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Enlaces de Descarga. En Busca del Tiempo Perdido, de Marcel Proust — La grandiosa (y voluminosa) obra de Marcel Proust En Busca del Tiempo Perdido.


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En busca del tiempo perdido o —de acuerdo con otras traducciones— A la búsqueda del tiempo perdido o A la busca del tiempo perdido​ (À la recherche du temps perdu, en francés) es una novela de Marcel Proust, escrita entre 1908 y 1922 que consta de siete partes publicadas entre 1913 y 1927, de las que las tres últimas son póstumas. Es ampliamente considerada una de las cumbres de la literatura francesa y universal.





Harold Bloom 

MARCEL PROUST: En busca del tiempo perdido 

"Cómo leer una novela" significa hoy, para mí cómo leer a Proust, el esplendor final de la novela clásica. ¿Qué hemos de hacer cuando nos enfrentamos a la inventiva absoluta de En busca del tiempo perdido? La vasta novela de Proust está narrada por un casi innominado Marcel, mayormente retrato del novelista joven, que nos ofrece un recuerdo laberíntico de la sociedad francesa desde la década final del siglo diecinueve hasta 1922 (año de la muerte de Proust). Por orden alfabético, entre los grandes temas del libro figuran la amistad, la belleza, los burdeles, el caso Dreyfus (y su inmersión en el antisemitismo), los celos (¡sobre todo!), las costumbres, el dormir, el esteticismo, la inversión (la homosexualidad, tanto femenina como masculina), la literatura misma y el gradual desarrollo del narrador en novelista, el mar, la memoria (y su predominio en los celos sexuales), la mentira, los muertos (anexos a los vivos), el sadomasoquismo, el tiempo (casi tan omnipresente como los celos y la memoria) y el vestido. En busca del tiempo perdido cuenta tres historias de amor (sería mejor llamarlas "eróticas"). Charles Swann, de origen judío pero de relevante posición social, se obsesiona eróticamente con Odette de Crécy, con quien acaba casándose después de haber sufrido todos los tormentos del amor y los celos. Gilberte, hija de ambos, es el primer amor del narrador Marcel, antes de casarse con el mejor amigo de éste, Saint - Loup, cuya pasión temprana fuera la actriz Rachel. Gilberte Swann es sólo una precursora del apabullante segundo amor de Marcel, Albertine Simonet, con quien el narrador tiene un romance largo y complejo que culmina con la fuga de ella y su subsiguiente muerte en una cabalgata. Maravilloso como es el relato de los dolorosos celos de Swann respecto a Odette, y de Saint - Loup respecto a Rachel, la apoteosis de lo que podría llamarse el punto sublime de los celos se alcanza en la retrospectiva búsqueda por parte de Marcel del tiempo perdido en las "traiciones" lésbiscas perpetradas por Albertine contra su muy posesivo amante. Habría que remontarse a la Biblia, Shakespeare o Dante para encontrar análogos idóneos al ahínco, la intensidad y los padecimientos del narrador en su búsqueda de lo que Norman Mailer llamaría "el tiempo del tiempo de Albertine". Lo que más se acerca a la soberbia ironía y el rancio encanto de la gran búsqueda de Marcel es la tragicomedia shakesperiana, por ejemplo Medida por medida. En la actualidad se murmura que el innominado narrador (algo provocadoramente, en las 3300 páginas de la novela sólo se lo menciona como Marcel dos veces) es una maniobra evasiva de Proust, ya que es heterosexual y cristiano. Son afirmaciones obtusas; los homosexuales y lesbianas que abundan en la novela, como los judíos y los dreyfusistas, son tanto más objeto de simpatía cuanto mayor es el desinterés del narrador (Proust, desde luego, era homosexual, dreyfusista e hijo de una amada madre judía). Como sustituto del magnífico autor, el narrador tiene el privilegio de presentarnos la constelación de personajes más amplia, vital y diversa que pueda encontrarse fuera de Shakespeare. Cómo leer una novela, y en particular la novela de Proust, equivale en primer lugar a cómo leer y apreciar el personaje literario. Por orden alfabético, las personalidades indispensables que aparecen en Proust son: Albertine, Charlus, Francoise, Oriane de Guermantes, la madre del narrador, Odette, Saint - Loup, Swann y madame Verdurin. Añadan un décimo en la figura del narrador mismo y tendrán la lista más llena de vida introspectiva y titánicamente cómica que nos haya proporcionado novela alguna. El cosmos de Proust es tan irónico como el de Jane Austen, pero pienso que la ironía proustiana es menos defensiva y también menos un sostén de la invención. Se puede afirmar que en Proust