Edgardo Lander
El Estado
mágico. Naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela, de Fernando Coronil
(editado por Nueva Sociedad en 2002), es uno de los libros fundamentales para
comprender Venezuela. Fue reeditado en 2013 por la editorial Alfa, deCaracas, y
el prólogo de Edgardo Lander, que reproducimos casi en su totalidad, nos
permite avanzar en un análisis de problemas actuales de Venezuela bajo la luz
de un modelo rentista que se inició en la década de 1930 y perduró bajo la
Revolución Bolivariana, que hoy se enfrenta a su momento más crítico.
Nota: todas las referencias al libro corresponden a Fernando Coronil
Ímber: El Estado mágico. Naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela,
Alfa, Caracas, 2013.
La modernidad y el olvido de la naturaleza y del espacio en la teoría
social
El punto de partida del extraordinario estudio de Fernando Coronil sobre
la trayectoria histórica del petroestado venezolano, con sus rupturas y
continuidades, es una crítica a la concepción eurocéntrica hegemónica de la
modernidad y a su metarrelato, y el análisis de las implicaciones teóricas y
políticas que han tenido la exclusión de la naturaleza y la prioridad del
tiempo sobre el espacio en los paradigmas dominantes tanto liberales como
marxistas.
Argumenta el autor que ni en las concepciones de la economía neoclásica
ni en las marxistas la naturaleza es incorporada centralmente como parte del
proceso de creación de riqueza, hecho que tiene vastas consecuencias. En la
teoría neoclásica, la separación de la naturaleza del proceso de creación de
riqueza se expresa en la concepción subjetiva del valor, centrada en el
mercado. Desde esta perspectiva, el valor de cualquier recurso natural se
determina de la misma manera que el de toda otra mercancía, esto es, por su
utilidad para los consumidores tal como esta es medida en el mercado. Desde un
punto de vista macroeconómico, la remuneración de los dueños de la tierra y de
los recursos naturales es concebida como una transferencia de ingreso, no como
un pago por un capital natural. Es esta la concepción que sirve de sustento al
sistema de cuentas nacionales utilizado en todo el mundo.
Coronil afirma que Karl Marx, a pesar de considerar que la trinidad
trabajo/capital/tierra «contiene en sí misma todos los misterios del proceso
social de producción», termina por formalizar una concepción de la creación de
riqueza que ocurre en el interior de la sociedad, como una relación
capital/trabajo, y deja fuera a la naturaleza. Como el valor se crea en la
relación capital/trabajo y la naturaleza no crea valor, la renta es entendida
como correspondiente a la esfera de la distribución, no a la esfera de la
creación de riqueza.
De acuerdo con Coronil, en la medida en que se deja fuera a la
naturaleza en la caracterización teórica de la producción y del desarrollo del
capitalismo y la sociedad moderna, se está igualmente dejando el espacio al
margen de la mirada de la teoría. Al hacer abstracción de la naturaleza, de los
recursos, del espacio y de los territorios, el desarrollo histórico de la
sociedad moderna y del capitalismo aparece como un proceso interno,
autogenerado por la sociedad europea, que posteriormente se expande hacia
regiones «atrasadas». En esta construcción eurocéntrica, desaparece del campo
de visión el colonialismo como dimensión constitutiva de estas experiencias
históricas. Están ausentes las relaciones de subordinación de territorios,
recursos y poblaciones del espacio no europeo. Desaparece así del campo de
visibilidad la presencia del mundo periférico y su naturaleza en la
constitución del capitalismo, con lo cual se reafirma la idea de Europa como
único sujeto histórico.
Una vez que se incorpora la naturaleza al análisis social, la
organización del trabajo no puede ser abstraída de sus bases materiales. En
consecuencia, la división internacional del trabajo tiene que ser entendida no
solo como una división social del trabajo, sino igualmente como una división
global de la naturaleza. Para romper con este conjunto de escisiones, en
particular las que se han construido entre los factores materiales y factores
culturales, Coronil propone una perspectiva holística de la producción que
incluya dichos órdenes en un mismo campo analítico. Concibe el proceso
productivo simultáneamente como de creación de mercancías y de sujetos
sociales. Una perspectiva holística en torno de la producción abarca tanto la
producción de mercancías como la formación de los agentes sociales implicados
en este proceso, y por lo tanto unifica dentro de un mismo campo analítico los
órdenes materiales y culturales dentro del cual los seres humanos se forman a sí
mismos mientras hacen su mundo. (...) Esta visión unificadora busca comprender
la constitución histórica de los sujetos en un mundo de relaciones sociales y
significaciones hechas por humanos.
