El gran pensador alemán retrata una naturaleza con poderes violentos, sostiene que el Covid puede generar un aislamiento con canales de contacto y que hasta los procesos mentales poseen cierta mecanicidad.
Hector Pavon
27/08/2021
–El filósofo Emanuele Coccia dice que usted es el hombre más libre de Europa...
–El comentario de Coccia es de una amabilidad inusual. Intuye bien cuando dice que en mi caso el precio de la libertad fue el de ser marginado por parte de la filosofía académica. A la filosofía académica no le gusta que uno de entre sus filas se comporte como un intelectual público y le hable a una audiencia más amplia.
Sí, para Peter Sloterdijk la libre expresión en todas sus formas tiene sus precios (o costos). En nuestro país se acaba de publicar Fobocracia (Godot) en el que desmenuza los monoteísmos y ya advierte en la primera página: “La teología es un terreno demoníaco”.
En la escena de la filosofía contemporánea, la voz de Sloterdijk resuena certera y sin estridencias desde la ciudad alemana de Karlsruhe (a casi 700 kilómetros de Berlín) y recorre el mundo. Su lectura atenta y precisa del rumbo de la humanidad lo sitúan por encima de quienes ceden a la tentación del diagnóstico apresurado, a la síntesis apurada ante tragedias como el Covid. Sloterdijk envenena la punta de sus argumentos y los lanza con la exactitud de un arquero germano del medievo. Así protagonizó una polémica con Jürgen Habermas que todos gustan recordar menos los protagonistas de ella; es lector constante de Martin Heidegger, Hanna Arendt y Friedrich Nietzsche; enseña en la Escuela de Arte y Diseño de Karlsruhe. Luego de una conversación telefónica, el gran filósofo alemán respondió un largo cuestionario por escrito que refleja sus preocupaciones y obsesiones por el devenir político, social y cultural de un mundo agitado por la pandemia, los talibanes, el desarrollo de la genética, el destino europeo, entre otras inquietudes.
–En dos semanas se cumplirán veinte años de los atentados contra las Torres Gemelas. Casualidad o no, al mismo tiempo, EE.UU. se retira de Afganistán y en cuestión de horas volvieron los talibanes a ese país golpeadísimo...
Soldados del Ejército de Estados Unidos de la 82ª División Aerotransportada revisan a los evacuados que salen del aeropuerto internacional Hamid Karzai, en Kabul, Afganistán. Foto: Cuerpo de Marines de los Estados Unidos/Sargento Primero Victor Mancilla/Handout via REUTERS
–Visto con una distancia de veinte años, el atentado del 11S puso en marcha o reforzó gravemente, una espiral de desgracias. Recordemos esos primeros días después del ataque cuando nadie sabía a ciencia cierta quiénes habían sido sus autores: desde un primer momento fue evidente que EE.UU. se sintió obligado y justificado a tomar represalias, y rápidamente respondió militarmente. Suele olvidarse que esas reacciones irreflexivas le costaron la vida a más de un millón de personas en Afganistán, Pakistán e Irak. La venganza estadounidense es el hilo conductor que atraviesa la historia de las últimas dos décadas. Como podemos ver por estos días, ese hilo se está rompiendo ante los ojos del mundo, que observa cómo la retirada de Occidente de Afganistán deja el país nuevamente en manos de las fuerzas cuyos precursores, hace más de veinte años, prepararon el terreno para que Osama bin Laden y Al Qaeda perpetraran sus atentados contra EE.UU. Dicho esto, cabe preguntarse qué tan legítimo se considera el uso de la retórica yihadista islámica por parte de Osama bin Laden en su declaración de guerra contra EE.UU. El choque del mundo islámico con Occidente como consecuencia de la invasión napoleónica a Egipto en 1798 puso en circulación en el mundo árabe un concepto remilitarizado de la yihad que durante siglos había tenido significados de orden más bien espiritual. Cuando en febrero de 1998 Bin Laden emitió su fatwa contra estadounidenses, judíos y cruzados, llamando a todos los musulmanes a matar estadounidenses fueran militares o civiles, estaba actuando, al menos subjetivamente, según posibles interpretaciones de las sagradas escrituras. Entretanto, muchos eruditos islámicos explican que el islamismo de tipo Al Qaeda o ISIS no tiene nada que ver con el “verdadero islam”; cabe suponer que defienden de buena fe sus creencias y su cultura y quieren mantenerlas lejos de toda asociación con el terrorismo. Un vistazo a los libros de historia es suficiente para ver que el islam se mostró casi siempre como una religión de espada; por decirlo con suavidad, siempre tuvo grandes dificultades con los “infieles”.