la ironía, antes que formular una cosa que quiere decir otra, expresa vislumbres demasiado amplios para cualquier contexto social. Estos vislumbres se extienden hasta los rincones de la conciencia del lector en busca de principios para la acción justa. Parece extravagante calificar una ironía así de mística o quietista; con todo, es el equivalente secular de una espiritualidad profunda. Aunque no querría confundir a Proust con el Krishna del Bhagavad - Gita, al cabo la memoria proustiana parece un modo de acción justa que cura al narrador, y al lector, de lo que la antigua obra hindú llama "inercia oscura". Leemos novelas (las más grandes) para tratarnos la inercia oscura, la enfermedad - que - empuja - a - la - muerte. Nuestra desesperación requiere consuelo y la medicina de una narración profunda. Como en Shakespeare, en la novela de Proust el personaje lleva a cabo el trabajo de cura que le ha prescrito una cultura literaria. Por una desdichada ironía social del momento que vivimos, una cultura fracasada en todos sus modos conceptuales - filosofía, política, religión, psicoanálisis, ciencia - se ve obligada a volverse literaria, muy a la manera de la antigua Alejandría. Proust - al igual que Shakespeare, mejor médico que Freud - nos ofrece sus personajes con tanta humanidad como Shakespeare y Chaucer nos presentaron los suyos. Todos los personajes de Proust son esencialmente genios cómicos, y como tales nos abren la opción de creer que la verdad es tan graciosa como lúgubre. En una de sus formulaciones más hamletianas, Nietzsche nos advirtió que aquello para lo cual se puede encontrar palabras ya ha muerto en el corazón, de modo que en el acto de hablar hay siempre implícita una suerte de desprecio. Proust, al contrario que Shakespeare, está libre de ese desprecio, y sus personajes mayores son manifestaciones de generosidad. Tanto en Proust como en Shakespeare, lo que hay de muerto en el corazón, nuestro egoísmo mezquino, es una preocupación intensa; pero se manifiesta más en los celos sexuales que en cualquier otro afecto humano. Yo arriesgo que hoy la lectura de novelas realiza el trabajo de purgarnos de la envidia, cuya forma más virulenta son los celos sexuales. Puesto que los dos maestros occidentales de la dramatización de los celos son Shakespeare y Proust, de momento la indagación de cómo leer una novela puede reducirse a cómo leer los celos sexuales. A veces siento que la mejor formación literaria que pueden obtener mis alumnos de Yale y la Universidad de Nueva York es sólo un ensanchamiento de su instrucción práctica mediante los celos sexuales, la más estética de las enfermedades psíquicas - como bien sabía Yago. Será por eso que Proust compara las investigaciones de sus amantes celosos a las obsesiones del historiador del arte, como cuando Swann reconstruye los detalles del pasado sexual de Odette con "tanta pasión como el esteta que registra de arriba abajo los documentos florentinos del siglo quince para penetrar más en el alma de la Primavera o la Venus de Botticelli". Es de presumir que en ese registro los historiadores del arte se deleitan, mientras que el pobre Swann contempla "el abismo sin fondo con una angustia impotente, ciega y vertiginosa". No obstante, aunque nos crispen, los sufrimientos de Swann nos provocan un placer cómico. Puede que leer la ficticia tortura de otros a manos de los celos no nos cure de personales tormentos paralelos, ni acaso nos enseñe nunca a aplicarnos una perspectiva humorística, pero, se diría, el placer empático que nos causa está muy cercano al centro de la experiencia estética. En Proust y en Shakespeare el arte mismo es naturaleza, observación ésta crucial para Cuento de invierno, que compite con Otelo como visión shakesperiana de los celos sexuales. Aunque Proust no hace del lector un Yago, nos solazamos en los daños que el narrador se inflige; y es que en esta novela cada personaje importante, pero sobre todo Marcel, se convierte en Yago de sí mismo. De todos los villanos de Shakespeare, Yago sobresale por la inventiva con que estimula los celos sexuales en su víctima predilecta, Otelo - El genio de Yago es el de un gran dramaturgo que se complace en atormentar y mutilar a sus personajes. En Proust, muchos personajes son ejemplos de Yago vuelto contra sí. ¿Hay algo estéticamente más placentero que el orgullo de un Yago automutilador? Mi pasaje favorito de toda la novela de Proust viene después de la muerte de Albertine, y resulta de las minuciosas investigaciones que el narrador lleva a cabo sobre las pasiones lésbicas de su amada: 

