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Alan Touraine

Alain Touraine

Sociólogo

Somos cada vez más incapaces de combinar la diversidad cultural con el hecho de pertenecer a la misma nación y defender valores universalistas.












Alain Touraine es considerado uno de los más importantes sociólogos contemporáneos. Su trayectoria intelectual y su producción científica han impactado de manera notable en las ciencias sociales, especialmente en Europa, Estados Unidos y América Latina. Sus libros han sido traducidos a varias lenguas incluyendo las orientales. La obra de Touraine se ha enfocado al problema central de la reflexión social: la relación individuo-sociedad.

Ha recibido varias condecoraciones en Europa y en América Latina, entre ellas la Orden de la Legión de Honor y numerosos Doctorados Honoris Causa. La obra de Alain Touraine ha significado una influencia decisiva en las ciencias sociales latinoamericanas.

Nacido en 1925 en Hermanville-sur-Mer, Francia, Alain Touraine realizó estudios en las universidades de Columbia, Chicago y Harvard y fue investigador del Consejo Nacional Francés hasta 1958. En 1960 se convirtió en investigador senior del École Pratique des Hautes Études, actualmente la prestigiosa Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París, donde fundó el Centro de Análisis y de Intervención Sociológicos, CADIS.

Touraine es un férreo opositor a las políticas neoliberales que se han implementado durante la década de los 90. En los últimos años del s. XX, el autor, en los libros Crítica de la modernidad y Qué es la democracia, puso en el centro del debate la cuestión del sujeto y la democracia. Y elabora la idea de democracia como “no solamente un conjunto de garantías institucionales, una libertad negativa. Es la lucha de los sujetos, en su cultura y en su libertad, contra la lógica dominadora de los sistemas”.

Este sociólogo francés ha publicado más de una veintena de libros, entre los que destacan Actores sociales y sistemas políticos en América Latina, Sociología de la acción, El regreso del actor o Movimientos sociales de hoy: actores y analistas. En enero de 2005 publicó Un nuevo paradigma para comprender el mundo hoy.

Toda su obra constituye una sociología de la acción, estudiada al nivel práctico durante el primer período, al nivel mas histórico durante el segundo período y de una manera mas filosófica durante el tercero.

Ha intentado durante toda su vida vincular entre si diferentes tipos de estudios: teórico-analíticos, investigaciones empíricas de tipo puramente sociológico, análisis de acontecimientos históricos reales y, finalmente, libros de tipo más polémico o íntimo. Siempre ha considerado como indispensable estar informado lo mejor posible sobre los diferentes tipos de sociedades, lo que lo indujo a escribir un libro sobre las universidades y el movimiento estudiantil estadounidense, a seguir con sumo interés la evolución del Canadá de habla francesa, a realizar un gran estudio sobre los países postcomunistas de Europa Oriental y a dedicar gran parte de su tiempo al estudio de los países del continente latinoamericano.

La obra de Touraine se puede dividir en tres etapas: la primera, dedicada a la sociología del trabajo y más precisamente a la sociología de la conciencia obrera. Es durante este período cuando escribió sus primeros trabajos en América Latina sobre los obreros chilenos de las minas de carbón y de la metalurgia; también hay que destacar su libro La sociedad postindustrial.

En la segunda etapa, Touraine se centra en los acontecimientos de Mayo del 68 y en los golpes militares en América Latina, lo que le condujo a concentrar su interés en el estudio de los movimientos sociales. Con un grupo de amigos, elaboró un método de intervención sociológica y realizaron una serie de estudios. Y en la tercera etapa, su idea predominante es la del sujeto, considerado como el principio central de la acción de los movimientos sociales.

https://thinkingheads.com/latam/conferencistas/alain-touraine/

Entrevista a Alain Touraine


¿Hacia dónde considera usted que debería caminar la educación en México y América Latina durante los próximos años?

La educación tiene que seguir dos caminos aparentemente opuestos, pero de manera simultánea. La primera dirección es que la educación tiene que estar más conectada, más vinculada a la vida económica en el sentido de preparar puestos de trabajo, especialidades técnicas, etcétera. Esto es una cierta diversificación profesional, cierta profesionalización. Segundo, de manera aparentemente opuesta, la educación tiene que dar una formación en instrumentos generales — universales, digamos— de actividad intelectual, como por ejemplo conocer bien el idioma nacional; tener conocimientos de informática, porque el estudiante de mañana, y de hoy ya, va a utilizar de modo constante instrumentos informáticos. También tiene que conocer, a nivel internacional, conocimientos culturales, sociales e históricos. Digamos abiertos sobre el mundo.

La primera cosa negativa que hay que disminuir es la concentración sobre los temas nacionales de tipo específico: la historia, incluso la historia literaria. Esto puede parecer agresivo, pero no lo es de ninguna manera, en especial en el caso del país hispanoparlante. Ustedes tienen la suerte de tener un idioma de tipo mundial; entonces, conocer el mundo hispánico, conocer todo el mundo latinoamericano, incluso Brasil, es muy importante, más que una historia propiamente mexicana. Abrir las puertas es fundamental y hacer lo más posible por contar con una educación problemática. Hay problemas; en cada momento hay que escoger entre varios caminos. Por ejemplo, en el orden económico es imposible, en el momento actual, no abrir un debate entre el aspecto abierto de la mundialización liberal de la economía y, de manera opuesta, un control social y político de la economía por parte del gobierno y las autoridades públicas; se tienen que tomar en cuenta las necesidades y las demandas de la población. Eso es el ejemplo típico del aspecto problemático.

En síntesis: las dos orientaciones más importantes de la educación son: primero, ser problemático, y segundo, ser proactivo (preparado para una acción); que cada vez que se emite una opinión o un análisis, sepamos cuáles pueden ser las consecuencias prácticas. Si se habla de la urbanización y sus efectos, hay que intervenir ¿en qué sentido?, ¿qué tipo de transformación, cambio o desarrollo urbano hay que favorecer? O en cuanto a la migración: ¿es buena o mala? Se ha trabajado mucho el tema de la frontera en México. Se ha hablado de la cultura de la frontera. El tema de los migrantes y, ahora, el tema del regreso de algunos migrantes a México; la importancia de las remesas; el problema de la doble cultura... Todo es exactamente lo que yo llamo una educación problemática..., es hacer un esfuerzo por presentar un tema no como un conjunto de hechos, sino como un conjunto de decisiones que tomar, de política que desarrollar, escoger y llevar a cabo.