Una apreciación del papel de la naturaleza en la creación de riqueza
ofrece una visión diferente del capitalismo. La inclusión de la naturaleza (y
de los agentes asociados a esta) debería reemplazar a la relación
capital/trabajo de la centralidad osificada que ha ocupado en la teoría
marxista. Junto con la tierra, la relación capital/trabajo puede ser vista
dentro de un proceso más amplio de mercantilización, cuyas formas específicas y
efectos deben ser demostrados concretamente en cada instancia. A la luz de esta
visión más comprensiva del capitalismo, sería difícil reducir su desarrollo a
una dialéctica capital/trabajo que se origina en los centros avanzados y se
expande a la periferia atrasada. Por el contrario, la división internacional
del trabajo podría ser reconocida de manera más adecuada como simultáneamente una
división internacional de naciones y de naturaleza (y de otras unidades
geopolíticas, tales como el Primer Mundo y el Tercer Mundo, que reflejan las
cambiantes condiciones internacionales). Al incluir a los agentes que en todo
el mundo están implicados en la creación del capitalismo, esta perspectiva hace
posible vislumbrar una concepción global, no eurocéntrica, de su desarrollo.
De esta manera, Coronil se ubica teórica y políticamente dentro del
espectro de las perspectivas críticas a los paradigmas eurocéntricos de la
modernidad y del capitalismo, perspectivas diversas formuladas desde las
experiencias de las modernidades subalternas, esto es, desde historias y
experiencias distintas de aquellas de la historia universal. Estas historias
son las de la mayoría de la población del planeta, para quien la modernidad
significó colonialismo, esclavitud, exterminio, sometimiento imperial y
explotación1.
Sostengo que esta amnesia en relación con la naturaleza ha implicado
también el olvido del papel de la «periferia» en la formación del mundo
moderno, un activo «silenciamiento del pasado»2 que reinscribe
la violencia de una historia hecha a expensas del trabajo y los recursos
naturales de pueblos relegados a los márgenes.
El Estado en los países periféricos exportadores de naturaleza
Argumenta Coronil que la exclusión de la naturaleza tiene consecuencias
importantes para las teorías tanto marxistas como liberales del Estado.
En la medida en que las teorías del Estado han presentado al Estado de
las naciones capitalistas avanzadas como modelo general del Estado capitalista,
los Estados de las sociedades capitalistas periféricas se han representado
(...) como versiones truncas de este modelo; se identifican por un régimen de
déficits, no por diferencias históricas. Pero una visión unificadora de la
formación global de los Estados y del capitalismo muestra que todos los Estados
nacionales se constituyen como mediadores de un orden que es simultáneamente
nacional e internacional, político y territorial.
Esta diferencia histórica es producto de las ubicaciones que tienen
estos Estados en la división internacional del trabajo y de la naturaleza. En
el proceso de acumulación global del capital, la contribución principal de los
países periféricos sometidos a relaciones coloniales y de control imperial no
fue sobre todo la de la transferencia de valor, sino la de la transferencia de
riqueza, esto es, la exportación de naturaleza. Esto tiene enormes
consecuencias para los procesos de constitución de los Estados en estos países.