Albertine ya no existía; pero para mí ella era la persona que me había ocultado sus citas con mujeres en Balbec, que imaginaba haber logrado mantenerme en la ignorancia. Cuando intentamos pensar que será de nosotros después de la muerte, ¿no es nuestro ser viviente el que proyectamos erróneamente en aquel momento? ¿Y es mucho más absurdo, una vez se ha dicho todo, lamentarse de que una mujer ya inexistente ignore que nos hemos enterado de lo que hacía seis años antes, que dejar que dentro de un siglo el público siga hablando con aprobación de nosotros, que estaremos muertos? Si bien el segundo caso tiene más fundamento real que el primero, las penas de mis celos retrospectivos procedían de la misma ilusión óptica que en otros hombres provoca el deseo de fama póstuma. Y sin embargo, si la impresión de la finalidad solemne de mi separación de Albertine había suplantado momentáneamente a la idea de sus felonías, dándoles a estas un cariz irremediable no conseguía sino agravarlas. Me vi perdido en la vida como en una playa infinita y desierta en donde, mirase hacia donde mirase, no la encontraría nunca a ella. 

La formulación "Cómo leer una novela" bien podría compendiarse en "Cómo leer este pasaje", que es la Búsqueda en miniatura y por lo tanto un modelo de la novela tradicional. La visión proustiana de los celos - muy shakespeariana, además - consiste en que efectivamente los celos son una búsqueda del tiempo perdido, y también del espacio. Otelo, Leontes, Swann y Marcel sufren todos de "la misma ilusión óptica", el resentimiento celoso de que no habrá nunca espacio ni tiempo suficientes para su goce personal de Desdémona, Hermiona, Odette y Albertíne. Tal resentimiento es otro modo del ultraje extremo la muerte del amante más que la del amado. Como escritor Proust desea necesariamente la inmortalidad literaria, crasamente reducida a la aprobación pública un siglo después. Los sonetos de Shakespeare están suspendidos en el filo de la asociación entre celos sexuales y envidia de los poetas rivales, pero sólo Proust adscribe genialmente ambos resentimientos a la "ilusión óptica" (maravillosa denominación), sin duda unos de esos errores vitales que Nietzsche consideraba necesarios para la vida. Leyendo a Proust llegarnos a entender nuestras propias ilusiones ópticas, la sordidez de nuestros celos, pero también nuestros motivos para buscar la metáfora, para leer todavía una novela más. Grandioso comediante del espíritu, Proust parece ahora haber anticipado la carga de retraso, de ingreso demasiado tardío en el relato, que sobrellevamos al filo del Milenio. Proust definió la amistad como un fenómeno "a mitad de camino entre el agotamiento físico y el aburrimiento mental", y dijo que el amor era un "ejemplo llamativo de lo poco que significa para nosotros la realidad". Si Nietzsche nos previno de que la mentira era un agotamiento, Proust exaltó "la mentira perfecta" como la apertura a lo nuevo. Antes me referí a la rápida mengua de lectores serios de novela y, releyendo a Proust, me doy cuenta de que la huida de la novela es un rechazo de la literatura de la sabiduría. Pues, ¿en que otro lugar encontraremos sabiduría aún? Aunque la sabiduría de Proust no es la de George Eliot ni la de Jane Austen, se