–¿Cree que estamos ante el fin de una era y el comienzo de otra? El Covid atacó nuestro costado más débil y ha exhibido nuestra vulnerabilidad. No hemos visto aún respuestas claras a cómo salir de esta situación.
Covid en Yangon, Myanmar. Foto: Sai Aung Main / AFP
–Desde finales del siglo XVIII, los escritores occidentales expresan la sensación de vivir en la transición a una nueva era. Es el clima de trabajo de toda modernidad. Quien crea que muchas cosas van a cambiar, siempre tiene razón. En poco menos de dos años, la pandemia se convirtió en lo que podríamos llamar una lección global, perfilando a la “humanidad” como una comunidad de cuidados que debe enfrentarse a un enemigo común invisible, un alienígena microbiano, como ocurrió hace cien años cuando la gripe española dio la vuelta al mundo matando a unos 50 millones de personas entre 1918 y 1920. La diferencia entre entonces y ahora es que el sistema de medios de comunicación duplica la pandemia: en aquel entonces los medios estaban condenados a dar la noticia después del acontecimiento. Hoy los acontecimientos y las noticias se difunden en simultáneo, de modo que las olas de infección, información y miedo están sincronizadas. Es cierto que la pandemia nos golpea en un flanco vulnerable. Pero esa vulnerabilidad no radica tanto en nuestra constitución físico-biológica como humanos indefensos ante algunas infecciones víricas: el rápido desarrollo de vacunas compensó esa parte de nuestra vulnerabilidad colectiva. Lo que sigue siendo vulnerable es nuestra expectativa de poder continuar después de la crisis con el modo de vida acostumbrado, que está basado en un entramado de consumismo, ilusionismo, individualismo, hipermovilidad, promiscuidad y tendido de redes: los rasgos fuertes de los tiempos modernos. Cuando todo el mundo habla hoy de una “vuelta a la normalidad”, está hablando en realidad de reanudar un estilo de vida históricamente singular, extremadamente improbable y frívolo. Bastante asombro debería causar que hayamos habitado esta “paranormalidad” como algo natural. Un aspecto positivo de la gran crisis sanitaria es que en todas partes se empezó a hablar de las condiciones de inmunidad. En mi libro Has de cambiar tu vida, un ensayo sobre antropotecnia, propuse el término “co-inmunidad” para describir una función básica de la coexistencia humana. La crisis actual viene a traer el caso de urgencia para este término.
–¿Ha cambiado nuestra relación con la naturaleza? ¿Encontramos goce en nuestros vínculos con los animales y el mundo vegetal?
Un hospital de enfermos de gripe española.