Al caracterizar el Estado rentista de países periféricos cuya economía se basa
fundamentalmente en la exportación de naturaleza, no se está simplemente
añadiendo una característica adicional al modelo teórico del Estado: se está
hablando de un modelo que, en muchos sentidos, se diferencia de lo que ha sido
teorizado como el Estado en la sociedad capitalista. En los países capitalistas
metropolitanos, los Estados se financian fundamentalmente mediante la retención
de parte del valor creado por el trabajo sometido a las relaciones capitalistas
(impuestos). En este sentido, los Estados dependen de la sociedad, del conjunto
de las relaciones sociales y sujetos que operan en esta. Por el contrario, en
los Estados periféricos exportadores de naturaleza, el Estado tiene como su
fuente de ingreso principal la renta del suelo. Como terrateniente, dueño de la
tierra y/o del subsuelo a nombre de la nación, retiene –en forma de renta–
parte de la riqueza extraída de la naturaleza. Este rasgo, que comparten los
petroestados con otros países periféricos monoexportadores de naturaleza, les
proporciona un mayor grado de autonomía respecto a la sociedad, en la medida en
que sus ingresos dependen menos del trabajo y de la creación de valor en su
territorio nacional. Incorporar al análisis los tres elementos del proceso de
creación de riqueza (naturaleza, trabajo, capital) «ayuda a ver al Estado
terrateniente como un agente económico independiente y no como un mero actor
político estructuralmente dependiente del capital». Este Estado terrateniente,
aunque esté en una posición subalterna en el sistema mundo, puede llegar a
tener un mayor grado de autonomía interna que el característico de los Estados
metropolitanos y a colocarse de alguna manera sobre la sociedad.
La constitución del Estado mágico en Venezuela
Combinando, entre otros, los supuestos teóricos antes señalados y la
sugerente imagen formulada por José Ignacio Cabrujas sobre el Estado en
Venezuela, Coronil formula la noción del «Estado mágico» como mirada desde la
cual aproximarse a desentrañar los procesos mediante los cuales se ha
construido un modelo de Estado en Venezuela «como agente trascendente y
unificador de la nación». De acuerdo con Cabrujas, la aparición del petróleo en
Venezuela crea una especie de cosmogonía: la riqueza petrolera tuvo la fuerza
de un mito, gracias al petróleo era posible pasar rápidamente del retraso a un
desarrollo espectacular. En estas condiciones se constituye un Estado
«providencial» que «no tiene nada que ver con nuestra realidad», sino que, por
el contrario, se saca del sombrero de un prestidigitador. El Estado como brujo
magnánimo capaz de lograr el milagro del progreso3.
En su recorrido por la Venezuela del siglo xx, Coronil destaca tres
periodos como hitos históricos críticos en la formación de este Estado mágico y
en el proceso de constitución de este como lugar central del poder político:
los gobiernos dictatoriales de los generales Juan Vicente Gómez (1908-1935) y
Marcos Pérez Jiménez (1952-1958) y el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez
(1974-1979). Son tres periodos históricos que corresponden a significativos
incrementos en el ingreso petrolero. El autor afirma que en la historiografía
venezolana y en el metarrelato de la Venezuela democrática se ha establecido
una ruptura antagónica entre un país dictatorial atrasado y otro democrático y
«moderno». Con esta ruptura en la narrativa de la democracia se busca ocultar
las extraordinarias continuidades que existen en el Estado venezolano desde su
constitución como petroestado en la década de 1930, durante la dictadura del
general Gómez, hasta nuestros días.
Coronil considera que «fue durante el régimen ‘tradicional’ de Gómez
(...) cuando se tornó posible imaginar a Venezuela como una nación petrolera
moderna, identificar al gobernante con el Estado y representar al Estado como
agente de modernización». Ya en 1928, Venezuela se había convertido en el
segundo productor de petróleo del mundo y en el primer país exportador. Gracias
a esta riqueza petrolera, el Estado gomecista logró la apariencia de «agente
transcendente y unificador de la nación». Con el monopolio no solo de la
violencia, sino también de la riqueza natural del país, el Estado aparece «como
agente independiente capaz de imponer su dominio sobre la sociedad». Se establecen
las bases de un Estado y un sistema político en los que las confrontaciones
políticas y la lucha de clases se darían principalmente en torno del acceso al
Estado como fuente primaria de riqueza.
Después de la transición que comienza con la muerte del dictador en 1935
y de la experiencia del trienio de Acción Democrática (ad) en que «el pueblo»
aparece como referencia central, en la dictadura de Pérez Jiménez se busca
reconceptualizar la relación entre Estado y pueblo.
El cuerpo social de la nación se convirtió de manera más evidente en
beneficiario pasivo de su cuerpo natural, entendido ahora como la fuente
fundamental de los poderes nacionales. (...) La naturaleza no apareció como
actor social independiente, sino mediado por el Estado. Pero el Estado militar
proclamaba representar a la nación directamente, sin la mediación del pueblo.