diría que hay una sapiencia que comparten todos los grandes novelistas. Llamémosla pragmatismo novelístico: algo en lo cual las únicas diferencias verdaderas son las que marcan una diferencia para los maestros de la prosa de ficción. Acerca de la muerte, Proust observa que nos cura del deseo de inmortalidad, ironía ésta que acaso para Eliot y Austen sea demasiado salvaje pero extiende legítimamente la batalla de ambas contra las ilusiones. Yendo más hondo, Proust encuentra innumerables formas de decirnos que la individualidad y la sociedad son irreconciliables; lo cual no significa que seamos meros espejismos del lenguaje o el contexto social. La personalidad, dice Proust, es un "ejército compuesto". Esto ya estaba implícito en George Eliot, pero él lo acentúa; el movimiento es adecuado a su novela de novelas, que toca la verdadera grandeza cuando se atreve a nombrar a la perdida Albertine como "potente diosa del Tiempo". De la Dorothea Brooke de Middlemarch o de Emma Woddhouse nosotros podríamos decir otro tanto, pero no podrían haberlo dicho George Eliot ni Jane Austen. Proust nos enseña tanto la adivinación retrospectiva (viendo a sus personajes como divinidades situadas en el tiempo) como los celos retrospectivos, y sugiere que las dos sensaciones son una. Sus héroes y heroínas son como los dioses de Homero, a quienes también consumen los celos sexuales y las pugnas interiores. El poder curativo de Proust es grande, pero yo ya no puedo leer novelas igual que hace medio siglo, cuando me perdía en lo que estaba leyendo. Si no recuerdo mal, la primera vez que me enamoré no fue de una chica real sino de la Marty South de Gentes del bosque, de Thomas Hardy, y me afligió terriblemente que ella se cortara el magnífico pelo para venderlo. Hay muy pocas experiencias tan intensas como la realidad de enamorarse de una heroína y su libro. Uno mide la vejez que se avecina por cómo Proust se profundiza en ella y por la profundidad que Proust le da. ¿Cómo leer una novela? Amorosamente, si se muestra capaz de alojar nuestro amor; y celosamente, porque puede convertirse en imagen de nuestras limitaciones de tiempo y espacio, brindando sin embargo la bendición proustiana: más vida.

Harold Bloom Cómo Leer Y Por Qué Traducción de Marcelo Cohen


Proust, 150 años: más vivo que ayer, pero menos que mañana

La celebración nacional de aniversario, el 10 de julio, continúa a un ritmo muy frondoso, 'redescubriéndose' las mil y una facetas de 'En busca del tiempo perdido', uno de los libros más importantes del siglo XX



La celebración nacional del 150 aniversario del nacimiento de Marcel Proust, el 10 de julio, continúa a un ritmo muy frondoso, 'redescubriéndose' las mil y una facetas de 'En busca del tiempo perdido' (1913-1927), uno de los libros más importantes del siglo XX, uno de los grandes monumentos de nuestra civilización literaria, europea.

El mes de marzo pasado se publicó un libro de inéditos, 'Les Soixante-quinze feuillets' ('Los setenta y cinco folios'), anotados por Nathalie Mauriac, descendiente de los herederos de Proust, con un prefacio de Jean-Yves Tadié, biógrafo emérito y responsable de la más completa edición de la 'Recherche', con incontables notas, variantes, índice de personajes.