¿Podría mencionarnos alguna otra herramienta que usted considere fundamental? 

Hay elementos de tipo matemático e idiomático; evidentemente en un país como México, que tiene todo su comercio con Estados Unidos, que colinda con él, los mexicanos tienen que conocer el inglés, por supuesto el español y este último abierto a todo el continente, así como un mínimo de conocimientos matemáticos, en el sentido de tener una conciencia de la realidad, del cálculo; por ejemplo en el aspecto estadístico, tener la capacidad de medir la realidad y los problemas. No decir "hay muchos", sino hay dos millones y medio. El aspecto estadístico me parece importante para conocer la realidad.

Yo diría que, actualmente, es imposible no incorporar en un programa de educación un análisis de fondo de algunos problemas fundamentales, como el del narcotráfico y el de la violencia, de la violencia urbana en particular. Es una cosa innegable. Un joven mexicano tiene que pensar en ello: ¿por qué tanta violencia?, ¿de dónde viene el narcotráfico?, ¿cómo se puede evitar o eliminar? En fin, es un problema que no hay que adivinar; es un problema cívico. Es lo que yo llamo proactivo, ¿cuáles son las consecuencias si yo hablo del narcotráfico?, ¿cuál es el debate que hay que abrir? Ése es el aspecto problemático; insisto, me parece que es muy importante.

Entrevista por: Lizeth Arámbula.

 Notas

1 Sociólogo francés cuya trayectoria intelectual y producción científica han impactado de manera notable las ciencias sociales en Europa, Estados Unidos y América Latina. Profesor invitado en la Universidad de Columbia y docente en la Universidad de Nanterre, fue director del Centre d'Études des Mouvements Sociaux de París (École des Hautes Études en Sciences Sociales). Su obra se ha centrado en el problema de la reflexión social: la relación individuo-sociedad. Analizó los modelos de conducta del individuo con base en el sistema de trabajo; desarrolló para ello el método accionalista o "sociología de la acción", consistente en un análisis sociológico de la civilización industrial que se caracteriza por la importancia que se da al proceso de trabajo.

cielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-109X2013000100012

Alain Touraine: un nuevo paradigma o el fin del discurso social sobre la realidad social

Comissão Editorial Sociologias, Raúl Enrique Rojo

Resumo


Unos meses antes de cumplir sus ochenta años Alain Touraine emprende una nueva etapa en su reflexión sociológica, proponiéndonos una clave interpretativa diferente, "un nuevo paradigma" para dar cuenta de la realidad social. En el centro de su nuevo libro se encuentra una cuestión central: la sociología ha llegado al fin de su camino y, de la misma manera en que ella sustituyó otro abordaje que proporcionaba una lectura política de la realidad social, desde hace varias décadas vemos desaparecer los instrumentos de análisis de la vida social en provecho de categorías y esquemas de análisis de tipo cultural. En particular, tiende a desaparecer toda referencia a la sociedad como principio de legitimidad de las conductas sociales en beneficio del propio individuo. Es el actor en persona, quien se atribuye esta capacidad de autolegitimación, que Touraine llama el sujeto.

por RE Rojo2005 — Unos meses antes de cumplir sus ochenta años Alain Touraine emprende una nueva etapa en su reflexión sociológica, proponiéndonos una clave


ALAIN TOURAINE - Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy



NUSO Nº 204 / JULIO - AGOSTO 2006

El fin de lo social (reseña de Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy, de Alain Touraine)

El fin de lo social

Carlos A. Gadea

Algunos años atrás, Jean Baudrillard me permitió tomar contacto, por primera vez, con un excitante diagnóstico acerca del supuesto «fin de lo social». En un trabajo titulado Cultura y simulacro (Kairós, 1978), Baudrillard se preguntaba, por ejemplo, si las sociedades modernas respondían a un proceso de socialización o de desocialización progresivo y admitía que aquellas instituciones que jalonaron los «progresos de lo social» (urbanización, trabajo, producción, escolarización, etc.) parecían ahora producir y destruir lo social de forma simultánea. La expansión de los medios de comunicación y la información no había conseguido más que neutralizar las relaciones sociales, atomizando lo social en sentido profundo.

Posteriormente, en las brillantes reflexiones de Zygmunt Bauman fue posible encontrar los mismos síntomas que definirían nuestra compleja contemporaneidad. Su trabajo Modernidad líquida (Fondo de Cultura Económica, 2002) nos enfrenta a una modernidad en la que las instituciones y los valores constitutivos parecen «derretirse» y perder su rigidez y solidez características, para asumir un novedoso estado de fluidez y flexibilidad. La «modernidad líquida» de Bauman es aquella en la que las lealtades a creencias y grupos de pertenencia se difuminan en el contexto de las transformaciones socioculturales y de los nuevos dilemas de la globalización.

Si alguien pretendiera encontrar posibles similitudes entre el pensamiento de Baudrillard y las reflexiones de Bauman acerca del destino del proyecto histórico de la modernidad, comprendería que su tarea no es demasiado complicada. Pero ¿cuáles son los puntos comunes entre estos dos autores y las actuales y lúcidas reflexiones del sociólogo francés Alain Touraine? A simple vista, pareciera que muy pocos. Recordemos que Touraine fue uno de los principales introductores de la categoría de «movimiento social» en la academia, lo cual generó una importante discusión en torno de fenómenos sociales que tenían como centro de análisis la acción social y la emancipación política. Así, Touraine fue reconocido por su definición de una sociología cuyo fundamento consistía en entender y explicar los movimientos sociales (véase Sociología de la acción, Ariel, 1965), con una clara preocupación metodológica centrada en las categorías de modernidad, democracia, acción social y emancipación.

Sin embargo, su última obra, Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy, nos depara algunas sorpresas, que podríamos ubicar junto a las reflexiones de Baudrillard y Bauman. Sin duda, Touraine no puede esconder su posición intelectual como militante de la «emancipación del sujeto», una línea de pensamiento y reflexión política que se encontraba sistematizada en una obra anterior, ¿Podremos vivir juntos? Iguales y diferentes (Fondo de Cultura Económica, 1997). Pero la radicalidad de sus actuales análisis trasciende cualquier posible sesgo de ingenuidad interpretativa o pose de corrección política. El Touraine que estudiaba y teorizaba sobre los movimientos sociales, el mundo del trabajo y los conflictos de clases dio paso, con el correr del tiempo, a un intelectual cuyo campo de análisis estaría más interesado por el «sujeto» de la acción social.