(...) Este cambio supuso que el locus de la agencia histórica se desplazara
sutil, pero perceptiblemente, del cuerpo social hacia el cuerpo natural, del
pueblo a la naturaleza.
En el Nuevo Ideal Nacional del gobierno de Pérez Jiménez, la modernidad
fue entendida como «una colección de grandes logros materiales» que, gracias a
los elevados ingresos petroleros, permitió realizar grandes inversiones en
infraestructura, industrias y servicios. Se privilegió la inversión pública por
sobre la inversión privada, especialmente concentrada en grandes
emprendimientos (en general asociados al enriquecimiento de altos funcionarios gubernamentales),
como las industrias petroquímicas y siderúrgicas. La multiplicación por cuatro
de los precios del petróleo en el inicio del primer gobierno de Carlos Andrés
Pérez establece las bases del discurso de la Gran Venezuela y el imaginario popular
de la Venezuela saudita, tierra de abundancia sin límites, y se refuerza la
centralidad del petroestado rentista. Este imaginario alcanza su máxima
expresión en la nacionalización del petróleo.
Los estudios de caso que forman parte de los capítulos en los cuales el
autor estudia ese gobierno evidencian las formas como opera este sistema
político. A través de una aproximación en la cual entrelaza los procesos
locales coyunturales (y la acción de los sujetos involucrados en estos
procesos) con las tendencias que operan en el capitalismo global, logra
enriquecer la comprensión de ambos procesos. Su análisis minucioso de las
experiencias de la fábrica de tractores (Fanatracto) y de la política
automotriz resulta extraordinariamente ilustrativo. Estos estudios le permiten
a Coronil desentrañar la operación interna del petroestado rentista, en
particular las contradicciones que se generan en el interior del gobierno a
propósito del impulso de políticas de industrialización y la forma como la
contradicción entre rentismo y producción de valor termina por hacer fracasar
estos proyectos. Una nueva ilusión no cumplida del Estado mágico.
El intercambio fáustico de dinero por modernidad solo trajo consigo la
capacidad de producir la ilusión de producción: el dinero compró productos o
fábricas modernas solo capaces de generar una modernidad trunca. Al crear una
estructura industrial bajo el manto protector de los petrodólares, los
programas de modernización del general Pérez Jiménez y de Carlos Andrés Pérez
fomentaron industrias que manifestaban una persistente tendencia a funcionar
más como trampas para captar rentas petroleras que como medios creativos de
producción de valor.
Pero el imaginario del Estado mágico, del Estado capaz de solucionar
todos los problemas y de garantizar el progreso y la abundancia para todos, se
rompe cuando la larga crisis que venía acumulándose durante los gobiernos de
Luis Herrera Campins (1979-1984) y Jaime Lusinchi (1984-1989) finalmente
estalla con el Gran Viraje, el ajuste neoliberal negociado por Carlos Andrés
Pérez con el Fondo Monetario Internacional (fmi) al inicio de su segundo
gobierno (1989-1993). Como reacción, se produce el Caracazo, en febrero y marzo
de 1989, que representa, simbólicamente, la ruptura definitiva entre los sectores
populares y los partidos y el Estado del Pacto de Punto Fijo4.
Estos acontecimientos marcaron la crisis del proyecto populista que
había definido la relación entre pueblo y Estado desde 1936. Con el giro hacia
las políticas de libre mercado y desmantelamiento del desarrollismo populista,
el discurso dominante comenzó a presentar al pueblo ya no como virtuoso
cimiento de la democracia, sino como una masa turbulenta y parásita que el
Estado tenía que disciplinar y el mercado, tornar productiva.
Se acentúa el deterioro de las condiciones de vida de los sectores
populares y se profundiza la polarización entre una elite privilegiada cada vez
más internacionalizada y una mayoría empobrecida y alienada del sistema
político. En estas condiciones de una sociedad severamente dividida (aunque
esta división no fuese reconocida por las elites ni por el sistema político),
se dan los intentos de golpe de Estado del año 1992, la destitución de Carlos
Andrés Pérez y, finalmente, la elección de Hugo Chávez Frías como presidente en
diciembre de 1998.