–Los episodios clásicos de peste en suelo europeo fueron de origen bacteriano, como la peste negra o “muerte negra”, que comenzó en 1348 en Florencia y se extendió matando a una cuarta parte de la población, quizá incluso a un tercio. La existencia de los microbios se demostró científicamente recién a finales del siglo XIX, aunque sus efectos eran conocidos desde la Antigüedad, pensemos en la peste justiniana, que azotó a los pueblos del Mediterráneo desde el año 540 repitiéndose a intervalos de 20 años hasta finales del siglo VIII. Hasta hoy, la mayoría de las personas no comprende realmente la diferencia entre los virus y las bacterias, sin embargo, ya todo el mundo sabe que ambos son capaces de atentar gravemente contra la integridad orgánica de los seres humanos. Si algo está cambiando en nuestra relación con la llamada naturaleza, eso es, sobre todo, que ya no podemos romantizarla tan fácilmente como se hizo en los círculos cultos de Europa desde el 1800, cuando se pensaba que la naturaleza estaba llamada a proporcionarnos sentimientos bellos y sublimes a través de escenas alpinas o marítimas. Los elementos románticos vuelven a estar presentes en el movimiento ecologista actual. Ya es hora de desmitificar lo sublime. Es cierto que la naturaleza es majestuosa y su productividad inconmensurable, pero también es la madre de todos los venenos, tanto del reino animal como vegetal. Para Goethe, la naturaleza se vale de la muerte como medio para tener mucha vida. Demasiado devoto para los oídos modernos.
–Me llama la atención el vocabulario que usted utilizaba hace más de dos décadas: un lenguaje biológico. Usted señalaba: “El filósofo tiene que infectarse a sí mismo, ser un inmunólogo”. ¿Dónde debe actuar el filósofo:en el escritorio o en el territorio?
–Agradezco especialmente esta pregunta porque nos da la oportunidad de corregir el uso del concepto de “inmunidad”, del que muchos creen que proviene de la biología o la medicina. En realidad, la inmunidad es originalmente un concepto jurídico-moral que tiene su origen en el derecho romano. En sentido estricto significa la no imputabilidad de los funcionarios del Estado durante el tiempo que estén en su cargo. Se basa en la experiencia de que la disputa privada y la rivalidad política tienden a derivar en abusos al sistema legal. Poderes como el odio, la envidia y el afán de humillación no descansan nunca, y también suelen echar mano de armas jurídicas. Esto también se puede observar hoy: las acusaciones contra Lula da Silva o contra el opositor ruso Alexei Navalny muestran cómo los sistemas políticos corruptos abusan del poder judicial en la batalla por la opinión pública. El motivo de inmunidad pretendía evitar efectos de este tipo; inicialmente también podía significar la exención de impuestos y otros favores concedidos por el Estado. En términos generales, expresa el reconocimiento de que los individuos necesitan una protección especial cuando prestan servicios valiosos a la comunidad. El concepto médico moderno de inmunidad es una metáfora jurídica de uso biológico. En mis reflexiones hago extensiva esta noción a todos los dispositivos culturales en los que se hace visible el modo en que las personas se protegen frente al riesgo de sufrir daños y vulneraciones. Así, la construcción de casas y departamentos, por ejemplo, supone la construcción de sistemas inmunitarios espacializados. Las constituciones modernas establecen que el domicilio de los particulares es “inviolable”: los extraños sólo pueden ingresar en virtud de regulaciones especiales. En ese sentido, un sistema inmunitario puede definirse como la expectativa corporeizada de un daño o vulneración, más precisamente, como una expectativa ligada a priori al establecimiento de una defensa. Esto también puede leerse en términos biológicos, pero el verdadero alcance de los fenómenos inmunológicos se hace evidente recién cuando, junto a la medicina, consideramos el sistema jurídico –como esfera de los sistemas legalizados de reparación-, la cultura habitacional y la dimensión religiosa, que suele tratar de la reintegración de las almas individuales y grupales deprimidas, mortificadas y marcadas por la pérdida. Por todo lo dicho propongo dos cosas que están estrechamente relacionadas: transformar la metafísica clásica en una inmunología general, y que el filósofo continúe su formación y se especialice hasta recibirse de inmunólogo. Esta es una tesis que enlaza con la idea del joven Nietzsche del filósofo como “médico de la cultura”. En consecuencia, voto en contra de la filosofía de oficina y a favor de la actividad del filósofo como trabajador público del esclarecimiento.