En ese sentido, considero que su último libro es una clara continuación de ¿Podremos vivir juntos? En los dos casos, se trata de brillantes análisis de los cambios sociales y culturales que las sociedades modernas han experimentado a lo largo de las últimas tres décadas. Lo que su última obra tiene de diferente es una evidente preocupación por incorporar a los diagnósticos una postura metodológica que considera ineludible para la actualidad de la sociología. En efecto, al afirmar que «ya no podemos, ya no debemos, pensar socialmente los hechos sociales» (p. 105), Touraine sugiere que todo el cuerpo interpretativo en el que la ciencia social fundamentaba su organización y sus líneas de actuación ya no es funcional para comprender el mundo de hoy. «Este paradigma que se debilita se ha construido sobre la idea de que la sociedad no tiene otro fundamento que lo social» (p. 63), es decir un modelo que representa y organiza la existencia en términos económico-sociales, en base a categorías como clase, trabajo, producción, capital y mercado. Según Touraine, ya no es posible explicar el mundo en que vivimos a partir de estas categorías. El proceso de globalización, la carencia de mecanismos institucionales de regulación social y el progresivo aislamiento y la exclusión de los individuos son factores que suelen presentarse como desencadenantes de una nueva manera de pensar la realidad actual, a partir de un paradigma de carácter cultural.

La «primera modernidad», entretenida en los avatares de la formación de los Estados modernos, los Estados nacionales y las revoluciones políticas del siglo XIX, había sustituido el orden religioso y su explicación del mundo por un orden político y un nuevo paradigma explicativo de la realidad. La «segunda modernidad», surgida con la industrialización, la urbanización y la escolarización, sería, entonces, la que lograría consolidar una representación propiamente social de la sociedad. Ésta es la representación que Touraine considera en crisis, dado que en la actualidad ya no son los conflictos y problemas propios de la «segunda modernidad» los que se presentan con más fuerza. Al «fin de lo social», la desocialización y la crisis de todos los valores «sociales», debe añadirse una nueva imagen: «el incremento de las reivindicaciones culturales, tanto bajo una forma neocomunitaria como de apelación a un sujeto personal y de reivindicación de derechos culturales. Hablábamos de ‘actores sociales’ y de movimientos sociales; en el mundo en que ya hemos entrado, tendremos que hablar con mayor frecuencia de sujetos personales y de ‘movimientos culturales’» (p. 27).

Afirmar que vivimos la «destrucción de la sociedad» –es decir, la destrucción de una visión social de la vida social– implicaría abordar un análisis «no social» de la realidad. Ésta es la idea central que Touraine aborda en la primera parte de su libro, presentando el conjunto de fenómenos sociales sintomáticos de una desintegración social y de ruptura de los vínculos sociales. En la segunda parte se presenta un esfuerzo por «construir la imagen de una sociedad que ha llegado a ser ‘no social’, en la que las categorías culturales reemplazan a las categorías sociales, en la que las relaciones de cada cual consigo mismo son tan importantes como lo fuera antaño la conquista del mundo» (p. 15). Aquí es donde Touraine expone las nociones centrales del nuevo paradigma. Para aquellos que ya habían leído su libro anterior, no resultará demasiado novedoso. La descripción de la «lógica instrumental» de la modernidad no necesariamente sugeriría la desaparición de los actores sociales, quienes «están impacientes por afirmarse y lograr el reconocimiento de su libertad de sujetos» (p. 307).

Recordando a Foucault, podemos afirmar que la racionalización de la sociedad conduce al fortalecimiento de la lógica de la integración social, del control y, por lo tanto, a la materialización de una multiplicidad de mecanismos de poder asfixiantes para el individuo. En un mundo en movimiento, imposible de controlar, Touraine parece adherir a estos diagnósticos, advirtiendo que lo único que se posee es un principio de resistencia y de legitimidad del comportamiento: la defensa del derecho a existir como individuo y no estar fuera del mundo. Si estos derechos revestían antes características políticas y luego sociales, ahora son eminentemente culturales, ya que aluden a problemas relacionados con la sexualidad, la religión y las diversas formas de vida. Invirtiendo la conocida sentencia de Habermas acerca de la «colonización del mundo de vida por el sistema», Touraine pareciera sugerir que, en la actualidad, el mundo privado ha invadido el público, y la cultura, a la política.

Lo que Touraine manifiesta con su sentencia acerca del «fin de lo social» es parte de una madurez intelectual que tiene en su matriz metodológica una concepción ambigua de la modernidad histórica: La ruina de las sociedades tiene, sin duda, tantos aspectos negativos como positivos. La desocialización conduce a la destrucción de los lazos sociales, a la soledad, a la crisis de identidad, como he dicho, pero al mismo tiempo libera de pertenencias y reglas impuestas. Ahora bien, la modernidad no solamente no se encuentra debilitada por ello, sino que se convierte en la única forma de resistencia a todas las formas de violencia y a ella corresponde reconstruir instituciones que no estarán ya al servicio de la sociedad (…), sino al de la libertad creadora de cada individuo (pp. 103-104).

Según se entiende, la modernidad es generadora de auténticas demandas de subjetivación, de afirmación y reconocimiento de aspectos culturales y de identidad personal, un proceso de individualización que defiende los derechos de cada uno a controlar los juicios de valor sobre cómo comportarse frente a los otros y consigo mismo. Esto sin duda evidencia, para la sociología de Touraine, la gran característica de la modernidad: su continua tensión entre un universo instrumental (bajo los contornos racionalizadores de la sociedad) y un universo simbólico (caracterizado por las experiencias de producción y afirmación de los sujetos sociales).

