sociología cuyo fundamento consistía en entender y explicar los movimientos sociales (véase Sociología de la acción, Ariel, 1965), con una clara preocupación metodológica centrada en las categorías de modernidad, democracia, acción social y emancipación.
Sin embargo, su última obra, Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy, nos depara algunas sorpresas, que podríamos ubicar junto a las reflexiones de Baudrillard y Bauman. Sin duda, Touraine no puede esconder su posición intelectual como militante de la «emancipación del sujeto», una línea de pensamiento y reflexión política que se encontraba sistematizada en una obra anterior, ¿Podremos vivir juntos? Iguales y diferentes (Fondo de Cultura Económica, 1997). Pero la radicalidad de sus actuales análisis trasciende cualquier posible sesgo de ingenuidad interpretativa o pose de corrección política. El Touraine que estudiaba y teorizaba sobre los movimientos sociales, el mundo del trabajo y los conflictos de clases dio paso, con el correr del tiempo, a un intelectual cuyo campo de análisis estaría más interesado por el «sujeto» de la acción social.
En ese sentido, considero que su último libro es una clara continuación de ¿Podremos vivir juntos? En los dos casos, se trata de brillantes análisis de los cambios sociales y culturales que las sociedades modernas han experimentado a lo largo de las últimas tres décadas. Lo que su última obra tiene de diferente es una evidente preocupación por incorporar a los diagnósticos una postura metodológica que considera ineludible para la actualidad de la sociología. En efecto, al afirmar que «ya no podemos, ya no debemos, pensar socialmente los hechos sociales» (p. 105), Touraine sugiere que todo el cuerpo interpretativo en el que la ciencia social fundamentaba su organización y sus líneas de actuación ya no es funcional para comprender el mundo de hoy. «Este paradigma que se debilita se ha construido sobre la idea de que la sociedad no tiene otro fundamento que lo social» (p. 63), es decir un modelo que representa y organiza la existencia en términos económico-sociales, en base a categorías como clase, trabajo, producción, capital y mercado. Según Touraine, ya no es posible explicar el mundo en que vivimos a partir de estas categorías. El proceso de globalización, la carencia de mecanismos institucionales de regulación social y el progresivo aislamiento y la exclusión de los individuos son factores que suelen presentarse como desencadenantes de una nueva manera de pensar la realidad actual, a partir de un paradigma de carácter cultural.
La «primera modernidad», entretenida en los avatares de la formación de los Estados modernos, los Estados nacionales y las revoluciones políticas del siglo XIX, había sustituido el orden religioso y su explicación del mundo por un orden político y un nuevo paradigma explicativo de la realidad. La «segunda modernidad», surgida con la industrialización, la urbanización y la escolarización, sería, entonces, la que lograría consolidar una representación propiamente social de la sociedad. Ésta es la representación que Touraine considera en crisis, dado que en la actualidad ya no son los conflictos y problemas propios de la «segunda modernidad» los que se presentan con más fuerza. Al «fin de lo social», la desocialización y la crisis de todos los valores «sociales», debe añadirse una nueva imagen: «el incremento de las reivindicaciones culturales, tanto bajo una forma neocomunitaria como de apelación a un sujeto personal y de reivindicación de derechos culturales. Hablábamos de ‘actores sociales’ y de movimientos sociales; en el mundo en que ya hemos entrado, tendremos que hablar con mayor frecuencia de sujetos personales y de ‘movimientos culturales’» (p. 27).
Afirmar que vivimos la «destrucción de la sociedad» –es decir, la destrucción de una visión social de la vida social– implicaría abordar un análisis «no social» de la realidad. Ésta es la idea central que Touraine aborda en la primera parte de su libro, presentando el conjunto de fenómenos sociales sintomáticos de una desintegración social y de ruptura de los vínculos sociales. En la segunda parte se presenta un esfuerzo por «construir la imagen de una sociedad que ha llegado a ser ‘no social’, en la que las categorías culturales reemplazan a las categorías sociales, en la que las relaciones de cada cual consigo mismo son tan importantes como lo fuera antaño la conquista del mundo» (p. 15). Aquí es donde Touraine expone las nociones centrales del nuevo paradigma. Para aquellos que ya habían leído su libro anterior, no resultará demasiado novedoso. La descripción de la «lógica instrumental» de la modernidad no necesariamente sugeriría la desaparición de los actores sociales, quienes «están impacientes por afirmarse y lograr el reconocimiento de su libertad de sujetos» (p. 307).