Siguieron, durante el último trimestre, una veintena de libros,

 ensayos, estudios, revisiones, ilustraciones, abordando incontables facetas íntimas y literarias. Con mucha antelación, los editores anuncian para finales de agosto y primeros de septiembre otra avalancha de novedades proustianas: del París de Proust a nuevas ediciones críticas, de las tribulaciones de algunos personajes prostibularios a la iconografía de la más alta aristocracia del espíritu, pasando por una nueva 'summa' de Jean-Yves Tadié, el 'Papa' de los proustianos oficiales…

La gran exposición, aplazada

No sin cierta coquetería, muy proustiana, por otra parte, la gran exposición del 150 aniversario ha sido aplazada hasta el 15 de diciembre, en el Museo Carnavalet: ' Marcel Proust, una novela parisina' se anuncia como una síntesis 'total'. Los responsables de la muestra han preferido aplazarla por razones 'sanitarias'. La fecha exacta del aniversario, este 10 de julio, todavía está muy marcada por las huellas, estigmas y amenazas del Covid-19, la pandemia. Desplazando seis meses la gran exposición se espera escapar al fantasma amenazante de la crisis sanitaria.

Sin embargo, el verano, las vacaciones veraniegas estarán muy marcadas por el legado proustiano, en París y la Normandía de los legendarios veraneos proustianos, entre Cabourg (Balbec), Deauville y Trouville, que una importancia tan capital tienen en la geografía, descubrimiento, alumbramiento e 'iluminación' de los misterios íntimos de las 'adolescentes en flor'. Hay previstas una veintena larga de conferencias, ciclos de lecturas y 'giras turísticas' consagradas a glosar las más gloriosas y minúsculas huellas de unas estancias y viajes descritos por Proust con el gran estilo de una prosa que transforma en tierra mítica unos paisajes inmortalizados por Monet y otros pintores impresionistas.

En Illiers-Combray (departamento de Eure-et-Loir), el pequeño pueblo tan esencial en la formación del niño Proust, próximo a Chartres, la alcaldía y el Estado han previsto un rosario de conferencias, exposiciones, mesas redondas, para glosar y rememorar no solo la geografía local: las visitas proustianas de Illiers-Combray a Chartres tienen una importancia mayor en la historia de la crítica de arte, una revisión en profundidad del gran arte arquitectónico y el puesto de las catedrales en la 'germinación' de la civilización europea. No es un secreto que Marcel Proust llegó a proponer que el Estado francés “subvencionase” la celebración de misas cantadas, considerándolas como 'obras de arte totales' que era imprescindible 'proteger', estudiar y 'seguir' con la pasión erudita y popular que adoramos la zarzuela o la gran ópera.

Para quienes no tengan o no puedan tener vacaciones, las grandes cadenas de la radio y la televisión públicas tienen previsto un largo rosario de emisiones consagradas a la divulgación y el gran público. Un escritor comparable a Dante (como autor de uno de los grandes tratados de amor de nuestra civilización), 'desmenuzado', comentado, 'divulgado' con ánimo evidentemente pedagógico.

En París, la Academia ha supervisado y seguirá supervisando, en cierta medida, oficiosa, la fabulosa sucesión de actos, recuerdos y celebraciones.