Touraine propone, una vez más, una observación de nuestra contemporaneidad que no ofrece una sola imagen, sino dos: la racionalización y la subjetivación, el universo instrumental y el universo simbólico, la socialización y ladesocialización, el sometimiento de los individuos y la libertad del sujeto. En la base de sus análisis se encuentra nuevamente la idea de que en la actualidad «existen, por una parte, fuerzas de destrucción de los actores sociales que actúan invocando la necesidad natural y, frente a ellas, figuras del sujeto (religiosas, políticas, sociales o morales) que resisten a lo que amenaza a la libertad. Entre las dos se mantienen (o incluso se refuerzan) instituciones que se esfuerzan por dar forma a la autonomía de lo social» (p. 31).

Para Touraine, es en el análisis de estas tensiones donde debe ubicarse una sociología que defienda su campo de actuación. Si bien la modernidad ha sido siempre impulsada por la idea de sociedad, «hoy solo puede desarrollarse desembarazándose de ella, combatiéndola incluso, y apoderándose del sujeto, que es cada vez más directamente opuesto a la idea de sociedad» (p. 103). ¿Tendríamos entonces una sociología sin sociedad? Tal vez, si se advierte que no es posible, en la actualidad, una sociología que no reconozca la noción de sujeto y los aspectos culturales como de inevitable centralidad analítica. Touraine ha transitado de una sociología de los movimientos sociales hacia una del «sujeto» de la acción social. En su último libro, está claro su interés por analizar la potencialidad expresiva subyacente en la idea de sujeto y actor social. Es que, para Touraine, cada vez que hubo algún tipo de retroceso, como actores sociales terminamos reforzándonos como sujetos personales: un viraje empírico que sugeriría un consecuente viraje teórico y analítico.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 204, Julio - Agosto 2006, ISSN: 0251-3552

https://nuso.org/articulo/el-fin-de-lo-social-resena-de-un-nuevo-paradigma-para-comprender-el-mundo-de-hoy-de-alain-touraine/

Touraine, Alain


 

Alain Touraine es un sociólogo a quien afectaron profundamente los sucesos de mayo de 1968 en París. Como profesor en la Universidad de Nanterre, Touraine vio que la acción política estudiantil en 1968 había dejado de ser una reacción, ya no estaba contenida en las formas políticas y las relaciones de poder existentes. Se había convertido en una forma de comportamiento diferenciada por su carácter transformador: unos aspectos fundamentales de la estructura social estaban en proceso de transformación debido a lo que Touraine llamaría un «movimiento social». Pese a sus numerosos estudios sobre obreros y estudiantes y un examen oportuno del sistema académico norteamericano, además de libros y artículos sobre Latinoamérica, la conceptualización y el estudio que hace Touraine constituyen, sin duda, el rasgo aislado más importante de su sociología de la vida política. El elemento clave del movimiento social es la acción: la acción contra el sistema social. Su ambición, especialmente en su obra más tardía, es demostrar que ese énfasis en la acción no tiene por qué conducir inevitablemente al voluntarismo o el individualismo. Ni uno ni otro ofrecen una percepción del sujeto de la acción.

Alain Touraine nació el 3 de agosto de 1925 en Hermanville-sur-Mer, Francia. Su padre era un médico que procedía de una larga línea de ejercicio de la medicina. Aunque iba destinado a una carrera académica al entrar en la École Normale Supérieure, donde obtuvo su agrégation, Touraine decidió romper con la tradición familiar después de la guerra y fue a trabajar en una mina de carbón en el norte de Francia. Esta experiencia alimentó su interés por la sociología y, en 1950, se asoció al sociólogo Georges Friedmann en el Centre National de la Recherche Scientifique (Centro Nacional de Investigaciones Científicas). El primer gran trabajo de investigación de Touraine fue un estudio del trabajo en la fábrica de coches Renault de París, y se publicó en 1955. Su siguiente libro importante, Sociologie de l'action, es de diez años después. En 1952 Touraine dejó Francia y fue a estudiar a Norteamérica con Talcott Parsons y Paul Lazarsfeid. También impartió clases en varias universidades norteamericanas, entre ellas UCLA. Ello le convierte en uno de los escasos sociólogos franceses con conocimiento de primera mano de la sociología norteamericana. En gran parte, la teoría de la acción social de Touraine es una crítica de la teoría del sistema social de Parsons. Desde 1960, Touraine es profesor en la École des Hautes Études en Sciences Sociales.

La experiencia de Touraine en mayo de 1968 le confirmó en la opinión de que una teoría rígida que concibe la sociedad como un conjunto orgánico y funcional, caracterizado esencialmente por su interés en reproducirse, era insuficiente. Porque no explicaba cómo se transformaban las sociedades, ni daba el peso debido a las diversas formas de acción social. Aunque se opone al primer Foucault y a versiones dogmáticas del estructuralismo, Touraine, en un estudio reciente sobre la modernidad (1), ha reconocido la importancia de las obras posteriores de aquél sobre la historia de la cárcel y la sexualidad, por haber reintroducido la materia en el estudio de la vida social.

Aunque Touraine destaca la importancia de la acción social, no se olvida, en absoluto, de los efectos de la estructura y la «historicidad» sobre los actores. La sociedad no se limita a ser el resultado de acciones o hechos aislados, que ella pone en su lugar. Al contrario, para que la acción produzca nuevos elementos de la estructura social (a través de la cual se reproduce la sociedad), debe trabajar a través y en contra de las instituciones existentes y las formas culturales relativamente permanentes. Por otro lado, sería difícil subestimar la importancia que Touraine otorga a la acción en la constitución de la sociedad. Para comprenderlo, no tenemos más que recordar el argumento planteado poco después de 1968 en La producción de la sociedad, donde Touraine afirma que la sociedad no es más que la acción social, porque «el orden social no tiene garantía metasocial de su existencia» (2). En sus trabajos de principios de los 70, Touraine sigue usando el término «sociedad» y la sociología sigue siendo el estudio de la sociedad, como había sido para Durkheim, pero con la variación de que ahora se considera que la sociedad es un sistema capaz de transformarse. Para Durkheim, en cambio, la sociedad era un sistema orgánico cuyo estado normal era de equilibrio. Más adelante, sobre todo en los años 80, Touraine pregunta si la sociología puede hacer justicia a las nociones de acción y transformación y seguir siendo el estudio de la sociedad. Su respuesta es que no puede, y que debe convertirse en el estudio del cambio a la luz de los avances en las ciencias naturales sobre aspectos como el sistema abierto. Más profundamente, desde el punto de vista de la sociología, Touraine afirma que la clase –como ejemplar de una serie de condiciones determinadas– debe dar paso al reconocimiento de que las acciones, y no las condiciones reconocidas, revelan las relaciones de dominación y subordinación y que, por tanto, la «clase», como categoría explicatoria, debe dejar paso al «movimiento social» (3). Sin embargo, esta atención al cambio no debe crear la opinión de que ya no existen problemas estructurales; la acción asume su verdadero significado sólo en relación con la estructura. Más exactamente, ¿cómo define Touraine la naturaleza de los «movimientos sociales»?