Recordando a Foucault, podemos afirmar que la racionalización de la sociedad conduce al fortalecimiento de la lógica de la integración social, del control y, por lo tanto, a la materialización de una multiplicidad de mecanismos de poder asfixiantes para el individuo. En un mundo en movimiento, imposible de controlar, Touraine parece adherir a estos diagnósticos, advirtiendo que lo único que se posee es un principio de resistencia y de legitimidad del comportamiento: la defensa del derecho a existir como individuo y no estar fuera del mundo. Si estos derechos revestían antes características políticas y luego sociales, ahora son eminentemente culturales, ya que aluden a problemas relacionados con la sexualidad, la religión y las diversas formas de vida. Invirtiendo la conocida sentencia de Habermas acerca de la «colonización del mundo de vida por el sistema», Touraine pareciera sugerir que, en la actualidad, el mundo privado ha invadido el público, y la cultura, a la política.
Lo que Touraine manifiesta con su sentencia acerca del «fin de lo social» es parte de una madurez intelectual que tiene en su matriz metodológica una concepción ambigua de la modernidad histórica: La ruina de las sociedades tiene, sin duda, tantos aspectos negativos como positivos. La desocialización conduce a la destrucción de los lazos sociales, a la soledad, a la crisis de identidad, como he dicho, pero al mismo tiempo libera de pertenencias y reglas impuestas. Ahora bien, la modernidad no solamente no se encuentra debilitada por ello, sino que se convierte en la única forma de resistencia a todas las formas de violencia y a ella corresponde reconstruir instituciones que no estarán ya al servicio de la sociedad (…), sino al de la libertad creadora de cada individuo (pp. 103-104).
Según se entiende, la modernidad es generadora de auténticas demandas de subjetivación, de afirmación y reconocimiento de aspectos culturales y de identidad personal, un proceso de individualización que defiende los derechos de cada uno a controlar los juicios de valor sobre cómo comportarse frente a los otros y consigo mismo. Esto sin duda evidencia, para la sociología de Touraine, la gran característica de la modernidad: su continua tensión entre un universo instrumental (bajo los contornos racionalizadores de la sociedad) y un universo simbólico (caracterizado por las experiencias de producción y afirmación de los sujetos sociales).
Touraine propone, una vez más, una observación de nuestra contemporaneidad que no ofrece una sola imagen, sino dos: la racionalización y la subjetivación, el universo instrumental y el universo simbólico, la socialización y ladesocialización, el sometimiento de los individuos y la libertad del sujeto. En la base de sus análisis se encuentra nuevamente la idea de que en la actualidad «existen, por una parte, fuerzas de destrucción de los actores sociales que actúan invocando la necesidad natural y, frente a ellas, figuras del sujeto (religiosas, políticas, sociales o morales) que resisten a lo que amenaza a la libertad. Entre las dos se mantienen (o incluso se refuerzan) instituciones que se esfuerzan por dar forma a la autonomía de lo social» (p. 31).
Para Touraine, es en el análisis de estas tensiones donde debe ubicarse una sociología que defienda su campo de actuación. Si bien la modernidad ha sido siempre impulsada por la idea de sociedad, «hoy solo puede desarrollarse desembarazándose de ella, combatiéndola incluso, y apoderándose del sujeto, que es cada vez más directamente opuesto a la idea de sociedad» (p. 103). ¿Tendríamos entonces una sociología sin sociedad? Tal vez, si se advierte que no es posible, en la actualidad, una sociología que no reconozca la noción de sujeto y los aspectos culturales como de inevitable centralidad analítica. Touraine ha transitado de una sociología de los movimientos sociales hacia una del «sujeto» de la acción social. En su último libro, está claro su interés por analizar la potencialidad expresiva subyacente en la idea de sujeto y actor social. Es que, para Touraine, cada vez que hubo algún tipo de retroceso, como actores sociales terminamos reforzándonos como sujetos personales: un viraje empírico que sugeriría un consecuente viraje teórico y analítico.
Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 204, Julio - Agosto 2006, ISSN: 0251-3552
https://nuso.org/articulo/el-fin-de-lo-social-resena-de-un-nuevo-paradigma-para-comprender-el-mundo-de-hoy-de-alain-touraine/
Touraine, Alain
Alain Touraine es un sociólogo a quien afectaron
profundamente los sucesos de mayo de 1968 en París. Como profesor en la
Universidad de Nanterre, Touraine vio que la acción política estudiantil en
1968 había dejado de ser una reacción, ya no estaba contenida en las formas
políticas y las relaciones de poder existentes. Se había convertido en una
forma de comportamiento diferenciada por su carácter transformador: unos
aspectos fundamentales de la estructura social estaban en proceso de
transformación debido a lo que Touraine llamaría un «movimiento social». Pese a
sus numerosos estudios sobre obreros y estudiantes y un examen oportuno del
sistema académico norteamericano, además de libros y artículos sobre
Latinoamérica, la conceptualización y el estudio que hace Touraine constituyen,
sin duda, el rasgo aislado más importante de su sociología de la vida política.
El elemento clave del movimiento social es la acción: la acción contra el
sistema social. Su ambición, especialmente en su obra más tardía, es demostrar
que ese énfasis en la acción no tiene por qué conducir inevitablemente al
voluntarismo o el individualismo. Ni uno ni otro ofrecen una percepción
del sujeto de la acción.
Alain Touraine nació el 3 de agosto de 1925 en
Hermanville-sur-Mer, Francia. Su padre era un médico que procedía de una larga línea de ejercicio de
la medicina. Aunque iba destinado a una carrera académica al entrar en la École
Normale Supérieure, donde obtuvo su agrégation, Touraine decidió
romper con la tradición familiar después de la guerra y fue a trabajar en una
mina de carbón en el norte de Francia. Esta experiencia alimentó su interés por
la sociología y, en 1950, se asoció al sociólogo Georges Friedmann en el Centre
National de la Recherche Scientifique (Centro Nacional de Investigaciones
Científicas). El primer gran trabajo de investigación de Touraine fue un
estudio del trabajo en la fábrica de coches Renault de París, y se publicó en
1955. Su siguiente libro importante, Sociologie de l'action,
es de diez años después. En 1952 Touraine dejó Francia y fue a estudiar a
Norteamérica con Talcott Parsons y Paul Lazarsfeid. También impartió clases en
varias universidades norteamericanas, entre ellas UCLA. Ello le convierte en
uno de los escasos sociólogos franceses con conocimiento de primera mano de la
sociología norteamericana. En gran parte, la teoría de la acción social de
Touraine es una crítica de la teoría del sistema social de Parsons. Desde 1960,
Touraine es profesor en la École des Hautes Études en Sciences Sociales.
La experiencia de Touraine en mayo de 1968 le
confirmó en la opinión de que una teoría rígida que concibe la sociedad como un
conjunto orgánico y funcional, caracterizado esencialmente por su interés en
reproducirse, era insuficiente. Porque no explicaba cómo se transformaban las
sociedades, ni daba el peso debido a las diversas formas de acción social.
Aunque se opone al primer Foucault y a versiones dogmáticas del
estructuralismo, Touraine, en un estudio reciente sobre la modernidad (1), ha
reconocido la importancia de las obras posteriores de aquél sobre la historia
de la cárcel y la sexualidad, por haber reintroducido la materia en el estudio
de la vida social.