El Estado mágico, modernidad y naturaleza: retos actuales
El Estado mágico tiene mucho que aportar al debate sobre el
proceso político venezolano actual, sobre temas centrales como el modelo de
Estado, el papel del petróleo y las implicaciones del extractivismo rentista
como modelo de sociedad, aunque este se denomine «socialista». Como se señaló
antes, de acuerdo con el autor, en el imaginario de la democracia en Venezuela
se construyó una visión maniquea de lo primitivo y lo moderno que establece una
separación o ruptura total entre los regímenes dictatoriales y los regímenes
democráticos. De la misma manera, en el proceso actual, con la narrativa de la
revolución y de la Quinta República, se busca definir el inicio de un nuevo
momento histórico en el cual se borren por completo de la conciencia colectiva
las continuidades que siguen operando, a pesar de todos los cambios ocurridos.
Este olvido tiene que ver fundamentalmente con el modelo de Estado, de las
relaciones entre sociedad y petroestado rentista y con las modalidades
específicas de relación de esta sociedad con su entorno natural, con el
petróleo. Este es un olvido que, en la medida en que se instale en la
conciencia colectiva porque estaríamos en otro tiempo histórico, en tiempos de
Revolución Bolivariana, que nada tendría que ver con el pasado, nos negaría la
posibilidad misma de entender qué ocurre en el país, así como la posibilidad de
imaginar futuros alternativos a este modelo societal petroestatal.
La certificación de las reservas de hidrocarburos de la Faja Petrolífera
del Orinoco como las mayores del planeta le ha dado un nuevo y vigoroso impulso
a la idea de que el petróleo garantizará un futuro de progreso, prosperidad y
abundancia. El imaginario de la Gran Venezuela es ahora reemplazado
por el de la Venezuela Gran Potencia Petrolera. La idea de «sembrar el
petróleo», tradicionalmente entendida como el ideal nunca realizado de utilizar
los recursos provenientes de la renta petrolera para el desarrollo de otras
actividades productivas, es trastocado y convertido en la utilización de esa
renta para realizar las masivas inversiones requeridas para aumentar la
producción e incrementar la dependencia en la producción y exportación de
petróleo. Entre los años 2010 y 2012 el petróleo significó entre 95% o 96% del
valor total de las exportaciones del país, junto con una reducción
significativa de las exportaciones no petroleras tanto en términos absolutos
como relativos. En 1998, las exportaciones no petroleras fueron de 5.529
millones de dólares; para 2011, estas habían descendido a 4.679 millones. Entre
esos años las exportaciones privadas, casi exclusivamente no petroleras, se
redujeron a la mitad (pasaron de 4.162 millones en 1998 a 2.131 millones en
2011). En el mismo periodo, la participación del sector industrial en
el pib bajó de 17,4% a 14,5%5.
A 14 años de la Revolución Bolivariana, Venezuela es más rentista que
nunca. El Estado recuperó su sitial en el centro de la escena nacional. Este,
con su renta petrolera –según el discurso oficial–, tendrá nuevamente la
capacidad de llevar a la sociedad venezolana hacia el progreso y la abundancia.
A estas relaciones ya tradicionales entre petroestado y sociedad se añade ahora
un nuevo y esencial componente. En ausencia de un debate crítico sobre la
experiencia del socialismo del siglo xx, se declara como meta del proceso
bolivariano el «socialismo del siglo xxi», y se postula la necesidad de un
partido único de la revolución. Con esto, a pesar del contenido de la
Constitución, tiende a asociarse socialismo con más Estado. Las empresas
estatizadas pasan, por ese solo hecho, a ser denominadas «empresas
socialistas». El petroestado se convierte así en la vanguardia que dirige la
transformación social y su fortalecimiento deviene en expresión del avance de
la «transición hacia el socialismo». A diferencia de las experiencias
socialistas del siglo pasado, se establece un nuevo tipo de relación entre
Estado y partido. En lugar de existir un partido revolucionario que controle al
Estado, desde el petroestado se ha creado, financiado y dirigido al partido.