En primer lugar, vincula su análisis (4) a la designación de tres formas de conflicto social: 1) conducta colectiva defensiva, en la que podría exigirse una reforma concreta; 2) luchas sociales que pretenden modificar las decisiones, o incluso un sistema de decisiones; y 3) movimientos sociales. En el ejemplo de la fábrica, que Touraine da para ilustrar estas tres formas, la acción colectiva se manifestaría en la demanda de que las diferencias salariales entre personas con las mismas calificaciones queden abolidas. Se trata de una reforma concreta relacionada con una estructura ya existente. La lucha social se produciría si los trabajadores reclamaran un papel más importante en la toma de decisiones. Por último, el intento de provocar una transformación de las relaciones sociales de poder en la fábrica y, por tanto, en el conjunto de la sociedad, correspondería a la aparición de un movimiento social.

En general, un movimiento social es una fuerza activa, más que reactiva, a diferencia del comportamiento colectivo, que es siempre reactivo. Los movimientos sociales suelen luchar por el control de la «historicidad». Este término se refiere a las formas y estructuras culturales generales de la vida social. Si el término «sociedad» se refiere a la integración social, «movimiento social» implica una acción conflictiva que se opone a una forma existente de integración social. Ese desafío a la integración social actual no es, en absoluto, lo mismo que una crisis de la sociedad y el derrumbe de su organización. Por consiguiente, los cambios producidos por la acción social no pueden considerarse patológicos ni «disfuncionales», para utilizar los términos de Parsons. Una sociología de los movimientos sociales es, pues, muy diferente de un estudio de la sociedad como sistema orgánico en el proceso de evolución gradual de una a otra forma; por ejemplo, la evolución de la sociedad occidental de la tradición a la modernidad.

Una sociología que toma en serio el concepto de acción como base de la vida social considerará ahora que las clases sociales son actores, y no la mera concreción de una situación marcada por la tradición. Al contrario que Marx, Touraine afirma que no existe la clase por sí sola, porque no existe sin una conciencia de clase. «La clase social es la categoría en cuyo nombre actúa un movimiento» (5). Como ejemplo de movimiento social, Touraine señala el movimiento feminista. En él, el objetivo no es sólo reaccionar ante las desigualdades inexistentes apelando a los valores liberales, sino trabajar para cambiar las normas y los valores de la vida cultural y social. Con la eficacia del movimiento feminista se hace posible que los hombres asuman una posición distinta en el hogar y las mujeres tengan nuevas oportunidades en la vida pública. El movimiento de mujeres es ejemplar también porque no puede reducirse a ninguna forma política previa como un partido político. Un movimiento social siempre trasciende la política de partidos.

Para Touraine, el surgimiento de los movimientos sociales coincide con la desaparición de las sociedades muy estratificadas y jerárquicas. Ello no quiere decir que se haya logrado la igualdad total, sino que ha habido un enorme crecimiento de la clase media en las sociedades industrializadas de Occidente, y las barreras sociales se ven constantemente derribadas, precisamente, porque el tipo de formación social que se ve ahora puede intervenir para modificar su propia estructura. Junto a la desaparición de las sociedades de clases y jerarquías rígidas, se han desvanecido las condiciones objetivas que determinan la acción; por ejemplo, a la manera de la relación marxista entre infraestructura y superestructura. Dado que ahora la acción determina las condiciones, el sociólogo debe admitir que es imposible estudiar los movimientos sociales sin verse involucrado en ellos. Como dice Touraine, la fría objetividad no es capaz de entrar en contacto con el calor del movimiento social. La acción debe estudiarse desde dentro, pero ello no significa que el investigador adopte la ideología de los actores. Justo al contrario. El objetivo es llegar a una «inversión», que Touraine denomina «conversión». El investigador lo aplica, en primer lugar, a sí mismo, y después lo prueba con los actores, para aproximar al investigador y a los actores lo más posible, con el fin de extraer el máximo significado posible del conflicto.

Más recientemente (1992), Touraine ha renovado el estudio de la modernidad. Para empezar, ello ha supuesto un regreso a las definiciones predominantes de la modernidad, formuladas en los comienzos de la era moderna con Descartes y la Ilustración. Incluso en esta lectura, resulta claro para Touraine que la modernidad es esencialmente de orientación secular y excluye toda finalidad. Sin embargo, en su compromiso con el progreso, la modernidad no excluye un posible fin de la historia, pese a que dicha posibilidad parecería anulada por el predominio de la racionalidad instrumental. Esta última –la zweckrationnalität de Weber, o racionalidad de medios y fines– lleva a la valoración de los medios; los medios (tecnológicos, científicos, lógicos, etc.) se convierten en fines. La racionalidad instrumental predomina mientras siguen en vigor los valores de razón, libertad, método, universalismo y progreso de la Ilustración. Igualmente, el yo o individuo, concretado en el ciudadano, se convierte en el centro de la acción política y social y da a la era moderna su constitución histórica distintiva.

Con la llegada de la Escuela de Francfort, la obra del primer Foucault y, últimamente, los «postmodernos», la razón, tanto instrumental como universal, el sujeto, las ideologías y la noción de valores definitivos están sometidos a grandes presiones. Se considera que la modernidad produce las opresiones que está intentando superar; la razón instrumental parece engendrar una trivialización de la vida, y se ve al sujeto como el producto de la ideología, o de una configuración epistemológica concreta que ahora está a punto de desaparecer.