Aunque Touraine destaca la importancia de la acción
social, no se olvida, en absoluto, de los efectos de la estructura y la
«historicidad» sobre los actores. La sociedad no se limita a ser el resultado
de acciones o hechos aislados, que ella pone en su lugar. Al contrario, para
que la acción produzca nuevos elementos de la estructura social (a través de la
cual se reproduce la sociedad), debe trabajar a través y en contra de las
instituciones existentes y las formas culturales relativamente permanentes. Por
otro lado, sería difícil subestimar la importancia que Touraine otorga a la
acción en la constitución de la sociedad. Para comprenderlo, no tenemos más que
recordar el argumento planteado poco después de 1968 en La producción
de la sociedad, donde Touraine afirma que la sociedad no es más que la
acción social, porque «el orden social no tiene garantía metasocial de su
existencia» (2). En sus trabajos de principios de los 70, Touraine sigue usando
el término «sociedad» y la sociología sigue siendo el estudio de la sociedad,
como había sido para Durkheim, pero con la variación de que ahora se considera
que la sociedad es un sistema capaz de transformarse. Para Durkheim, en cambio,
la sociedad era un sistema orgánico cuyo estado normal era de equilibrio. Más
adelante, sobre todo en los años 80, Touraine pregunta si la sociología puede
hacer justicia a las nociones de acción y transformación y seguir siendo el
estudio de la sociedad. Su respuesta es que no puede, y que debe convertirse en
el estudio del cambio a la luz de los avances en las ciencias naturales sobre
aspectos como el sistema abierto. Más profundamente, desde el punto de vista de
la sociología, Touraine afirma que la clase –como ejemplar de una serie de
condiciones determinadas– debe dar paso al reconocimiento de que las acciones,
y no las condiciones reconocidas, revelan las relaciones de dominación y
subordinación y que, por tanto, la «clase», como categoría explicatoria, debe
dejar paso al «movimiento social» (3). Sin embargo, esta atención al cambio no
debe crear la opinión de que ya no existen problemas estructurales; la acción
asume su verdadero significado sólo en relación con la estructura. Más
exactamente, ¿cómo define Touraine la naturaleza de los «movimientos sociales»?
En primer lugar, vincula su análisis (4) a la
designación de tres formas de conflicto social: 1) conducta colectiva
defensiva, en la que podría exigirse una reforma concreta; 2) luchas sociales
que pretenden modificar las decisiones, o incluso un sistema de decisiones; y
3) movimientos sociales. En el ejemplo de la fábrica, que Touraine da para
ilustrar estas tres formas, la acción colectiva se manifestaría en la demanda
de que las diferencias salariales entre personas con las mismas calificaciones
queden abolidas. Se trata de una reforma concreta relacionada con una
estructura ya existente. La lucha social se produciría si los trabajadores
reclamaran un papel más importante en la toma de decisiones. Por último, el
intento de provocar una transformación de las relaciones sociales de poder en
la fábrica y, por tanto, en el conjunto de la sociedad, correspondería a la
aparición de un movimiento social.
En general, un movimiento social es una fuerza
activa, más que reactiva, a diferencia del comportamiento colectivo, que es
siempre reactivo. Los movimientos sociales suelen luchar por el control de la
«historicidad». Este término se refiere a las formas y estructuras culturales
generales de la vida social. Si el término «sociedad» se refiere a la
integración social, «movimiento social» implica una acción conflictiva que se
opone a una forma existente de integración social. Ese desafío a la integración
social actual no es, en absoluto, lo mismo que una crisis de la sociedad y el
derrumbe de su organización. Por consiguiente, los cambios producidos por la
acción social no pueden considerarse patológicos ni «disfuncionales», para
utilizar los términos de Parsons. Una sociología de los movimientos sociales
es, pues, muy diferente de un estudio de la sociedad como sistema orgánico en
el proceso de evolución gradual de una a otra forma; por ejemplo, la evolución
de la sociedad occidental de la tradición a la modernidad.
Una sociología que toma en serio el concepto de
acción como base de la vida social considerará ahora que las clases sociales
son actores, y no la mera concreción de una situación marcada por la tradición.