El político opositor ruso Alexei Navalny (cuando estaba libre) participa en una concentración para conmemorar el 5º aniversario del asesinato del político opositor Boris Nemtsov en Moscú, Rusia, el 29 de febrero de 2020. Foto: REUTERS/Shamil Zhumatov
–En su planteo de las Esferas vemos que hay “Burbujas” (arqueología de la intimidad); “Globos” (la intimidad que pierde su carácter individual); las “Espumas”, pérdida de la intimidad en la que Occidente creyó y que logró en forma de confort y lujo. ¿La pandemia cambia el sentido de estas esferas?
–Esta pregunta también me parece especialmente fructífera. En mi trilogía Esferas, distinguí entre las microesferas, es decir, las microinmunidades o esferas de la intimidad (bajo la imagen de “burbujas” o sustitutos uterinos) y las macroesferas, es decir, los constructos mundiales o “globos” que sirven a individuos y grupos como conceptos imaginarios de macroinmunidad. Hasta la baja Edad Media los cristianos occidentales creían que el cielo era una envoltura de siete capas alrededor de la tierra, rodeada por una cubierta exterior que era el firmamento, es decir, el cielo de estrellas fijas o cielo de cristal. Así, el cosmos se presentaba como un sistema físico que proporcionaba contención a los habitantes de la tierra, como si el espacio que lo abarcaba fuera Dios en forma de expansividad. Cuando el mundo moderno que siguió a Copérnico y Kepler rompió con la idea de un cosmos cerrado para pasar a la del universo abierto, las inmunidades imaginarias tuvieron que transformarse radicalmente. Un cosmoteísmo a la antigua ya no era viable, por lo que las personas tuvieron que ocuparse ellas mismas de sus sistemas de autoprotección. Aquí es donde traigo a colación la política territorial moderna, el urbanismo y la construcción de casas y departamentos. Es muy significativo que durante los episodios de confinamiento de la pandemia los habitantes de las ciudades hayan sido desterrados a sus casas, con derechos de visita severamente restringidos, porque allí es donde mejor protegidos están del riesgo de infección. En este punto es donde se hace más evidente la cualidad inmunitaria de vivir entre las propias paredes. Se necesitan muros entre el yo y el mundo; lo que se llama mundo es lo que se ve a través de una ventana. Esto da cuenta de una operación básica de la modernidad: primero el aislamiento, luego la creación de redes. Los arquitectos del grupo Morphosis encontraron la fórmula para esto en los 70: connected isolations (aislamientos conectados). Yo lo llamo “espumas”. La espuma se caracteriza por que las burbujas individuales tienen una pared en común.
Rüdiger Safranski y Peter Sloterdijk cuando conducían el programa televisivo El cuarteto filosófico.
–Ha dicho en Francia: “La mediocridad salvará a Europa”, ¿Qué quiso decir?
–¿Qué sino la mediocridad podría salvar a Europa? La parte dominante del mundo entre los siglos XVI y XX se catapultó a sí misma desde el centro por medio de dos guerras mundiales y cayó en una posición relativamente periférica en términos geopolíticos como demográficos. Hoy Europa conforma un club de imperios humillados que aceptaron que no les queda otra alternativa que una política de circunspección post-imperial. Gran Bretaña es la excepción en la medida que abandona la Unión Europea para entregarse al sueño anacrónico de la soberanía imperial. Lo irónico de la salida británica es que Europa era de por sí demasiado grande y complicada, por lo que una desintegración parcial no tiene mucho que lamentar.
–¿Jaque a la globalización?
–Me parece evidente que el impacto de la pandemia en la globalización hace sinergia con algunas tendencias de relocalización y renacionalización de procesos sociales y políticos. En la crisis, sólo los Estados nacionales demuestran ser órganos con capacidad efectiva de actuación. No hace falta que por eso cunda el pánico ni que se encienda la alarma del nuevo nacionalismo. Los nuevos nacionalismos de la actualidad están impulsados por el miedo, no son expansionistas como los imperialismos nacionales del siglo XIX. El mundo del siglo XXI no sólo está marcado por la gigantomaquia entre EE.UU. y China sino también por un renacimiento de las unidades más pequeñas, las ciudades, las regiones, incluso las naciones medianas y pequeñas. Ellas podrán dar respuestas concretas a las cuestiones más urgentes de la evolución social. Sólo la política climática y oceánica seguirá requiriendo una acción concertada a gran escala; todo lo demás será mejor si se lo refuerza reduciendo su tamaño.