Como respuesta, Touraine afirma que la crítica no reconoce que la modernidad está dividida en contra de sí misma: es «autocrítica» y «autodestructiva». Los escritos de Nietzsche y Freud son la mejor prueba de esa división, los mismos textos que se han usado, con frecuencia, en la crítica de la modernidad, incluyendo las que están presentes en los textos postmodernos.  Además, y con especial referencia a la Escuela de Francfort –que, a su juicio, es insoportablemente elitista–, Touraine destaca que está muy bien denunciar la racionalidad tecnológica en nombre de un fin universal, pero que siempre existe el riesgo de que la empresa obtenga un resultado totalitario.  En cualquier caso, continúa,

 

La debilidad de nuestras sociedades no procede de la desaparición de los fines destruidos por la lógica interna de los medios técnicos, sino, por el contrario, de la descomposición del modelo racionalista, roto por la propia modernidad y, por tanto, por el desarrollo separado de la lógica de la acción, que ya no se refiere a la racionalidad: la búsqueda del placer, el nivel social, el beneficio o el poder (6).

 

En una reinterpretación de Freud, Nietzsche y, en menor medida, Foucault, Touraine halla el medio para un posible «reencantamiento» del mundo. Porque lo que hacen estos tres pensadores es elaborar una crítica casi incontestable, no tanto del sujeto como del «yo», la versión socialmente consagrada del sujeto. Es decir, tanto en su teoría como en su práctica, estos antimodernistas reconocen la singularidad que constituye el sujeto –el actor puro–, la entidad que no puede reducirse a una serie convencional de comportamientos o formas simbólicas.

Partiendo de esta revitalización del sujeto actuante, Touraine presenta asimismo un argumento apasionado en contra de la opinión de que la sociología es reductiva. Sobre todo, en las figuras de Nietzsche, Simmel y Weber, se está fabricando una sociología antiutilitaria. Las pistas que han lanzado están esperando a que alguien las recoja. Del mismo modo, en los textos que Foucault escribió sobre el sujeto hacia el final de su vida, Touraine detecta un giro respecto a la idea de que la subjetividad equivale a una forma de estar sometido a la idea de que el sujeto es capaz de transformarse a sí mismo. Existe la necesidad de «reinventar» la modernidad sobre la base de estas teorías dispersas. Existe la necesidad de encontrar un nuevo principio de integración social que no posea los aspectos negativos de la forma anterior de modernidad. Con la «nueva modernidad» de Touraine, el sujeto y la razón pasan a ser conductos para los aspectos más amplios de la existencia social («vida», «consumo», «nación» y «empresa»). En lugar de ser el principio unificador, como ocurría en la Ilustración, el sujeto es el testigo que «reconstruye el terreno cultural fragmentado» (7). Lejos de estar cerrado en sí mismo –como ocurre con el yo puramente narcisista–, el sujeto se convierte en el intento de unificar los deseos y las necesidades dentro de una conciencia que pertenece a la nación o la empresa. De una concepción centralizada del yo, pasamos a una concepción bipolar; ésa es la razón de que el sujeto no pueda reducirse a ninguno de los fragmentos de la totalidad social.

Sobre todo, Touraine desea reintroducir a un sujeto como actor y como movimiento, que sustituya, como determinante clave de la acción, a las nociones de clase y situación reconocida. La movilización de las convicciones, unida a aspectos morales y personales, sustituye a la importancia del lugar de trabajo y la dirección del partido en la política. En general, el objetivo es reinventar la esperanza, no en el sentido populista de reinventar los orígenes, sino en el sentido de la acción que produce la elaboración de nuevas formas sociales y la reproducción necesaria para la integración.

Toda valoración de la nueva modernidad de Touraine debe admitir que es un antídoto poderoso para el pesimismo a priori que, tan a menudo, caracteriza la experiencia llamada postmoderna. Del mismo modo, mediante minuciosa atención a los matices que separan el sujeto como actor del yo como reactor, Touraine ha logrado sacar a la luz los problemas de la acción y la libertad de una forma que, hace menos de una década, parecía escasamente creíble. La pregunta que se plantea todavía, teniendo en cuenta las hipótesis de Touraine, es cómo debemos entender el paso del yo normalizado al sujeto activo. ¿Cuál es exactamente el principio sobre el que reside este movimiento? ¿Es la teoría de Touraine la que ofrece la base para una nueva reflexividad? ¿O son las condiciones materiales; es decir, la propia acción?


NOTAS

1. Alain Touraine, Critique de la modernité, París, Fayard, 1992, páginas 198-201.
2. Alain Touraine, The Self-Production of Society, trad. de Derek Coltman, Chicago, University of Chicago Press, 1977, pág. 2. La edición francesa se titula Production de la société, París, Seuil, 1973. La traducción de production como «autoproducción» resulta confusa porque, en su obra posterior, Touraine se esfuerza por explicar que el «yo» es el producto de una forma social determinada, mientras que la acción hace referencia a un sujeto o una entidad caracterizados por una singularidad que no procede de las formas sociales.
3. Alain Touraine, «Is sociology still the study of society?», trad. de Johan Arnason y David Roberts, Thesis Eleven, 23 (1989), pág. 19.
4. Alain Touraine, «Social movements: Special area or central problem in sociological analysis?», trad. de David Roberts, Thesis Eleven, 9 (julio de 1984), páginas 5-15.
5. Ibíd., pág. 9.
6. Touraine, Critique de la modernité, págs. 125-126.
7. Ibíd., pág. 256.


PRINCIPALES OBRAS DE TOURAINE

L'Évolution du travail ouvrier aux usines Renault, París, CNRS, 1955.
Sociologie de l'actionParís, Seuil, 1965.
Cartas a una estudianteBarcelona, Kairós, 1977.
Movimientos sociales hoyBarcelona, Hacer, 1990.
Crítica de la modernidad (1992), Madrid, Temas de Hoy, 1993.
¿Qué es la democracia?, Madrid, Temas de Hoy, 1994.


OTRAS LECTURAS



SCOTT, Alan, «Action, movement, and intervention: Reflections on the Sociology of Alain Touraine», Canadian Review of Sociology and anthropology, 2, 8 (febrero de 1991), págs. 30-45.

Touraine, Alain (2)

Hermanville-sur-Mer, Francia, 3 de agosto de 1925. Doctor en Letras, fue profesor en la Facultad de Letras París-Nanterre de 1966 a 1969. Desde 1960 es director de estudios en l'École des Hautes Études en Sciences Sociales, y desde 1989 miembro del Collège de la Prévention des Risques Technologiques.