Más allá de las bajas y más altas pasiones proustianas, no deja de ser muy emocionante el seguimiento y contemplación de una 'comunión' tan viva entre un clásico de la literatura mundial y una sociedad, una nación, que tiene muchos problemas, pero encuentra en su cultura clásica un motivo de 'comunión' cívica.

https://www.abc.es/cultura/libros/abci-proust-150-anos-mas-vivo-ayer-pero-menos-manana-202107100102_



Marcel Proust: el genio de convertir la vida y el Tiempo en arte

LOS AÑOS 20 DEL XX: la década prodigiosa que cambió la literatura 1 / El autor de 'En busca del tiempo perdido' cambió para siempre la manera de aproximarse a la existencia. Presentó una nueva forma de observar la vida: realidad, memoria, literatura y pensamiento en uno solo. WMagazín, con apoyo de Endesa, recuerda conceptos clave definidos por el mismo Proust 

Afuera, la tarde del verano es sofocante. Marcel Proust trata de leer un libro resguardado en su habitación en penumbra por la gracia de las persianas de madera echadas por cuyas minúsculas ranuras se cuela el sol como alas de mariposas amarillas. Es la imagen que describe él. Es su vida convertida en arte. Es la cotidianidad, lo corriente, lo que nunca se mira convertido en belleza. Y así todo, su vida entera visible e invisible dentro de la Vida, apreciada, pensada y descrita con su letra que da forma a la gran puesta en escena de las criaturas como él que habitan el mundo en un espacio y en un tiempo de pasado, presente y futuro pero que él, Proust, convierte en un solo instante donde convive todo.

Lo hizo en su monumental proyecto literario En busca del tiempo perdido. La vida como un cuadro vivo de los hechos físicos y visibles y de los emocionales visibles, invisibles e imaginados, una obra de teatro en representación perpetua, el lector como testigo y espectador de vidas ajenas.

Si bien es cierto que lo empezó a publicar en 1913, vísperas de la Primera Guerra Mundial, con Por el camino de Swan, es a partir de 1919, terminada la conflagración bélica y cuando el mundo empieza su gran cambio y llena su horizonte de ilusión, cuando Proust continúa la publicación de su proyecto con A la sombra de las muchachas en flor que le valió el Premio Goncourt.

Dos años después, en 1921, sale a la luz El mundo de Guermantes, aquel lugar de veraneo donde el sol es capaz de transformarse en infinitas mariposas de alas amarillas para acompañar la oscuridad. El escritor muere en 1922, aunque deja escrito los otros cuatro volúmenes restantes que se editan de manera póstuma en esa década de los años 20: Sodoma y Gomorra (1922-23), La prisionera (1925), La fugitiva (1927) y El tiempo recobrado (1927).

Con Marcel Proust y su obra inolvidable abrimos la serie Los años 20 del XX: la década prodigiosa que cambió la literatura, tras el prólogo inicial que puedes leer en este enlace.

Marcel Proust (París, 10 de julio de 1871 – 18 de noviembre de 1922) da testimonio de la vida que pasó en su mundo, de lo que vivió él, y con él lo que se fue del mundo. La memoria como recurso para mostrar la existencia en el interior de un individuo y de este como testigo y reflejo del mundo exterior. Lo que fue pasó, pero se conserva, vive, está. Lo antiguo, lo que está yendo lo que viene en sincronía. El relato, en el torrente de recuerdos y vida lo desencadena una magdalena mojada en té.

Es la vida modelada por los sentimientos, el tiempo marcado por el amor. «Porque los trastornos de la memoria tienen mucho que ver con las intermitencias del corazón», escribe Proust.

Empezó a escribir En busca del tiempo perdido a comienzos del siglo XX. La Primera Guerra Mundial aún no se avistaba. Proust ve un modelo de vida que empieza su jubilación, una sociedad que se transforma de manera acelerada ante los cambios de la industrialización; analiza la vida que cae como una gota en un estanque cristalino y se expande y cambia ante lo nuevo, las preguntas existenciales, el avance protagónico de lo individual, la conciencia de la importancia de los afectos y sentimientos para avanzar e interconectar el mundo interior e individual con el colectivo.