–¿Cuánto ha avanzado la ingeniería genética? ¿Estamos camino a no poder responder la pregunta qué es una persona? Esa visión suya de la humanidad que desarrolló en un texto breve pero de una trascendencia permanente fue muy discutida –y con sangre- por parte de la academia alemana –Habermas- y la academia mundial. ¿Qué lugar ocupa finalmente en la filosofía y cómo se lee en el presente? Me refiero a Normas para el parque humano…
Jürgen Habermas.
–En 1999 pronuncié esa conferencia que se volvió extrañamente famosa. Una especie de nocturno filosófico en el que reflexionaba sobre cómo pensar la educación y los sistemas de formación del ser humano en las postrimerías de la galaxia Gutenberg. Mi hipótesis era que los procedimientos humanistas para la formación cultural de las personas -también podría hablarse de la domesticación a través de disciplinas lingüísticas y artísticas- pronto dejarán de ser suficientes. El hecho de que toda la tradición europea, desde Platón pasando por los Santos Padres y hasta Nietzsche, esté impregnada de patrones de pedagogía pastoral, es decir, del esquema del pastor y el rebaño, revela que siempre se dio por sentado que se puede dar forma a las personas no sólo con los clásicos sino también con adiestramiento. La secuenciación del genoma humano, dada a conocer por Craig Venter precisamente en la época de ese libro, demostró que hay algo nuevo bajo el sol en el campo de la formación humana, y pronto tendremos que tomar posición al respecto. No vale la pena desenfundar la polémica provocada por Habermas. Él no se cubrió precisamente de laureles con ella. En el transcurso del asunto quedó claro cómo un idealismo teórico va de la mano de un maquiavelismo práctico. En retrospectiva, ya no se entiende por qué el alboroto. La investigación genética se ha consolidado en el espectro de la ciencia gracias a los enormes avances tanto en materia humana como no humana. Hoy, las aplicaciones terapéuticas son ya tan positivas y diversas que hacen desvanecer cualquier objeción conservadora. Seguimos estando muy lejos de una “eugenesia liberal”. La cría de superhombres en serie, como lo veía Trotsky, sigue siendo una utopía insensata y abstracta: en su ingenuo afán, el comunista, progresista a ultranza, pensaba que algún día hasta el común de la gente alcanzaría el nivel de Leonardo da Vinci o Goethe gracias a la eugenesia socialista. Si hay que tomar en serio la genética humana es porque marca una nueva etapa en la historia de la formación del hombre por el hombre. Nietzsche llama al hombre “el animal no determinado”; como tal, siempre ha sido un producto de la autodomesticación y del diseño autoplástico. Es el horizonte que se nos ha abierto; nos adentramos en él guiados por un estricto principio de precaución.
–Hace unas décadas hizo un viaje místico a la India. ¿Cómo fue su experiencia con Osho? ¿Lo admiró?
–Tenga en cuenta que mi excursión a la India fue hace cuarenta años. No estoy seguro de querer volver a sumergirme en esos recuerdos. De ser así, me gustaría tener como compañero de viaje a Roberto Calasso, el maravilloso editor italiano que fue un gran escritor y mitólogo, y que falleció recientemente. Con su libro El ardor en mi equipaje podría llegar a imaginarme un viaje al tiempo perdido. Es cierto que pensaba que Rajneesh u Osho era uno de los grandes, pero ahora estoy distanciado de eso. Desde entonces, ha corrido mucha agua por el Rin y por el Ganges.