Alain Touraine considera que estamos asistiendo a una fase culminante de la crisis de los modelos de desarrollo desatada a principios de los años ochenta. Están operándose transformaciones fundamentales en las sociedades de los países en desarrollo, y en el contexto económico estos cambios provocarán inevitablemente variaciones totales en las condiciones en las que hasta ahora se concebían y formulaban los proyectos.
   En esta sociedad, que Touraine considera más apropiado llamar sociedad programa, es necesario no seguir en el camino del funcionamiento del sistema social, sino en el de la formación de la acción histórica –entendida ésta como el modo en que los hombres hacen su historia–, lo que significa apartarse de los análisis tradicionales que centran el objeto de su investigación en las intenciones y las representaciones de los actores sociales, sus interacciones, influencias, negociaciones; en suma, sobre el juego social.
   Puede hallarse un primer tipo de transformaciones en la sociedad como resultado de la diversificación de los actores del desarrollo. Si durante décadas el Estado aparecía como el actor privilegiado y prácticamente exclusivo de la formulación y de la implementación de los proyectos, de los planes y de los programas, así como del control de los procesos reales, en los últimos años puede hablarse de la emergencia de sociedades civiles que disputan al Estado un espacio de autonomía creciente.
El crecimiento es el resultado no sólo de la acumulación del capital sino de un conjunto de factores sociales, donde el papel de la investigación científica y técnica, de la capacidad de programar el cambio, de la formación profesional, hacen del conocimiento su dependencia fundamental y, por consiguiente, crean en la sociedad su capacidad creativa.
En el plano económico la disputa entre la sociedad civil y el Estado se presenta como una oposición entre las corrientes "neoliberales" que plantean el sostenimiento del conjunto a los mecanismos del mercado, y las corrientes "estatistas" que proponen el mantenimiento de sectores considerados como estratégicos en el dominio público o alguna forma de tutela estatal. En este mismo plano la aparición o el reforzamiento de corrientes "autogestionarias" en los países en desarrollo, muestran que existen fórmulas alternativas que tienen en cuenta las expectativas de autonomía de los actores de la sociedad civil.
En la actualidad están en juego los conflictos, los movimientos por los cuales el crecimiento económico se transforma en un tipo de desarrollo social, y a través de los cuales prosigue el enfrentamiento de la participación dependiente y de la contestación creadora. La autonomía del Estado respecto de los centros de decisión económica se hace más débil en todas partes y con frecuencia desaparece.
En la medida en que la sociedad civil amplía sus espacios de autonomía, los proyectos de desarrollo ya no podían ser concebidos como procesos tecnocráticos llevados a cabo desde el interior del centro de decisiones públicas, sino como procesos en los que se expresan las necesidades, las aspiraciones y la voluntad de protagonismo de una pluralidad de actores.
La dominación social adopta actualmente tres importantes formas:
1) La de la integración social, pues el aparato de producción impone unos comportamientos que están de acuerdo con sus objetivos, y por lo tanto con su sistema de poder.
2) La de la manipulación cultural. La educación escapa de las manos de la familia e incluso de la escuela, considerada como un ambiente autónomo. Pasa a lo que Georges Friedman ha llamado la escuela paralela, sobre la cual se ejerce más directamente la acción de emisores centrales.
3) La actual sociedad de aparatos, dominada por grandes organizaciones que son a la vez políticas y económicas, se orienta más que nunca hacia el poder, hacia el control estrictamente político de su funcionamiento interno y de su entorno.
Así es como hoy resulta más útil hablar de alienación que de explotación, pues la primera define una relación social, mientras que la segunda sólo una económica.
En el plano político, la emergencia de la sociedad civil se expresa en la exigencia de la democratización del sistema de poder. Si esta exigencia se ha visto satisfecha últimamente en la casi totalidad de los países de América Latina, región que Touraine conoce bien, la reivindicación democrática continúa expresándose con gran rigor en otras latitudes, donde aún imperan diferentes formas de autocracia.
En el plano social la renovación de la acción sindical aparece como el resultado más genuino de la pujanza de la sociedad civil. El sindicalismo de los asalariados es un sindicalismo de control. Tiene, en esta concepción ampliada por el pensamiento anglosajón, una doble orientación: no es sólo un agente de reivindicación social sin preocuparse por la racionalidad económica, sino que es un integrador social en forma directa y un responsable económico en forma indirecta.
En el plano cultural el reconocimiento de identidades étnicas o religiosas reprimidas largo rato en nombre de la unidad nacional, revela las aspiraciones irreductibles de las sociedades al pluralismo cultural. Touraine hace referencia al pensamiento de Raymond Aron con respecto a la universidad, la cual –dice– se convierte hoy en el lugar privilegiado de oposición a la tecnocracia y a las fuerzas dominantes asociadas a ella. Mientras el conocimiento científico no desempeñaba un papel esencial en la evolución económica, mientras no era una fuerza de producción considerable, la universidad era sobre todo un lugar de transmisión y defensa del orden social y de los legados culturales. El enorme desarrollo numérico de las universidades no puede separarse del progreso del conocimiento científico y técnico, convirtiéndose la educación en un crítico cada vez más importante para determinar la jerarquía social.
La política ha entrado a la universidad porque el conocimiento es una fuerza productiva, siendo aquélla el lugar donde el movimiento de la investigación y la rebelión de la juventud están asociados; es la única gran organización que puede ser, en tanto tal, una fuerza de contestación –nos dice Touraine– de los aparatos políticos y económicos. Si no lo es se convierte, cualesquiera sean las intenciones de los profesores, en un instrumento de participación, de alienación. El empeño social de los estudiantes es el único que puede transformar el esfuerzo de análisis de los profesores, pero es tarea de éstos reforzar constantemente las exigencias internas del conocimiento, reemplazar la ideología por la explicación, la pasión por la razón.
Touraine encontró el primer tipo de transformación de la sociedad en la multiplicidad y en la variedad de caminos que recorrieron los actores del desarrollo; y encuentra el segundo tipo de transformaciones en el campo tecnológico, en lo que se ha dado en llamar la tercera revolución industrial. Esto altera las relaciones de producción, las formas de trabajo, las pautas de consumo y los flujos tradicionales del intercambio internacional. De esta manera el modelo global prevaleciente desde la primera revolución industrial, que sirvió de referencia ineludible a todos los proyectos de desarrollo, aparece caduco.
La dinámica diferente que los sectores electrónicos "de punta" –nuevos materiales, biotecnologías– imprimen al proceso productivo, está configurando un nuevo modelo tecnoindustrial de referencia cuyos perfiles no son aún nítidos. Sin embargo, es en relación a este modelo que deben necesariamente elaborarse las estrategias económicas y sociales.
Llegado a esta realidad, Touraine se plantea el siguiente interrogante: "¿Pueden el economista o el sociólogo definir realmente las transformaciones de una sociedad si ésta no interviene activamente en sus propios cambios mediante sus debates, sus conflictos, sus transformaciones políticas?" "Tenemos una necesidad urgente de análisis –continúa nuestro autor– no de conductas sociales, sino más bien de la sociedad considerada ya no como una situación, sino como un sistema de acción, un conjunto de orientaciones culturales y relaciones de poder."
Se puede afirmar entonces que este pensador europeo, interesado en la problemática de América Latina, encuentra que el planteamiento creado por la mutación tecnológica en los países en desarrollo es tanto o más dramático que la aceleración de las innovaciones, y esto se conjuga con una incapacidad creciente, de estos países para mantenerse asociados a las fuentes originales de creatividad científica y técnica.
Respecto al socialismo, Touraine piensa que hay que dejar constancia de que éste no pertenece ni al presente ni al futuro sino al pasado, ya que se descompone cuando emerge la sociedad postindustrial. Es necesario para él replanteárselo todo a partir del análisis de los hechos sociales, lo que obliga a plantearse dos preguntas: ¿Qué movimientos sociales ocupan el lugar central que tuvo tiempo atrás el movimiento obrero? ¿Qué formas de iniciativa política deben reemplazar a los programas de los partidos políticos que no aspiran más que a reforzar el Estado?
En el trabajo intelectual de Alain Touraine se aprecian tres períodos claramente determinados. El primero está dedicado a la sociología del trabajo, y en especial a la formación de la conciencia obrera, pudiéndose incluir además en él sus primeras investigaciones sobre América Latina, referidas a los obreros chilenos. Simultáneamente escribe sobre la sociedad postindustrial y realiza el gran esfuerzo metodológico y creativo de dar nueva forma, en general, a la sociología, publicando por entonces Sociologie de l'action y más tarde Production de la société.
En el segundo período se dedica a estudiar los movimientos sociales del Mayo francés de 1968 y los golpes militares en América Latina. En 1981 se instala durante todo el año en Polonia para estudiar el movimiento Solidarnosc, y prepara en colaboración con Prealc un libro sobre América Latina, publicando luego Le mouvement ouvrier y La parole et le sang.
El tercer período se inicia con su obra Le retour de l'acteur para continuar con Critique de la modernité. Este último libro, según sus palabras, encierra las pautas que está dispuesto a seguir durante el resto de su existencia, siendo la idea fundamental la de considerar al sujeto como principio central de acción de los movimientos sociales.
En síntesis podemos señalar que se aprecia como constante de la obra de Touraine una sociología de la acción elaborada en el primer período a nivel práctico, en el segundo a nivel histórico, y en un nivel filosófico en el tercero, el período actual.