“El libro aumenta y resume todas las posibilidades de la literatura en un momento en el que esta, en su instante álgido en Europa, va a iniciar dentro de poco su declive, a decir adiós en cualquier caso a su omnipotencia. Es exactamente el momento en el que el alba se convierte en crepúsculo, y viceversa, como si ni la noche ni el día existiesen”, dijo en una ocasión Philippe Lançon, escritor francés y quien fuera crítico del diario Libération.

Marcel Proust recurrió, como pocos autores, a los cinco sentidos para captar la vida en su esferidad; todo ello armonizado con sus emociones, sentimientos, pensamientos, reflexiones, conocimientos, experiencias, intuiciones. Supo compartir la idea de que un detalle contiene el universo.

‘En busca del tiempo perdido’, de Proust, en edición de Alianza. /WMagazín

Uno de los hallazgos de Proust, ha dicho el poeta portugués Nuno Judice, es que fue capaz de convertir al lector “en un espectador que a menudo tiene que entrar en el juego escénico. Eso hace que sea una obra que rescata la superficie y lo cotidiano, y nos obliga a disfrutar de este Proust y su magdalena que nos ofrece para revivir los recuerdos que, con el tiempo, llegan a ser también nuestros”.

Lo antiguo y lo nuevo, la realidad y lo recordado, lo exterior y lo íntimo, el espacio y el tiempo… Todo resguardado en la memoria que hace con todo eso lo que quiere para crear una nueva verdad, una nueva belleza. Sus palabras insuflan vida.

Una forma de entrar en su mundo y tratar de comprenderlo es a través de sus propios conceptos expresados en En busca del tiempo perdido. Con Proust abrimos la serie Los años 20 del XX: la década prodigiosa que cambió la literatura:




Los temas clave del universo Proust

Verdad: “Para dar a conocer la verdad no es necesario decirla, y quizá podamos captarla con mayor certidumbre, sin necesidad de esperar a las palabras y sin siquiera tenerlas mínimamente en cuenta, en mil señales externas e incluso en determinados fenómenos invisibles, que son, en el mundo de los caracteres, lo mismo que los cambios atmosféricos en la naturaleza física. Quizá podría haberlo sospechado, pues yo mismo, a la sazón, solía decir a menudo cosas totalmente ajenas a la verdad, mientras la daba a conocer mediante tantísimas confidencias involuntarias de mi cuerpo y de mis actos». (Volumen III).

Memoria: «Porque los trastornos de la memoria tienen mucho que ver con las intermitencias del corazón. Es seguramente la existencia de nuestro cuerpo, que nos parece semejante a una vasija donde está encerrada nuestra espiritualidad, lo que nos anima a suponer que siempre están en posesión nuestra todos los bienes interiores, las alegrías pasadas, todos los dolores. Quizá carece no menos de exactitud creer que estos huyen o que regresan (Vol. II).

Edición francesa de ‘Por el camino de Swan’, de Proust. /Tomada de la web de Ediciones Gallimard

Pasado: «Los días van cayendo poco a poco encima de los anteriores y, a su vez, los entierran los siguientes. Pero todos los días pasados se quedan depositados en nosotros como en una inmensa biblioteca donde hay libros más viejos, y algún ejemplar que seguramente nadie pedirá nunca. No obstante, si ese día pasado, cruzado por el espacio traslúcido de las épocas siguientes vuelve a la superficie y nos cubre, tapándonos del todo, entonces, por un momento, los nombres recuperan el significado antiguo; y las personas el rostro antiguo; y nosotros nuestra alma de entonces; y sentimos, con un sufrimiento inconcreto, pero que se ha vuelto tolerable y no durará, los problemas que hace mucho se tornaron insolubles y tanto nos angustiaban a la sazón. Se compone nuestro yo de la superposición de nuestros estados sucesivos. Pero esa superposición no es inmutable como los estratos de una montaña. Hay perpetuamente plegamientos que hacen aflorar las capas antiguas». (Vol. VI).