–¿Cómo nos vinculamos con las máquinas? La comunicación, la medicina y también las políticas parecen quedar en manos de robots. Sacan conclusiones de nuestros gustos y tendencias y nos dicen como somos y que tenemos que desear. ¿Tiene final feliz esta relación?
–En los años 60 supimos escribir monografías escolares sobre “La tecnología: bendición y maldición”. Se esperaba que pintáramos de negro la esclavitud a la que nos somete la tecnología y de blanco brillante el empoderamiento que ella supone para, finalmente, llegar a una síntesis de gris humanista. En aquella época no había computadoras personales, la cibernética estaba en pañales, pero ya se había cristalizado totalmente el patrón de pensamiento estándar sobre “el hombre y la tecnología”. Lo que vino después es la ampliación de la zona protésica, la robótica superior. Si primero fueron movimientos simples los que pudieron ser sustituidos por máquinas, ahora se pueden sustituir pensamientos, lo que demuestra que hasta los procesos mentales tienen un lado mecánico que se presta a la simulación técnica. La cosa se pone divertida cuando recibo un correo electrónico de un robot que me pide que diga que no soy un robot. La mayoría de las veces digo obedientemente que no. Tal vez debería probar lo que sucede si respondiera que “no sé si soy un robot”. Un poco de optimismo es legítimo: el ser humano es lo que es gracias a las herramientas: un animal que mantiene distancia. Y todo indica que también puede ser feliz con las máquinas, siempre y cuando lo manipulen como a él más le gusta. Quizá algún día las máquinas sean los mejores antropólogos. Quizá en pocos años leamos que un robot se rebanó a sí mismo una oreja y que lo llevaron directo al ciberpsiquiátrico.
–Estuvo en el cementerio del Bard College de Nueva York y visitó la tumba de Hannah Arendt. ¿Pensó algo en particular allí?
Hannah Arendt logró escapar de la alemania nazi pero fue detenida en París. En 1941 pudo emigrar a los Estados Unidos.
–No tengo, en general, una relación especial con las tumbas. Lo que me conmovió de la tumba de Hannah Arendt en el campus del Bard College, en el estado de Nueva York, fue sobre todo la rareza de que estuviera enterrada en un predio académico, junto a su marido Heinrich Blücher que había dado clases en el Bard y se había ganado la reputación de ser el Sócrates del valle del Hudson. Me pareció curioso y conmovedor que una judía alemana en el exilio encontrara un pequeño cementerio del campus como lugar de descanso final, como si dijera: Il n’y a rien en dehors de l’université (No hay nada fuera de la universidad). Su lápida es por demás modesta.
–¿Y Heidegger? ¿Siempre vuelve a él?
–En la lápida de Heidegger en un pueblo de la Selva Negra vi tallada la estrella en lugar de una cruz cristiana; sin quererlo, uno piensa en su frase: “Ir hacia una estrella, ¡sólo eso!”. Podría ser el lema de una gnosis filosófica. Por cierto, hace tiempo que ya no leo a Heidegger -en particular, al último- como un filósofo sino como un gran místico y un mal poeta.
–He leído que suele pasar una parte del año en Provence, Francia. ¿El mundo se ve distinto desde allí?
Peter Sloterdijk en 2011.
–Se dice que los alemanes tenemos un anhelo crónico del Sur. En lo que hace a este aspecto encajo perfectamente en el estereotipo nacional. Como alemanes, este complejo nos obliga a elegir entre Italia y la Provenza. Al principio elegí la Provenza por casualidad y he llegado a ser feliz con ella, aunque sigo escuchando el llamado de Italia. El Sur cambia la manera de ver el mundo. Albert Camus celebraba el pensamiento del Sur; uno vuelve una y otra vez a las páginas extáticas de su himno Bodas en Tipasa. A veces pienso que la verdad no es una propiedad de las frases sino de los días de verano.
Traducción del alemán: Carla Imbrogno
https://www.clarin.com/revista-enie/peter-sloterdijk-venganza-estadounidense-11s-hilo-conductor-ultimas-decadas-_0_sRe_EN2hA.html
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