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A pesar de quienes lo pensaban como un fenómeno transitorio o directamente como un epifenómeno, el concepto de populismo mantiene toda su actualidad mostrándose cada vez más articulado y complejo. Si hace algunos decenios estábamos habituados a considerarlo como una reacción contingente o sólo como una expresión de la protesta social, ahora aparece como algo mucho más estructural. El populismo es ya una realidad de gobierno, es configuración institucional, es mentalidad, es gramática política, es forma constitucional, ha asumido múltiples formas en diferentes contextos, adquiriendo centralidad en la reflexión politológica actual.

Razonar hoy sobre el populismo implica necesariamente una reflexión sobre la estructura de las democracias contemporáneas, así como, por otro lado, una evaluación de las actuales transformaciones de la democracia no puede prescindir de la deformación populista que le concierne en diferentes grados y formas. Desde este punto de vista el populismo puede ser visto como el factor principal de un cambio paradigmático de la instauración democrática liberal, o, inversamente, como el efecto más evidente de una desestructuración epocal de la misma.

Como ya lo habían evidenciado los agudos primeros análisis de Gino Germani sobre el peronismo, la correlación entre populismo y democracia remite a la cuestión más compleja de las relaciones entre democracia y modernización. Cada vez que la democracia es investida por dinámicas de modernización se generan espacios vacíos, siguiendo a Lefort, que permiten a la soberanía popular asumir formas sociales deslegitimantes del statu quo, del establishmentde la instauración institucional y de los sistemas de representación vigentes, en favor de nuevas configuraciones del poder político más directas, maniqueas, donde el pueblo asume una fisonomía homogénea y compacta, a-ideológica e inter-clasista, pero, al mismo tiempo, fuertemente regeneradora de la participación política, inclusiva e innovadora. Si en la Argentina peronista la modernización era dictada por la industrialización y la urbanización de amplios sectores de la población, hoy son las nuevas tecnologías, los procesos de globalización, las continuas  formas asumidas por la sociedad de medios y del espectáculo determinando las nuevas modalidades de lo político. En este sentido, por ejemplo, se interpretan tipologías del neopopulismo como el telepopulismo o el webpopulism, determinadas por la aparición tecnológica y formas de comunicación conocidas previamente, dentro de las cuales se representa el mito de la democracia directa, de la representación personalizada y del culto al líder.

Por el lado estrictamente epistemológico, en cambio, es necesario resaltar que después de un largo período de estudios sostenidos para explicar la naturaleza conceptual del populismo (ideología, estilo, ¿estrategia?), desde hace unos años se abrió una nueva fase dirigida más bien a la evaluación empírica y comparativa de los fenómenos populistas en clave trasnacional. Efectivamente, asistimos a la difusión del populismo a escala global tanto en contextos de democracias avanzadas como, en la realidad, con procesos de democratización más recientes.

De hecho, Moffitt y de La Torre hablan de un global populism emergente. Una perspectiva de análisis comparado y global no solo reafirma la necesidad, también en este ámbito, de investigaciones que no se limiten al confín metodológico del estado-nación, sino que confirma la intuición de Margaret Canovan según la cual, en el plano empírico, se producen familias populistas, cada una con una determinación histórico-social específica, cuyas variantes siguen las de la forma democrática. Por lo tanto, hoy en día podemos contar nuevas especies populistas: desde el multi-populismo italiano, donde desde hace más de veinte años diferentes formas de populismo compiten entre sí, a la condición post-populista de Venezuela, donde existe un populismo huérfano del líder fundador, hasta el populismo de Trump que presenta una antigua tradición de populismo estadounidense conservador y proteccionista, pero en una clave fuertemente anti-cosmopolita y anti-global.

Una ulterior frontera de los actuales populism studies es representada por la evaluación de estas derivas demo-consensuales sobre el funcionamiento al interior de la democracia en términos del mantenimiento de rule of law, del pluralismo, del respeto de los mecanismos de check and balances y de la polarización social de la esfera pública. En este sentido, será particularmente fructífera la utilización de los instrumentos provenientes de las investigaciones sobre la quality of democracy, porque permitirán medir y evaluar el efectivo impacto deformante del populismo sobre las instituciones democráticas.

 

Manuel Anselmi es sociólogo, reside en Perugia.

Doctor en Ciencias Sociales, Università degli Studi di Cassino. Investigador del Departamento de Filosofía, Ciencias Sociales, Humanas y de la Educación de la Universidad de Perugia.

 

Traducción de: Natalia Paladino.

http://lalibertaddepluma.org/

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