Al contrario que Marx, Touraine afirma que no existe la clase por sí sola,
porque no existe sin una conciencia de clase. «La clase social es la categoría
en cuyo nombre actúa un movimiento» (5). Como ejemplo de movimiento social,
Touraine señala el movimiento feminista. En él, el objetivo no es sólo
reaccionar ante las desigualdades inexistentes apelando a los valores
liberales, sino trabajar para cambiar las normas y los valores de la vida
cultural y social. Con la eficacia del movimiento feminista se hace posible que
los hombres asuman una posición distinta en el hogar y las mujeres tengan
nuevas oportunidades en la vida pública. El movimiento de mujeres es ejemplar
también porque no puede reducirse a ninguna forma política previa como un
partido político. Un movimiento social siempre trasciende la política de partidos.
Para Touraine, el surgimiento de los movimientos
sociales coincide con la desaparición de las sociedades muy estratificadas y
jerárquicas. Ello no quiere decir que se haya logrado la igualdad total, sino
que ha habido un enorme crecimiento de la clase media en las sociedades
industrializadas de Occidente, y las barreras sociales se ven constantemente
derribadas, precisamente, porque el tipo de formación social que se ve ahora
puede intervenir para modificar su propia estructura. Junto a la desaparición
de las sociedades de clases y jerarquías rígidas, se han desvanecido las
condiciones objetivas que determinan la acción; por ejemplo, a la manera de la
relación marxista entre infraestructura y superestructura. Dado que ahora la
acción determina las condiciones, el sociólogo debe admitir que es imposible
estudiar los movimientos sociales sin verse involucrado en ellos. Como dice
Touraine, la fría objetividad no es capaz de entrar en contacto con el calor
del movimiento social. La acción debe estudiarse desde dentro, pero ello no
significa que el investigador adopte la ideología de los actores. Justo al
contrario. El objetivo es llegar a una «inversión», que Touraine denomina
«conversión». El investigador lo aplica, en primer lugar, a sí mismo, y después
lo prueba con los actores, para aproximar al investigador y a los actores lo
más posible, con el fin de extraer el máximo significado posible del conflicto.
Más recientemente (1992), Touraine ha renovado el
estudio de la modernidad. Para empezar, ello ha supuesto un regreso a las
definiciones predominantes de la modernidad, formuladas en los comienzos de la
era moderna con Descartes y la Ilustración. Incluso en esta lectura, resulta
claro para Touraine que la modernidad es esencialmente de orientación secular y
excluye toda finalidad. Sin embargo, en su compromiso con el progreso, la
modernidad no excluye un posible fin de la historia, pese a que dicha
posibilidad parecería anulada por el predominio de la racionalidad
instrumental. Esta última –la zweckrationnalität de Weber, o
racionalidad de medios y fines– lleva a la valoración de los medios; los medios
(tecnológicos, científicos, lógicos, etc.) se convierten en fines. La
racionalidad instrumental predomina mientras siguen en vigor los valores de
razón, libertad, método, universalismo y progreso de la Ilustración.
Igualmente, el yo o individuo, concretado en el ciudadano, se convierte en el
centro de la acción política y social y da a la era moderna su constitución
histórica distintiva.
Con la llegada de la Escuela de Francfort, la obra
del primer Foucault y, últimamente, los «postmodernos», la razón, tanto
instrumental como universal, el sujeto, las ideologías y la noción de valores
definitivos están sometidos a grandes presiones. Se considera que la modernidad
produce las opresiones que está intentando superar; la razón instrumental
parece engendrar una trivialización de la vida, y se ve al sujeto como el
producto de la ideología, o de una configuración epistemológica concreta que
ahora está a punto de desaparecer.