Como modelo, sigue predominando una razón de Estado en la que este es
identificado con la nación, con el pueblo y con el bien común, y es en
consecuencia el lugar donde tienen necesariamente que concentrarse todas las
iniciativas y principales decisiones. Esto descarta, niega, mutila, la única
forma en la cual es posible la transformación democrática de la sociedad:
amplios, variados, múltiples procesos de experimentación social autónomos, que
surjan de la diversidad de las prácticas, de las memorias y los proyectos de
los diferentes pueblos, sectores sociales, regiones y culturas del país.
El Gran Consenso Petrolero Nacional de identificación cuasi ontológica
de la nación con el petróleo quedó nuevamente sellado con las elecciones
presidenciales de 2012. A pesar de los profundos contrastes en prácticamente
todos los otros asuntos referidos al modelo de país que se propone en los
programas de las campañas electorales, gobierno y oposición tienen un punto
medular de extraordinaria coincidencia: la propuesta de duplicar la producción
petrolera para llevarla a seis millones de barriles diarios para finales del
periodo presidencial 2013-20196.
Han sido reiteradas las referencias de Chávez y en los documentos de
políticas públicas de estos años a la necesidad de salir de la lógica rentista
y monoproductora de petróleo. Estas se reiteran en el programa electoral
presentado por Chávez para las elecciones presidenciales de octubre de 2012, donde
se señala: «No nos llamemos a engaño: la formación socioeconómica que todavía
prevalece en Venezuela es de carácter capitalista y rentista»7. En consecuencia, se
formula la necesidad de: «Propulsar la transformación del sistema económico, en
función de la transición al socialismo bolivariano, trascendiendo el modelo
rentista petrolero capitalista hacia el modelo económico productivo socialista,
basado en el desarrollo de las fuerzas productivas»8.
Igualmente, en reconocimiento de la severidad de la crisis ambiental
planetaria, uno de los cinco Grandes Objetivos Históricos que se formulan en
este plan consiste en «preservar la vida en el planeta y preservar la especie
humana». Esto está precisado en los siguientes términos:
Construir e impulsar el modelo económico productivo eco-socialista,
basado en una relación armónica entre el hombre y la naturaleza, que garantice
el uso y aprovechamiento racional, óptimo y sostenible de los recursos
naturales, respetando los procesos y ciclos de la naturaleza. Proteger y
defender la soberanía permanente del Estado sobre los recursos naturales para el
beneficio supremo de nuestro Pueblo, que será su principal garante. Contribuir
a la conformación de un gran movimiento mundial para contener las causas y
reparar los efectos del cambio climático que ocurren como consecuencia del
modelo capitalista depredador.9
Sin embargo, y muy contradictoriamente, otro de los grandes objetivos
del plan consiste en «consolidar el papel de Venezuela como potencia energética
mundial»10. Para ello propone,
como ya se señaló, duplicar los niveles de producción petrolera, especialmente
mediante la expansión de la producción en la Faja del Orinoco, para llevarla a
4 millones de barriles diarios, y una inmensa expansión en la explotación de
gas para llegar a 11.947 millones de pies cúbicos diarios (mmpcd) en 2019.
Con esta extraordinaria expansión, que requiere elevadísimos montos de
inversión y tecnologías con las cuales no cuenta el país, no solo se acentúa a
largo plazo la dependencia de la economía venezolana del petróleo, sino que
igualmente se amplía la participación de corporaciones petroleras
transnacionales, públicas y privadas, en el negocio petrolero venezolano. En muchos
de los contratos mediante los cuales se obtuvieron masivos créditos por parte
de China se establece que estos serán pagados con petróleo. Esto implica que
solo para mantener a futuro los actuales niveles de ingresos fiscales, el
Estado venezolano no tendría margen de juego y estaría comprometido a largo
plazo a aumentar los niveles de producción y exportación de crudo.
Desde el punto de vista del impacto socioambiental, las consecuencias de
este salto en los niveles de producción serían, con toda seguridad, mucho más
severos que los devastadores efectos que ha tenido un siglo de producción
petrolera en el país, especialmente en el lago de Maracaibo –el mayor de
América Latina–, convertido tanto por las empresas transnacionales como por la
empresa estatal de petróleo en «área de sacrificio», en uno de los daños
ambientales «colaterales» de mayor escala en la producción petrolífera en todo
el planeta. Los depósitos de la Faja del Orinoco están compuestos por petróleos
pesados y extrapesados y arenas hidrocarburíferas cuya explotación requiere
descomunales volúmenes de agua y genera mucho más desechos tóxicos que la
explotación de petróleos más livianos. El país (así como el continente y el
planeta) corre el riesgo de que el extraordinario sistema fluvial del Orinoco y
su delta sufran las mismas consecuencias que el lago de Maracaibo.