Bibliografía:

L'Evolution du travail ouvrier aux usines Renault, 1955.
Sociologie de l'action1965 (trad. esp., Sociología de la acción, 1969).
América del Sur, un proletariado nuevo, 1965.
Étude sur la Conscience Ouvrière dans deux entreprises chiliennes, 1966 (con otros).
Le Mouvement du Mai ou le Comunisme Utopique, 1968 (trad. esp., El movimiento de mayo o el comunismo utópico, 1970).
La Societé Post-Industrielle, 1969 (trad. esp., La sociedad post-industrial, 1971). 
Los trabajadores y la evolución técnica, 1970. 
Université et societé aux États Unis, 1972. 
Production de la Société, 1973.
La imagen histórica de la sociedad de clases, 1973. 
Vie et mort du Chili populaire, 1973 (trad. esp., Vida y muerte del Chile popular, 1974).  Pour la sociologie, 1974 (trad. esp., Introducción a la Sociología, 1978). 
Lettres à une étudiante, 1974 (trad. esp., Cartas a una estudiante, 1977). 
La société invisible, 1976. 
Un désir d'histoire, 1977 (trad. esp., Un deseo de historia. Autobiografia intelectual, 1978).  Les sociétés dépendentes, 1977 (trad. esp., Las sociedades dependientes. Ensayos sobre América Latina, 1978). 
La Voix et le Regard, 1978. 
Mort d'une Gauche1979. 
La prophétie anti-nucléaire1980 (con otros). 
L'après-socialisme1980 (trad. esp., El Postsocialismo, 1982). 
Le pays contre l'État. Luttes occitanes, 1981, con otros (trad. esp., El país contra el Estado. Las luchas occitanas, 1983). 
Le retour de l'acteur, 1984 (trad. esp., El regreso del actor, 1987). 
Le mouvement ouvrier 1984 (con otros). 
Actores sociales y sistemas políticos en América Latina, 1987. 
La parole et le sang. Politique et societé en Amérique Latine, 1988 (trad. esp., América Latina. Política y Sociedad, 1989). 
Movimientos sociales hoy1990 (con otros). 
Critique de la modernité1992 (trad. esp., Crítica de la Modernidad, 1994). 
Qu'est-ce que la démocratie, 1993 (trad. esp., Qué es la democracia, 1994).
Le Grand Refus. Réflexions sur la grève de décembre 1995 (con F. Dubet, F. Khosrokhavar, D. Lapeyronnie, M.Wieviorka), 1996.
Pourrons-nous vivre ensemble ? Égaux et différents, 1997.
Eguaglianza e diversità, 1997.
Sociología, 1998.
Comment sortir du libéralisme?, 1999.
La Recherche de soi. Dialogue sur le sujet (con F. Khosrokhavar), 2000.
Un débat sur la laïcité (con A. Renaut), 2004.
Un nouveau paradigme. Pour comprendre le monde d’aujourd'hui, 2005.
Le Monde des femmes, 2006.
Penser autrement, 2007.
Si la gauche veut des idées (con Ségolène Royal), 2008.
Après la crise, 2010.
Carnets de campagne, 2012.

http://pensarlotodo.blogspot.com/2012/12/touraine-alain-2.html

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