Como respuesta, Touraine afirma que la crítica no
reconoce que la modernidad está dividida en contra de sí misma: es
«autocrítica» y «autodestructiva». Los escritos de Nietzsche y Freud son la
mejor prueba de esa división, los mismos textos que se han usado, con
frecuencia, en la crítica de la modernidad, incluyendo las que están presentes
en los textos postmodernos. Además, y con especial referencia a la
Escuela de Francfort –que, a su juicio, es insoportablemente elitista–,
Touraine destaca que está muy bien denunciar la racionalidad tecnológica en
nombre de un fin universal, pero que siempre existe el riesgo de que la empresa
obtenga un resultado totalitario. En cualquier caso, continúa,
La debilidad de nuestras sociedades no procede de
la desaparición de los fines destruidos por la lógica interna de los medios
técnicos, sino, por el contrario, de la descomposición del modelo racionalista,
roto por la propia modernidad y, por tanto, por el desarrollo separado de la
lógica de la acción, que ya no se refiere a la racionalidad: la búsqueda del
placer, el nivel social, el beneficio o el poder (6).
En una reinterpretación de Freud, Nietzsche y, en
menor medida, Foucault, Touraine halla el medio para un posible
«reencantamiento» del mundo. Porque lo que hacen estos tres pensadores es
elaborar una crítica casi incontestable, no tanto del sujeto como del «yo», la
versión socialmente consagrada del sujeto. Es decir, tanto en su teoría como en
su práctica, estos antimodernistas reconocen la singularidad que constituye el
sujeto –el actor puro–, la entidad que no puede reducirse a una serie
convencional de comportamientos o formas simbólicas.
Partiendo de esta revitalización del sujeto
actuante, Touraine presenta asimismo un argumento apasionado en contra de la
opinión de que la sociología es reductiva. Sobre todo, en las figuras de
Nietzsche, Simmel y Weber, se está fabricando una sociología antiutilitaria.
Las pistas que han lanzado están esperando a que alguien las recoja. Del mismo
modo, en los textos que Foucault escribió sobre el sujeto hacia el final de su
vida, Touraine detecta un giro respecto a la idea de que la subjetividad
equivale a una forma de estar sometido a la idea de que el sujeto es capaz de
transformarse a sí mismo. Existe la necesidad de «reinventar» la modernidad
sobre la base de estas teorías dispersas. Existe la necesidad de encontrar un
nuevo principio de integración social que no posea los aspectos negativos de la
forma anterior de modernidad. Con la «nueva modernidad» de Touraine, el sujeto
y la razón pasan a ser conductos para los aspectos más amplios de la existencia
social («vida», «consumo», «nación» y «empresa»). En lugar de ser el principio
unificador, como ocurría en la Ilustración, el sujeto es el testigo que
«reconstruye el terreno cultural fragmentado» (7). Lejos de estar cerrado en sí
mismo –como ocurre con el yo puramente narcisista–, el sujeto se convierte en
el intento de unificar los deseos y las necesidades dentro de una conciencia
que pertenece a la nación o la empresa. De una concepción centralizada del yo,
pasamos a una concepción bipolar; ésa es la razón de que el sujeto no pueda
reducirse a ninguno de los fragmentos de la totalidad social.
Sobre todo, Touraine desea reintroducir a un sujeto
como actor y como movimiento, que sustituya, como determinante clave de la
acción, a las nociones de clase y situación reconocida. La movilización de las
convicciones, unida a aspectos morales y personales, sustituye a la importancia
del lugar de trabajo y la dirección del partido en la política. En general, el
objetivo es reinventar la esperanza, no en el sentido populista de reinventar
los orígenes, sino en el sentido de la acción que produce la elaboración de
nuevas formas sociales y la reproducción necesaria para la integración.
Toda valoración de la nueva modernidad de Touraine
debe admitir que es un antídoto poderoso para el pesimismo a
priori que, tan a menudo, caracteriza la experiencia llamada postmoderna.
Del mismo modo, mediante minuciosa atención a los matices que separan el sujeto
como actor del yo como reactor, Touraine ha logrado sacar a la luz los
problemas de la acción y la libertad de una forma que, hace menos de una
década, parecía escasamente creíble. La pregunta que se plantea todavía,
teniendo en cuenta las hipótesis de Touraine, es cómo debemos entender el paso
del yo normalizado al sujeto activo. ¿Cuál es exactamente el principio sobre el
que reside este movimiento? ¿Es la teoría de Touraine la que ofrece la base
para una nueva reflexividad? ¿O son las condiciones materiales; es decir, la
propia acción?
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