Magdalena: «Esa era la razón de que hubiese cesado las preocupaciones referidas a mi muerte en el preciso momento en que reconocí, inconscientemente, el sabor de la magdalenita, ya que en ese momento la persona que yo había sido era un ser extratemporal y, por lo tanto, despreocupado de las vicisitudes del porvenir. Aquel ser nunca había acudido a mí, nunca se había manifestado sino fuera de la acción, del disfrute inmediato, en todas las ocasiones en que el milagro de una analogía me había permitido evadirme del presente. Solo él tenía el poder para hacerme recuperar los días pasados, el tiempo perdido, ante el que los esfuerzos de mi mente y mi inteligencia siempre iban a encallarse». (Vol. VII)

Recuerdo: «El tiempo que cambia a las personas no modifica la imagen que de ellas nos ha quedado. Nada resulta más doloroso que esa oposición entre la alteración de las personas y la fijeza del recuerdo cuando caemos en la cuenta de que tenemos una vida vagabunda, pero una memoria sedentaria». (Vol. VII)

Imagen: “Nuestro error es creer que las cosas suelen presentarse tal y como son en realidad, los nombres tal y como se escriben, las personas según esa noción inmóvil que proporcionan de ella la fotografía y la psicología. De hecho, no es eso en absoluto lo que vemos habitualmente. Vemos, oímos, concebimos el mundo de mala manera. Repetimos un nombre tal y como lo oímos hasta que la experiencia rectifique el error, cosa que no siempre sucede (…) No tenemos del universo sino visiones informes, fragmentadas, y que completamos con asociaciones de ideas arbitrarias, que crean sugestiones peligrosas”. (Vol. VII)

Edición francesa de ‘A la sombra de las muchachas en flor’, de Proust. /Tomada de la web de Ediciones Gallimard

Amor: “No cabe duda de que pocas personas entienden el carácter puramente subjetivo de ese fenómeno que es el amor y que consiste en algo así como la creación de una persona añadida, diferente de esa que lleva en sociedad el mismo nombre que nosotros y cuyos elementos proceden en su mayoría de nosotros mismos”. (Vol. II).

Amar: “… amar es un maleficio como esos que salen en los cuentos, contra los que nada se puede hasta que concluye el sortilegio”. (Vol. VII)

Impresión: “La impresión es para el escritor lo que la experimentación para el científico, con la diferencia de que en el científico la labor de la inteligencia es anterior y en el escritor llega después. Lo que no hemos tenido que descifrar ni aclarar mediante un esfuerzo personal, lo que ya estaba claro anteriormente a nosotros, no es nuestro. Solo procede de nosotros lo que sacamos de la oscuridad que llevamos dentro y de la que nada saben los demás”. (Vol. VII)

Arte: «Sólo mediante el arte podemos salir de nosotros mismos, saber qué ve otra persona de ese universo que no es igual que el nuestro y cuyos paisajes habrían sido para nosotros tan desconocidos como los que puedan existir en la luna. Gracias al arte, en vez de ver un único mundo, el nuestro, lo vemos multiplicarse, contamos con tantos mundos a nuestra disposición como artistas originales hay, y son más diferentes unos de otros que los mundos que ruedan por el infinito y que, muchos siglos después de que se haya apagado la lumbre de que brotaban, ora se llamase Rembrandt, ora Vermeer, nos envían su particular rayo de luz». (Vol. VII)

Escribir: “…para escribir el libro esencial, el único libro auténtico, un gran escritor no tiene que inventárselo, en el sentido usual, puesto que existe ya en todos y cada uno de nosotros, sino traducirlo. El deber y la tarea de un escritor son los de un traductor” (Vol. VII)

Libro: “…los libros auténticos tienen que ser hijos no de la plena luz y la charla sino de la oscuridad y del silencio”. (Vol. VII).

 @winstonmanrique

https://wmagazin.com/relatos/marcel-proust-el-genio-de-convertir-la-vida-y-el-tiempo-en-arte/#los-temas-clave-del-universo-proust


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