De esta manera, este proyecto político no puede desprenderse, ni puede
siquiera imaginar la posibilidad de desprenderse, de la lógica del petroestado
rentista y del imaginario reciclado de la Gran Venezuela. En este programa, lo
revolucionario no es alterar la relación de la sociedad venezolana con el
petróleo. Lo revolucionario no es otra forma de entender la relación de la
sociedad con la naturaleza. Por el contrario, lo revolucionario es profundizar
la lógica rentista y el papel del Estado en su función de gran decisor y
redistribuidor de la renta. De acuerdo con este programa de gobierno, lo que
define el carácter revolucionario de la política petrolera está dado por tres
criterios: el Estado captura la renta, se maximiza el valor que se obtiene de
esta renta y estos ingresos son utilizados en beneficio del pueblo.
Por último, nuestra política petrolera debe ser revolucionaria, lo cual
tiene que ver con quién captura la renta petrolera, cómo se capta y cómo se
distribuye. Según esta visión, no cabe duda de que debe ser el Estado quien
controle y capture la renta petrolera, sobre la base de mecanismos que
maximicen su valor, para distribuirla en beneficio del pueblo, procurando el
desarrollo social integral del país, en condiciones más justas y equitativas.
Este es el elemento –se argumenta– que nos diferenciaría de cualquier otra
política petrolera11.
El imaginario del progreso, del papel del petróleo como la palanca que
garantizará la modernización del país bajo la dirección del Estado, tiene aquí
una extraordinaria continuidad. El siguiente texto de Carlos Andrés Pérez en el
acto de nacionalización del petróleo podría fácilmente ser confundido como
expresión del sentido común del imaginario bolivariano de esta nueva ilusión de
Venezuela como gran potencia:
El petróleo venezolano ha de ser instrumento de integración latinoamericana,
factor de seguridad mundial, de progreso humano, de justicia internacional y de
equilibrada interdependencia económica. Ha de ser también un símbolo de la
independencia de Venezuela, de la voluntad nacional y una afirmación de su
capacidad creadora como pueblo y como nación. El petróleo venezolano es un
encuentro con nuestro destino. Ningún sitio mejor para expresarlo que en
presencia de Simón Bolívar, quien nos enseñó a creer en nuestro pueblo y supo
luchar para demostrar de lo que somos capaces.12
La confluencia de la lógica del Estado mágico con la lógica leninista de
estatismo y vanguardismo y el estilo carismático/mesiánico del liderazgo de
Chávez entra en contradicción, y una y otra vez bloquea el avance de los muy
extendidos procesos de participación y organización autónoma de los sectores
populares. Es sistemática la dependencia de que «bajen» los recursos del Estado
para los proyectos de las comunidades. Se instala una cultura política de culto
al «comandante-presidente», a «nuestro líder», hay referencias permanentes a
que se hace algo porque «Chávez mandó», o a «órdenes que tienen que ser
obedecidas». Se ha afirmado públicamente que la decisión de definir el proceso
bolivariano como socialista la tomó Chávez en soledad. Y todo esto no puede
sino socavar la construcción de una cultura democrática, en la medida en que se
hace conciencia colectiva el que por más organización social que se construya,
todas las decisiones más importantes se toman en otra parte.
Sobre la base de la misma relación con la naturaleza y sobre el mismo
modelo de petroestado rentista, no es posible producir transformaciones
significativas en la sociedad venezolana. Se puede crear un modelo de
capitalismo de Estado en el cual la renta esté mejor distribuida y esté
dirigida prioritariamente a los sectores sociales antes excluidos. Se pueden
lograr mayores niveles de equidad y de reducción de la exclusión, pero no se
puede generar la capacidad político-organizativa y productiva del conjunto de
la sociedad requerida para su transformación. Por esta vía se continuará
devastando la naturaleza y estará negada la posibilidad de hacer realidad la
república pluricultural de la cual habla la Constitución.
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